Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 1

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Canto a la bandera – 1984
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Capítulo — 1    

Encuentro con el olvido

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No recuerdo cómo di con él, pero a principios de 2004 me enteré de que Cien Años de Arte en Panamá había sido publicado al fin. Me crucé en línea con un artículo de Yovanska Spadafora publicado el 23 de agosto de 2003 por el diario Panamá América. Su escrito reportaba sobre el evento de presentación del libro. Cuando lo compré y llegó a mis manos, el destino me conduciría a un fascinante y profundo encuentro con mi pasado de artista panameño de la pintura.  

           En su reportaje, Spadafora mencionaba la asistencia al evento de personas del arte y la cultura de mi país, algunas cuyos nombres reconocí enseguida: Coqui Calderón (en aquella fecha Presidenta del MAC, publicador del libro), Carmen Alemán, Adrienne Samos y Carmela Cardoze—mujeres con las cuales en los setenta y ochenta crucé caminos con diferentes grados de significado para mi vida de artista en mi país. Desde que emigré a Estados Unidos en 1985 mi trayectoria como pintor quedó medio suspendida y fuera del escenario artístico panameño hasta enero 2014, cuando, invitado por el MAC, participé en Arte, Política, Panamá, exhibición colectiva que conmemoraba el cincuentenario de la gesta del 9 de enero de 1964.

           Estando en el extranjero desde 1984, había sido atraído—y distraído—por otras inquietudes creativas y deberes de mayor importancia que la pintura. Mi participación en Arte, Política, Panamá marcaría mi regreso formal en treinta años al escenario cultural de mi país. La ocasión la aprovecharía para tratar de corregir el enfoque con que fui biografiado en Cien Años de Arte en Panamá.

 

La noticia de la publicación del libro y de que amistades de mi pasado artístico, recordadas con mucho afecto, eran figuras claves en su publicación, despertó en mí un fuerte deseo de conseguirlo. Aunque elogios elevados no me esperaba encontrar en él, me mataba la curiosidad por saber cómo era mencionado en la históricamente importante publicación. 

           Yo estaba en mi apartamento de Nueva York cuando supe que habían publicado el libro. En esos días viajaba con regularidad entre Nueva York y Miami, donde residía desde1985. Cuando me establecí en el sur de Florida, desde un comienzo me fue bien como actor y locutor. Y en cuanto a la pintura, aunque mi producción de nuevos trabajos era modesta, sentía mucho interés en explorar nuevas vías de expresión pictórica relacionada a mi fascinación de siempre por el Cosmos y el Infinito. Estaba contento en Miami, echando pa’lante en buena forma, labrando mi nuevo futuro en el extranjero. 

           Entonces, en 1991 se presentó la irresistible oportunidad de vivir en la Gran Manzana. Paul Glickler, cineasta independiente, quién había conocido en Woodstock años antes a mediados de los setenta, me llamó de California, para ofrecerme en sub arriendo su apartamento en Manhattan. En él me había quedado cuando primero conocí la gran urbe a mediados de los 70. Paul se trasladaría eventualmente a Topanga, cerca de Los Angeles, y cuando allá lo visité, me dijo que su apartamento neoyorquino lo tenía en subarriendo.  Le pedí que me mantuviera al tanto cuando se le desocupara. 

           Terminaba la primavera y entraba el verano cuando llamó. Paul necesitaba una respuesta pronto. Sin conexiones de ninguna clase en Nueva  York, y con pocos conocidos a quién contactar, me mudé al sexto y último piso del pequeño pero históricamente antiguo edificio entre la Quinta avenida y la Madison, justo a tres cuadras al sur del Empire State Building. Allí permanecí década y media, viviendo experiencias de importancia personal como actor sindical y como cualquier otro artista más, residente y amante de New York City y sus retos. 

           Pero el pasar de los años fue rápido. Pinté poco, y mis regresos a mi patria disminuyeron, así como también mis contactos con amigos y amistades…y la comunidad del arte en mi país. Para los que habían seguido mis doce años de trayectoria artística, “desaparecí del mapa”; algunos hasta pensaron que tal vez había muerto, como en una ocasión me lo expresó un par de panameños durante un vuelo en COPA. 

           Supongo, además, que para algunos, mi súbito mutis y prolongada ausencia del escenario artístico de mi país era de inferir un insensible desconecte con mi tierra. ¿Habrán pensado igual nuestros catedráticos del arte cuando perdieron el rastro de mi trayectoria? Ante mi «desaparición» ¿vieron con demérito lo breve de mi travesía en la historia del arte panameño? Posiblemente. Y comprendo por qué cierta gente pensaría así…y porqué podrían resentir mi “abandono”.

Según el artículo de Spadafora en el Panamá América, la publicación de Cien Años de Arte en Panamá era una “primicia histórica para la cultura del país”. El Comité Nacional del Centenario calificó el libro como “único, completo y actualizado…uno de los aportes más importantes a la plástica panameña, que lleva a la consolidación de nuestra identidad y reconocimiento a los exponentes del arte en nuestro país, durante estos cien años de vida republicana.” 

           En cuanto a mí, de los treinta años que llevaba como pintor cuando se publicó el libro en 2003, dieciocho los había pasado en el exterior a las sombras del arte. Los doce anteriores fueron mi modesta cuota de ese centenar. No dejaba de repetirme: ¿Cómo habrán definido el rol de mi trabajo en ese siglo?

           Cuando lo ordené, esperé la entrega del libro con mucha anticipación. Apenas me llegó lo desempaqué y enseguida le di una ojeada general. Sentí orgullo notarle calidad de primera en la hermosura de su apariencia. Lucía fino. Orgulloso me sentí también de ver que Carmen como co-editora, así como Adrienne y Coqui, de diferentes maneras importantes habían aportado a tan linda y sofisticada publicación, junto con los otros todos que colaboraron en realizarla con tanto cuidado.

           Después, aun queriendo mucho saber cómo había sido mencionado en el libro, hice lo de siempre cuando llega un libro ilustrado a mis manos por primera vez: para familiarizarme con la calidad de su presentación, reviso su cubierta primero y después cada página, en deferencia al orden que sus creadores le designaron. En esa ocasión, me era mas interesante contener mi curiosidad y cederle al orden de revisión que me llevara de la mano. Así daría con mi sección como lo haría cualquier otro lector.

           En realidad, debido a mi larga ausencia del panorama artístico de mi país, no esperaba un sobresaliente reconocimiento en Cien Años de Arte en Panamá. Pero, a pesar de mi largo alejamiento del “escenario” desde 1985, sentía que durante la docena de años en que expuse mi trabajo al público panameño con regularidad, logré dejar un historial artístico diferente…y en alguna medida importante para nuestra nación. Para honrar el linaje de mis antecesores he procurado que mi breve aporte a la historia del arte de mi tierra haya resultado educador. Anticipaba por lo menos, encontrarme con esa distinción en el libro. De seguro Coqui, Carmen, Adrienne—y el MAC—estarían de acuerdo conmigo.  Al menos eso supuse.

Algo en particular del artículo de Yovanska en el Panamá América no me fue evidente cuando lo leí. Me di cuenta mientras ojeaba las páginas del libro y pasé de la 23 a la 24. Sin número, a la izquierda, la 24 estaba toda en blanco. A la derecha, la 25 vestía un fondo de color terracota satinado con un tintecito de amarillo…y en media página lo siguiente:

DEL CINCUENTENARIO A LA INVASIÓN

EL ARTE CONTEMPORÁNEO EN PANAMÁ

1950 A 1990

Y en la parte de abajo de la página:

MÓNICA E. KUPFER

           Me sorprendió ver el nombre de Mónica. Entre los nombres que reconocí en el artículo del Panamá América, no hubo mención alguna al de ella. De haberla, su nombre hubiese saltado a mi atención más que los otros. 

           Mónica es especial. Juntos, en buenas ocasiones a solas, compartimos tiempo de gran significado y de sensible comunicación, sobre todo durante los setenta y ochenta, cuando participábamos en el efervescente movimiento artístico en nuestro país. Nos estimulaba el ideal de darle frescor a la manera en que la ciudadanía aprecia la variedad expresiva que le aportan los artistas al enriquecimiento cultural de la nación. 

           La inteligencia y la capacidad académica y catedrática de Mónica para ilustrar los valores históricos del arte eran distintivos que mucho le admiraba. Durante un tiempo nuestra amistad disfrutó de una camaradería intelectual estimulante que cultivó un afecto legítimo y de abierta honestidad. Mónica se hizo amiga de la familia, y en ocasiones nos visitó en Coco Solo, y la tuvimos de visita especial en nuestra cabaña de montaña en la región de Cerro Punta. Por medio de ella conocí a Vango, personaje colorido que hasta la fecha le tengo un enorme cariño y cuyo sentido de humor me hace reventar en risa.

           Mónica vive con mucho amor en mis recuerdos. Al sorprenderme su nombre en Cien Años de Arte en Panamá me hinché de orgullo y me llené de ganas de dar con su sección de autoría, la parte del centenario donde sería mencionada mi contribución a la historia cultural de mi país. 

           De seguro, me dije, habrá tomado ella en particular el cuidado necesario para asegurar la legitimidad histórica de lo que es relatado sobre mi arte

           Pero al ir pasando las páginas con lentitud, una a la vez, desde el momento que supe que ella estuvo a cargo del segundo capítulo que incluye los años de mi trayectoria, algo comenzó a incomodarme.

           El libro fue publicado en agosto del 2003. Su preparación tuvo que haber sido un proceso complejo y que quizá tomó años. Se trata, después de todo, de un documento que rinde cuenta de un siglo de nuestro arte. La tarea de su armado requirió mucha investigación, al igual que la recopilación y el escrito de múltiples referencias fidedignas a la vida y el trabajo de los artistas mismos, en particular sobre lo que les inspira. ¿Y quién más que el artista conoce más de su arte en ese sentido que cualquier otra persona? Para el historiador, lo que por voz propia describe el artista de su trabajo es de singular valor, porque hay poco riesgo de equivocación interpretativa. Los hechos son componentes esenciales que enriquecen y solidifican la tarea del historiador. Contar con declaraciones, narraciones, charlas, entrevistas, escritos y demás pastos de dónde cosechar opiniones y testimonios propios del artista, son material de altísimo valor para quienes escriben sobre la historia del arte. 

           Mas que ningún otro recurso de investigación, estos hechos son los que confirman la realidad de la historia del artista y su arte que el historiador pretende reafirmar.

           Y entonces, en cuanto a mi arte, ¿qué diría yo? Durante los dieciocho años que estuve fuera no quiere decir que no era localizable. Al contrario, siempre estuve al fácil alcance de cualquiera, sobre todo de amigos y amistades que cultivé durante los doce años de actividad artística en mi país. Una simple llamada telefónica, un email, o hasta una carta postal, daba conmigo rápida y de manera fácil. Lo que me inquietaba de lo de Mónica, era pensar que estando ella a cargo de tan importante sección del libro, ni ella, ni nadie vinculado con sus preparativos me contactaron para ponerse al corriente sobre mis quehaceres o confirmar datos sobre mi pasado, antes de publicar. ¿Entonces qué información contendrá el libro sobre lo mío? me preguntaba

           Con el paso y la revisión de cada página, la gran incógnita para mí era qué habrán dicho en la sección que menciona mi arte si en dieciocho años ninguno de los involucrados con el libro me contactó para verificar información por boca mía?

           …Hola Rogelio, estamos publicando un libro sobre el arte en Panamá. No hemos sabido de ti en muchos años, y estamos preparando la sección en el libro donde hacemos referencia a tu arte. Nos interesaría que lo revisaras y nos dieras tus observaciones y comentarios para asegurarnos tener los hechos en orden

           Mónica Kupfer, más que cualquiera involucrado en el proyecto del libro, tenía acceso abierto inmediato y directo conmigo. Mónica pudo haberme llamado en la madrugada si así fuera, y feliz hubiese tomado su llamada. Y si su recado hubiese sido el mensaje que acabo de sugerir, sin vacilar viajo a Panamá para reunirme con ella y ponerla al día con los hechos. Conmigo llevaría la variedad de material que tenía archivado y que corroboraría lo que le contara, información que Judy había recopilado durante todos los años de mi carrera: recortes de periódico de críticas y entrevistas, impresos de exhibiciones, mis escritos para Opinión en La Prensa, y sobre todo fotos impecables de casi todas mis pinturas desde 1968 hasta el 2000, lo que incluiría mi trabajo en Miami a partir del ’85 y el que después en Nueva York vendría con un cambio radical de estilo que hasta hoy día desarrollo con gran afán. En resumen, Mónica hubiese, como historiadora, quedado armada hasta los dientes de información exclusiva sobre los hechos de mi arte y lo que tenía yo que decir sobre él.

           Pero nada, ni de ella, ni de nadie, ni pío, nunca, en ningún momento. Y no comprendía porqué. Perplejo, y con más curiosidad aún, seguí pasando las páginas…pero ya no tan lento. Tenía muchas ganas de ver lo que se decía, no de mis treinta años de carrera, porqué de dieciocho no se habían informado, sino de la docena a duras penas investigada en Cien Años de Arte en Panamá.

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