Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 11

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Guía del existir — 1982
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Capítulo — 11

Las cartas sobre la mesa

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“No sé, Rogelio. Es muy seria la situación. Es una cantidad de dinero muy importante. Lo que ha hecho David, tiene y va a tener duras consecuencias en el futuro. No sé si vamos a poder soportar el golpe y continuar.  Por lo menos no puedo dejar que esta situación siga.  Hay que tomar drásticas medidas. Voy a tener que consultar un abogado y determinar qué acciones tomar contra tu padre. Esto no puede quedar así.”

            No me esperaba otra reacción de Jean. Venía preparándome desde mucho tiempo para ese momento, y había llegado. Una vez en la oficina, y después de que Jean saludara al personal, nos encerramos en el despacho del viejo donde tenía él un segundo escritorio. Era el que su padre usaba cuando hacía su viaje anual.

            Comencé mostrándole la auditoría formal de Young & Young, y le conté cómo les había insistido en que la prepararan. Le dije también del tiempo que le habíamos dedicado Tony Young y yo en poner la contabilidad al día. Le presenté reportes estadísticos y de contabilidad interna adicional que le tenía para que pudiera estudiar los números con detenimiento. Y para serle totalmente transparente, también le exhibí la contabilidad y documentación de Compañía de Distribución, S. A., sociedad que el viejo formó para comerciar artefactos eléctricos menores a Sud América, en especial radios portátiles pequeños, cuya alta demanda era generada por el Mundial de Fútbol de 1970 pronto a celebrarse en México.  A la vez aprovecharía incluir perfumería, en especial la de la compañía en la Zona Libre. De esa manera el negocio de Jean sería también beneficiado de manera directa por el vínculo de Compañía de Distribución con su compañía en Zona Libre.

            Me imagino que de esa manera el viejo esperaba librarse en cierto modo de su apretado compromiso y dependencia con las empresas de perfumería adueñadas por el joven francés, y en las cuales Papá era solo socio minoritario. No sentía por Jean ese grado de entregada devoción y gratitud que sintió por su padre. No le era igual el sentido de obligación que sentía por Jean. Y tal vez esa diferencia de lealtades fue lo que contribuyó, en parte al menos, a que tomara decisiones que no le correspondían.

            Pero, por otro lado, Papá también tenía nueva ambición por abrirse campo comercial de manera independiente. Ahora como destacada figura política, pensaba que ese estatus podría traerle nuevas oportunidades de negocio. De hecho, además de Compañía de Distribución, había formado con su mejor amigo Matías una empresa para comprar, pilar y distribuir arroz de marca Picofeo—como en Panamá es llamado el Tucán.  La sede del negocio quedaba en una propiedad que el viejo había conseguido en Chilibre, pegadito a la Transístmica, cerca de la comunidad de Buena Vista. 

            Del negocio de arroz también le rendí un informe a Jean. No le había ido bien a Papá con ese proyecto y ya no existía. Lo que le quedó fue una fuerte deuda de financiamiento del equipo…y la pérdida de la gran amistad que había compartido durante décadas con Matías, su socio.

            En cuanto a los negocios con Brasil, estos le fueron promovidos por personas oportunistas que conoció en la política. Eran negocios de mucho riesgo y tenían que hacerse con personas en Brasil y Paraguay desconocidas y sin comprobada confianza. Papá, de corazón honesto, demasiado confiado y sin malicia empresarial, a la larga perdió mucho dinero y adquirió deudas con abastecedores de mercancía en la Zona Libre que se vio obligado a pagar para mantener su reputación en el ámbito comercial. Resultó irónico que, después de todo se vio obligado a recurrir a las empresas de Jean para salirse de los aprietos financieros en que se vio metido por desdicha.

 

“Comprendo cómo te sientes” le respondí a Jean. “Y tienes todo el derecho, y tienes toda la razón de sentirte defraudado y desconfiado de cómo se han manejado tus intereses aquí en Panamá. Yo, en lo personal, me siento muy avergonzado que tengas que enfrentar este grado de desilusión y preocupación. Y más, por una falta grave de parte de mi padre, tu socio. Al pedirte que vinieras sabía que ibas a encarar algo bastante serio, y que tendrías que tomar serias decisiones inmediatas, y que te sería muy difícil decidir qué acciones tomar y qué remedios implementar para salir de la crisis.

            “Pero creo que hay una posible solución que evitaría muchos problemas en general, a ti, sobre todo. Tengo buen tiempo de estar dándole vueltas, y entre más la considero y la analizo, mejor la veo como factible. Pero necesitará que te arriesgues, prestándome la confianza de que sea yo quién pueda lograr que la solución funcione. Confiar o no confiar en mí es algo que no puedes determinar, lo sé. Ni tampoco tengo yo como asegurarte confiabilidad, sino con el tiempo y con la prueba de mis logros. Si tendré éxito o no, tampoco estoy seguro, pero sí te puedo asegurar que por razones profundas y muy, pero muy personales es que me comprometería a dar todo lo mejor de mí para lograrlo. Y se puede lograr. De eso estoy seguro…Pero, si tomas medidas legales en contra de Papá, tendría que renunciar y dedicarme a defenderlo, a como dé lugar.  Es cuestión de principio y deber, Jean. No me quedaría otra.”

            Jean quedó callado con lo que le acababa de manifestar. Un tanto incomodo y nervioso alcanzó su cajita de Gitanes que tenía sobre el escritorio y encuentra que está vacía. Desde que lo traje a la oficina se había fumado todo lo que quedaba de ella. Del cartón que traía de reserva en su maletín, tomó un nuevo paquete.  Asumí que debía tener más en su maleta pues el tipo fumaba en serie. 

            Después de quitarle la envoltura, saca un cigarrillo del paquete, le da pequeños golpes sobre el escritorio, y lo enciende con su Zippo de lujo. Aspira largo y fuerte hasta que la punta del Gitanes enrojece. El bendito cigarrillo francés sin filtro era de temer. La noche anterior cuando estuvimos en el bar del Washington le pedí probar uno y enseguida me puso a toser de lo fuerte que era. No pude con él.

            El Gitanes no le duró a Jean, pero sí su silencio. Parece haberlo preferido para pensar en lo que le había dicho. Yo tampoco dije nada. Jean se puso a revisar en su escritorio otros de los documentos que le había entregado, y yo me puse a sumar saldos en la enorme y ruidosa calculadora eléctrica Olivetti de último modelo.

            Pasaron unos diez minutos, cuando Jean de pronto me dice: “Mejor vamos al hotel, no puedo pensar bien aquí. Hablemos en el bar.”

 

Una vez en el bar del hotel no tardó el tipo en bajarse su par de Cointreau’s en las rocas y yo, sintiendo que debía acompañarlo, me empujé un par de escoceses con soda. No era ni mediodía, carajo. 

            Nos sentamos donde había un par de sillones apartados sin gente alrededor, y allí, a medida que le describía mi propuesta de solución, parábamos para discutir algunos de los conceptos y puntos menos claros para él.

            Jean no tenía idea de que ya antes le había presentado al viejo el plan de propuesta, y que lo habíamos discutido, y que había quedado convencido de su viabilidad y su sensatez. Papá había considerado mi solución y la encontró aceptable, al menos en los términos que más tenían que ver con él, y, por supuesto, solo en la medida de que Jean accediera a ellos.  Le pedí al viejo que no se diera por enterado, pues convenía que Jean pensara que la sugerencia de solución, si la aceptaba, provenía de él y que él se la estaba presentando al viejo por primera vez para que la considerara.

            “Me parece bien, mijo. No me agrada mucho la idea de no decirle que ya me hablaste del tema, pero veo tu punto, y puede que tengas razón. Jean se sentirá mejor si él me hace la oferta. Sé que tus motivos son buenos, mijo. Y Jean es buena gente.”

            Ahora, me tocaba convencer a Jean.

 

Tanto por protocolo como por que era lo esperado, dado la condición física del viejo, a Jean le tocaba ir a casa de mi padre para darle su saludo protocolar, y a la vez discutir entre los dos el problema de la deuda. Eso tenía a Jean muy nervioso. Pero se calmó bastante durante la larga conversación que tuvimos en el bar sobre los puntos de propuesta en mi plan.

            Como primera medida, le sugerí que como pago de la deuda aceptara el veinte por ciento de las acciones de ambas compañías que poseía mi padre. Meses antes había tirado cálculos con la ayuda de Tony Young y era factible que, en menos de cinco años, si las compañías reportaban resultados positivos de superávit, cómo los que tenía previsto en mis proyecciones, Jean recuperaría todo el dinero que le debía Papá a las empresas.

            También le propuse que, aunque estaba seguro de que él ya había decidido que Papá tenía que salir de la empresa, que lo removiera solo como figura de autoridad, no como despido de represalia. Que más bien le reconociera—aun siendo responsable por su falta—su innegable e indiscutible valor y aporte como cofundador de las empresas, y le ofreciera una modesta pensión de jubilación. Después de todo, su padre había lucrado buen dinero durante los muchos años de productividad que le reportó mi padre. La medida, además, resultaría positiva para la relación que tendría la nueva gerencia con el personal que heredaba. También se reflejaría bien en la percepción de la comunidad colonense que desde tiempo atrás consideraba a Papá con mucho aprecio y respeto, en especial los que recordaban su trágico accidente y admiraban la manera cómo pudo echar pa’lante superando sus peores consecuencias.

            Por último, le dije: “En cuanto a mí concierne, lo que te propongo tal vez lo consideres descabellado de mi parte, dada mi juventud y poca experiencia en el manejo de empresas, pero te aseguro, Jean, que con el tiempo de experiencia que llevo desde que regresé de California con los cursos claves de administración de negocios que tomé allá, me siento del todo capacitado de conocimiento y ambición para surgir y hacer prosperar las empresas como merecen. Y lo que más estimula mi empeño en lograrle ese éxito a las compañías es el fervor de asegurar que mi éxito merezca la recuperación de las acciones que mi padre se ve tristemente obligado a entregar. 

            “Mírame a los ojos, Jean, y verás en ellos la razón de mi determinación en alcanzar esa meta. Y mi éxito en ello, será el tuyo también. Lo único que necesito para ararle el terreno a mis metas, es tener el mando de las empresas, y que mi padre y el personal sean informados de ese hecho por boca tuya de manera formal. Yo me encargo de lo demás.»

            Jean quedó callado de nuevo, pensando. Bebió de su trago y de viaje tomó otro Gitanes de su paquete. Por sus erráticos movimientos y su mirada de incertidumbre, era claro que estaba nervioso nuevamente. 

            “Sé qué a pesar de lo que te proponga, Jean, eres tú quien tendrá que tomar la difícil decisión de confiar o no en mí. Eso, por supuesto, es algo que te toca a ti resolver. Pero te sugiero que lo pienses pronto y decidas, porque si aceptas asignarme la dirección de las empresas, es importante que nos pongamos tú y yo a trabajar juntos de una vez. Estoy con ganas de darle marcha adelante a varios proyectos que tengo pensado para desarrollar y aumentar las ventas de las empresas, y necesito de tu apoyo. Hay mucho que mejorar en el mercadeo de los productos y líneas que representamos, y en la manera que controlamos los inventarios para abastecer demandas en fechas claves. Las Navidades llega en pocos meses y la temporada turística en el Caribe comienza pronto. No hay tiempo que perder.”

            Todavía en silencio, el francés le da una ultima aspirada larga a su Gitanes y lo apachurra en el cenicero. En tono bajo y reflexivo me dice: “Caramba, no sé qué pensar, pero me gusta que te sientes confiado y con ganas de trabajar, pero…”  Saca un nuevo cigarrillo del paquete, levanta su trago vacío al bartender en señal de que quiere otro, y continua. “Pero tengo que pensar sobre lo que me has dicho y primero tengo que ver a tu padre. También quisiera hablar con Judy, si me permites.”

            Esa de Judy me agarró de sorpresa. “Por supuesto, Jean.”

“Voy a quedarme aquí en el hotel hasta como las 3, para mirar algunas cosas y pensar. Ven a buscarme a esa hora y arregla con David para que lo vaya a ver esta tarde. Y después de tu padre, si ella puede, quisiera hablar con Judy.”

            “Está bien, Jean. Aquí estaré a las tres.” Terminé mi trago y regresé a la oficina. Iba a terminar siendo un día pesado y tenso.

 

Jean llegó a hablar con el viejo, y le manifestó la gran inquietud que le estaba causando lo que había llegado a aprender por iniciativa mía en querer informarle, acción que el mucho me agradecía.  Que después de estar pensando sobre la seriedad del asunto, la única solución que se le ocurría era proponerle un posible acuerdo para el pago de la deuda. Y, tal y como yo le había recomendado, le propone a Papá mi plan como si fuese él quien se lo sugería.  Le recomienda al viejo que lo pensara bien y le dice que quería que volvieran a hablar al día siguiente sobre el asunto para decidir que pasos tomar. 

            Quedaron en reunirse en la mañana antes del mediodía. 

            Papá se veía apenado pero tranquilo, y le agradeció a Jean su comprensión y se disculpó por no haberle sido más honesto. 

 

De dónde el viejo salimos Jean y yo aliviados de la tensión que habíamos acumulado desde comienzos del día. Se nos había quitado un gran peso de encima.  

            En el auto, camino a casa, hablamos poco hasta que llegamos.  Una vez en casa le presenté a Judy y a Charissa. Chari tenía un poquito más de dos años, y apenas Jean la ve, queda enamorado de nuestra hijita …y ella de él. Tanto fue la química entre ambos, que mientras charlábamos en la sala esperando la cena que preparaba Iona, nuestra cocinera de origen Jamaiquino, Chari se la pasó sentada sobre las piernas de Jean. En su jerigonza infantil, algo le explicaba sobre cualquier juguete o objeto de interés que tenía a su alcance. Jean le prestaba toda su atención. 

            Con Judy, fiel ejemplo de las virtudes sociales de sus padres, el Frances entabla una cálida charla diplomática y enseguida es notable que también se han caído bien. El menú de la cena era de mondongos con papas y garbanzos, arroz, plátanos y ensalada de espárrago y tomate, y para beber, chicha de granadilla. El postré fue un exquisito volteado de piña, mi preferido.

            Jean hartó, y después de tomarnos un brandy, pidió hablar con Judy en privado. Subieron a conversar en el estudio, donde Los Changungos dimos  nuestras partidas de dominó y donde trabajaba cuando estaba en casa.  

            A los veinte o treinta minutos bajaron los dos, y de allí Jean pide regresar al hotel. 

            Con las ventanas abiertas tomé ruta para el Washington por el Paseo Gorgas. Era mi lado favorito del litoral, y de muchos colonenses. Era ideal para izar y volar cometas en los vientos del verano que en unos meses nos visitarían.  

            Jean se veía tranquilo a mi lado, pero estaba callado. Mantenía su mirada hacía el panorama al otro lado de la bahía, hacia Coco Solo, donde en unos años nos mudaríamos Judy y yo con nuestros hijos. Los muelles y edificios de la base naval de Coco Solo y su comunidad, y el rompeolas a distancia era una de las vistas que desde mi niñez vive en relieve en mi recuerdo de los días en que hidroaviones de los estadounidenses despegaban y aterrizaban a diario sobre las aguas al otro lado de la bahía. 

            Cuando dejamos atrás el asqueante trecho amurallado del perímetro del Guardia Vega, el Paseo Gorgas nuevamente nos dirige al litoral norte de Colón donde se nos presenta de nuevo la hermosa vista de la bahía. Jean, callado aun, contemplaba el panorama distante, ahora del rompeolas y barcos anclados esperando turno para su cruce del canal con el reflejo de sus luces tiritando sobre el apacible temblar del mar en lo temprano de la clara noche Colonense. Eran las vistas que yo veía de costumbre, y casi le hago saber de ello a Jean. Pero decidí no invadir su silencio.

            Al bajarse del auto en la antigua entrada del hotel, me dice en despedida: «Gracias, Rogelio, por haber sido tan franco conmigo. No he decidido todavía qué hacer, pero te prometo que mañana habré tomado una decisión.»

            “Hasta mañana entonces, Jean. Que descanses. Te recojo a las ocho menos quince ¿no?”

            “Sí, por favor. Buenas noches.”

            De regreso en casa, le pregunté a Judy de qué le había hablado Jean.

            “Me preguntó cómo nos habíamos conocido” me dice. “De cómo había sido mi infancia en esta casa, y me preguntó de mi Papá y Mamá, cómo eran ellos. Y después preguntó que si te creía capaz de poder manejar las empresas.”

            “Y ¿qué le dijiste?”

            “¿Qué crees? …Claro que eres capaz. Te conozco. Cuando te empeñas en conseguir algo, lo consigues.”

            Le sonreí y nos dimos un abrazo cálido y amoroso, y relajante. Lo necesitaba. Entonces me puse a jugar con Chari antes de ponerla a dormir.

 

3 comentarios sobre “Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 11

  1. La historia de sus padres me llenaron de (lagrimas) emoción. Ojalá se pudiera hacer un guión para llevarlo a la tv o el cine. Es bueno dejar un testimonio a nuestro hijos, nietos y porque no a la patria. Escribí algo parecido de la historia familiar que involucra a tres generaciones. Saludos.

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