Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 3

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6 de Mayo 1984 #3 – 1984
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 Capítulo — 3

Los vientos de 1968

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Una vez retomamos el ritmo de lo que era vivir en Colón, me propuse a realizar lo que motivó la razón de haber dejado nuestra vida en California. 

          Lo primero que hice fue pedirle a mi hermano, Roly, los estados financieros de las empresas. Me dirigió a Xenia, la secretaria ejecutiva del viejo, y lo que descubrí fue que por más de un año no los había. La contabilidad estaba atrasadísima. Era imposible determinar el estado financiero y administrativo de las compañías. La vaina estaba grave. El trabajo que tenía por delante sería de los fuertes. 

          No me quedaba otra que mantenerme apartado del activismo político y enfocar el grueso de mi atención solo en las compañías. La dinámica de la política me atraía, y desde que era pelao, pero no era suficiente su atractivo para distraerme del objeto de mi regreso a Colón. Necesitaba resolver cómo entrarles a los problemas de las empresas, y rápido. Si eso se venía abajo, mi nueva familia y yo, junto con mi viejo, hermano, y hasta mi tío Negro, sufriríamos todos, las duras consecuencias de la caída. De ser ese el desenlace del cuento, haber vuelto de California terminaría siendo un tremendo error.

          Para aprender cómo echarme al hombro la pesada tamuga del trabajo que me esperaba, necesitaba de los números. Urgía poner la contabilidad al día para ver dónde estábamos parados. 

          Decidí contactar a los auditores de las empresas, y en conferencia telefónica les describí el problema. Les insistí que llegaran a nuestras oficinas en Colón para que vieran de cerca la situación y me asesoraran en cómo debía proceder.

          Al principio en Young & Young no sabían qué deducir de mi llamada. No me conocían. No sabían qué pito tocaba yo en las compañías, y desconocían si tenía autorización para interceder como su representante. Lo único de que estaban enterados era que de los dos hijos de David Pretto, yo era el menor y que había regresado recientemente después de haber estado unos años estudiando en el exterior. Teniendo yo apenas 23 años, sus dudas sobre mi llamada, a decir verdad, eran comprensibles.

          Pero les fui convincente. A la semana llegaron Luis Ovidio y José Antonio, dos jóvenes auditores de la firma. Informados a fondo de nuestro problema, emitieron su reporte, y la firma nos asignó a “Tony” Young para que viajara desde la capital el tiempo que fuese necesario para poner los libros al corriente. El proceso nos tomaría casi dos meses.

          Las semanas reclamadas por el volumen de trabajo, algunas que incluyeron hasta fines de semana, transcurrían sin remedio, y nada agradable. El clima de la política electoral, por su lado, se calentaba. Para principios del año, los delirios partidistas ya habían infestado el ambiente con un maloliente y tóxico vapor de posible trampa electoral. El 20 de marzo se produjo el polvorín político del enjuiciamiento y condena judicial por la Asamblea Nacional del presidente Robles. Se le acusaba de coacción electoral y violaciones graves a la Constitución. Con el respaldo de jóvenes oficiales de la Guardia Nacional (Omar Torrijos entre ellos), la institución castrense impuso el cierre de las funciones judiciales de la Asamblea, y le aseguró a Robles la supervivencia de su presidencia.

 

La tempestad política en que se encontraba el país me atraía…mucho.  El mal tiempo político y social en otras partes del mundo me interesaba igual. Para mantenerme enfocado sobre el objetivo principal de actualizar y organizar los números contables y estadísticos de las empresas lo antes posible, necesitaba de dosis regulares de noticias sobre el acontecer nacional e internacional. Así satisfacía, al menos, mi apetito por estar al tanto de lo que estaba ocurriendo no solo en mi país, sino también en el mundo. 

          La guerra en Vietnam desafiaba el raciocinio con su insensatez, patentizada el 1º de febrero en la imagen del oficial vietnamés, con pistola en mano, ejecutando a un prisionero en plena calle con un disparo a la cabeza. Y el 4 de abril, el asesinato de Martin Luther King obscureció el ideal de los derechos civiles protegidos por la ley que había firmado el presidente Johnson cuatro años antes. El mundo vivía tiempo tormentoso, y el bisiesto 1968 seguiría registrando grandes turbulencias para el mundo. Resultó irónico que, en enero, las Naciones Unidas lo habían declarado el Año Internacional de los Derechos Humanos.

          Pero en esos días de trabajo intenso para las compañías, apenas estábamos a principios del primer trimestre del año. Acababa de pasarnos lo del juicio de Robles. Y aun así logré avanzar hacia el objetivo de mi trabajo.  Mientras progresaba en realizarlo, la auditoría de Tony Young fue exponiendo la precaria situación de las empresas. Era tan serio lo que iban revelando los números, que cabía considerar la posibilidad de quiebra en el pronóstico de las acciones a tomar. Evitarla exigiría medidas drásticas, sobre todo en la manera en que eran dirigidas las empresas. Y mi padre era la figura central de lo que andaba mal. Era evidente que, para tomar las acciones preventivas era necesario cambiar de dirección, o sea, de jefatura.

          Me alteraba tener que aceptar lo que implicaba esa conclusión. Con solo el veinte por ciento de las acciones de las S.A. a nombre de mi viejo, les correspondía a los dueños mayoritarios radicados en París decidir lo que había que hacer. Cuando conocieran el grado y las causas del problema, las cosas se iban a enredar aún más. No solo estaba el puesto de mi padre en juego, sino el de mi hermano…y el mío también. 

          Pero no, no era el momento de sufrir angustia innecesaria por lo que aún no había sucedido. Tenía mucho trabajo de inmediato que atender…y muchísimo en que pensar.

          Decidí postergar rendirle a París informes sobre lo que estaba encontrando, y le pedí a Young & Young que atrasaran el informe de los resultados de la auditoría. En lo personal, necesitaba tiempo para ver si encontraba la manera de controlar al viejo, y poco a poco irle restando el mando de las empresas. ¿Pero para dárselo a quién? ¿A Roly? ¿A mi tío? ¿A mí? ¿Aceptaría París cualquiera de estas opciones? ¡Qué va, ni locos!

          Lo cierto era que no iba a poder dilatar el destape de la verdad por mucho más tiempo. 

          Lo que más me preocupaba era que mi viejo no lucía bien. Su estado físico no mejoraba. Al contrario, lo veía pálido y jalado y lucía tenso, más vulnerable al nerviosismo, y para aliviarse seguía recurriendo a su ginebra y cerveza. 

          Nunca en mi vida vi a mi padre ebrio, pero desde que recuerdo, todos los días tomaba su ginebrita Gordon y su cerveza Balboa, la HB su favorita. Un par de veces me confesó que no estaba durmiendo bien. Me entristecía verlo viviendo solo, inválido, y, por primera vez, seriamente afectado por su progresivo desgaste físico.

          En medio de todo, él, Roly y Negro estaban de lleno metidos en lo de la campaña panameñista, esperanzados de que cuando Arnulfo asumiera la presidencia, la suerte de la familia tomaría un nuevo curso, hacia donde el futuro lucía brillante. “Arnulfo le prometió la Zona Libre al viejo”, me dijo mi hermano con gran seguridad y anhelo. “Eso nos va a permitir que arreglemos nuestra situación. Al fin vamos a poder hacer billete.”

          Me emputaba que se expresara de esa manera.

          Entonces, en un día de abril, Arnulfo llegó a Colón a hacer campaña.  Hizo su entrada a nuestra ciudad por la Transístmica en una larga caravana de autos y camiones que transitaría todo el largo de la avenida Amador Guerrero, cruzando nuestra ciudad de canto a canto.

          Arnulfo iba en el camión abierto, al frente de la caravana. Estaba parado justo detrás de la cabina, sobre algo que le daba más estatura que la de los que estaban a su lado y los otros con él en el camión. 

          Judy y yo habíamos ido a pie desde casa con la intención de dar con la caravana en el cruce de Calle 7 con la Amador Guerrero. Queríamos verla desde la esquina elevada del parque 5 de noviembre donde a pocos metros quedaban las oficinas de nuestra empresa. Cuando nos acercábamos al cruce, nos encontramos con la gran multitud de gente taqueada en la calle, en las aceras, en los balcones, en las ventanas de los edificios a cada lado de la avenida. Vitoreaban con euforia la llegada del camión del Fufo. A medida que se nos acercaba la caravana el bullicio de la multitud subió tanto de intensidad y volumen que el mismo aire se estremecía.

          Decidimos no movernos de lugar. La caravana ya estaba cerca.  No había tiempo para cruzar la avenida y posarnos en la esquina del parque al otro lado. 

          Cuando el camión se acercó, y a Arnulfo lo vemos a clara vista, noto a Roly adentro, junto con otros que estaban del lado del camión más cercano a nosotros.

          No me sorprendió ver a mi hermano allí, entre los notables camaradas del partido. El tipo era echado pa’lante, y estaba de lleno metido en la campaña panameñista de la provincia. Y era militante. Cuando en marzo la Asamblea Nacional quiso destituir a Marcos Robles, y la Guardia Nacional frustró sus intenciones, en Colón se dieron confrontaciones violentas entre manifestantes y la tropa castrense. Mi hermano estaba entre los que se enfrentaron a los militares. Con perdigones incrustados en la palma de su mano, fue arrestado y encarcelado, hasta que nuestra madre, hermana de Anita, quién por la conexión de su especial amistad con Torrijos, logró su liberación pocos días después. 

          Me llenó de orgullo ver a Roly en el camión, y me salió llamarlo.

          “¡ROLY!” le grité con todas mis fuerzas para penetrar el gran ruido colectivo de la multitud en pleno vitoreo. Mi hermano estaba a poca distancia de Arnulfo, del lado del camión donde estábamos nosotros. Escuchó el llamado, y lo vimos buscando entre la gente a ver si daba con quién había gritado. Judy y yo juntos le pegamos un nuevo grito. Y con eso nos vio.

          “¡Ey, Likka bradda! ¡Ras!” Estaba feliz de encontrarnos entre el gentío, y enseguida con la mano y un fuerte “¡VENGAN!” nos animó a subir.

          Ni lo pensamos. Enseguida me abrí paso entre la gente llevando a Judy de la mano, y una vez dimos con el costado del camión, la tomé por la cintura y comencé a guiarle como treparse. Entrecerré mis manos y dedos para crearle un “escalón” y la alcé lo suficiente para que Roly y otro la agarraran y la izarán dentro del camión. Yo seguí detrás.

          De pronto, ahí estábamos, en el núcleo de enfoque de la energía del gentío, todo el clamor de la multitud, dirigido y concentrado en la figura carismática de Arnulfo. Nunca había visto cosa igual. En la Plaza de Santa Ana después de clausurada la convención Panameñista del 64 que presidió mi padre, no pude apreciar la dimensión física de los 50 mil simpatizantes que habían llegado a verlo. El tamaño de la muchedumbre no se apreciaba a la vista; estaba dispersa y seccionada por los entrecruces de calles angostas del Casco Viejo. Pero en lo recto y ancho de la Amador Guerrero, la imponente vista de la densa multitud se extendía por todo el largo de la gran avenida. Desde el camión, observábamos Judy y yo con asombro el mar de pueblo en su estado de eufórica fascinación con Arnulfo Arias Madrid. 

          Con este arrastre popular se puede hacer buena patria, me dije. Y en ese momento opté por respaldar la nómina Panameñista, sin dudas de que Arnulfo se llevaría la presidencia en banda. 

          El jueves 30 de mayo de 1968 Arnulfo fue declarado vencedor por un margen de 41,545 votos. El martes, primero de octubre tomó posesión, por tercera vez en la historia, del cargo de Presidente de la República.

          La llegada del vendaval nacional que nos esperaba más adelante no dio oportunidad ni señal alguna para anticiparlo.

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