Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 12

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Adiós de Lesseps — 1982
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Capítulo — 12

Viento en popa

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Era casi las tres y treinta de la mañana. La habitación no tenía luz alguna encendida, pero su puerta estaba abierta cuando entré. A través de la ventana interna, las lámparas fluorescentes del pasillo alumbraban a medias el interior del cuarto donde acababa de morir mi padre.

            Arnaldito, amigo colonense y médico del hospital del Seguro Social, nos había llamado a Colón al anochecer para decirnos que el viejo tal vez no duraría la noche. Según él, ya no había nada que los médicos pudieran hacer. Enseguida tomé carretera con Judy. Cuando llegamos al hospital cerca de las diez y media nos pusimos al tanto con Arnaldito y los médicos sobre el estado de Papá. Estaba inconsciente pero estable, nos dijeron. Ahora era cuestión de esperar.  

            Al llegar a la habitación después del reporte de los médicos, nos encontramos con dos señores de origen humilde, sentados en silencio en dos de las sillas que tenían vista de mi padre, arropado hasta los hombros, en la única cama de la habitación. Respiraba fuerte en cadencia pareja. Al saludarnos, los dos visitas se despidieron, quedando Judy y yo solos con Papá. Cerca de las dos de la mañana, decidimos que mejor sería registrarnos sin demora en El Continental de Vía España para tener donde descansar si acaso Papá alargaba su partida más allá del pronóstico de los médicos. Arnaldito nos acababa de reportar que duraría unas cuantas horas más. Fue cuando decidimos ir enseguida al hotel, y así tomar un descanso de minutos y regresar enseguida al hospital. Aprovecharía el hotel para lavarme la cara y pedir café y un emparedado antes de regresar. Judy estaba muy agotada y decidió tomar un reposo más largo. Ella tomaría un taxi después.

            En menos de una hora de estar en el hotel, y en el momento que comía la hamburguesa con queso que había pedido, recibí en la habitación la llamada de la enfermera en la policlínica. 

            “Señor Pretto, lo siento mucho…le informo que su padre ha fallecido. No sabemos la hora exacta. La enfermera de turno fue a ver cómo estaba, y se dio cuenta entonces.” 

            Fui enseguida al hospital, sin Judy. Necesitaba estar solo. Manejé con una dolorosa rabia interna. Quería mucho estar presente cuando muriera mi padre, ¡carajo!

 

Cuando entré en la obscurecida habitación, encuentro que dos hombres jóvenes envolvían, con papel grueso corrugado, tendido sobre la cama, el escuálido cuerpo de mi viejo. Pronunciado por la media luz que les daba, me llamó la atención el color obscuro del papel en contraste con los tonos sutiles del blanco de la cama y los paños de marrón pastel a su alrededor. Mientras reaccionaba a aquellos detalles estéticos de la habitación, sentía con trágica ironía el hecho crudo de la escena que presenciaba: el cuerpo que envolvían en esa colorida semi obscuridad era el de mi padre. 

            Y me congelé. 

            No sabía qué hacer. Quería decirles a los dos jóvenes que pararan, que se fueran, para al menos tener yo un momento privado con mi viejo y despedirme de él por última vez con el dolor de no poder hacerlo antes de su partida. 

            Pero no dije nada. Estaba enredado, afligido y preso del estupor que me estaba causando el desorden de sentimientos y pensamientos que sufría en esos momentos. Lo único que pude hacer fue sentarme en una de las sillas que tenía cerca y desde allí mirar a los dos auxiliares darse a la tarea de envolver a mi querido viejo para trasladarlo al congelador.

            No crucé palabra alguna con los jóvenes durante todo el oficio de envoltura…y hasta cuándo se llevaron el cuerpo de mi padre. 

            Allí, sentado, permanecí inmóvil por no sé cuánto tiempo. Cuando al fin me paré, fui a la estación de las enfermeras para preguntar qué me tocaba hacer, y me pidieron que firmara un documento, y luego me dieron la copia antes de irme.

            Solo, en el ascensor, subiendo al noveno piso del hotel, fue cuando comencé a sentir el peso de la profunda tristeza que me causó haber compartido ese penoso final con Papá. Mi viejo había muerto envuelto en soledad, y yo no estuve a su lado cuando entregó su último aliento de vida. No estuvo nadie. No detuve a los dos auxiliares. No me despedí de mi padre, mi viejo querido. No debí irme al hotel y dejarlo solo. La memoria de la triste escena que presencié, y en que participé, y la parálisis de psique que sufrí, la cargo, pesada, hasta el día de hoy. Si la recuerdo con demasiada claridad lloro, todavía adolorido de angustia.

            Con el tiempo, igual sería afectado por otros recuerdos de mi viejo, de oportunidades perdidas, que de haber sido yo menos inmaduro, no las hubiese dejado de aprovechar. El hecho de que mi padre ya había partido del todo y que jamás lo volvería a ver, hizo que todos esos momentos desaprovechados burbujearan en un creciente sentir interno de culpa.  No de haber hecho mal, si no por estar falto de madurez y presencia mental. Con razón rompí a llorar cuando me le pegué a Santa en el cementerio. Verlo, desmoronó el dique de todo lo que había acumulado desde el hospital, y desde el momento en que fui sorprendido por la cantidad de gente en la catedral.

            Durante su entierro, me preguntaba ¿quién fue mi padre? ¿Quién había sido esta personalidad, esta figura de hombre que no llegué a conocer como ahora me hubiese propuesto con inquebrantable intención y compromiso? Ya no había oportunidad alguna para amistarme con él y conocerlo más allá de ser solo mi querido viejo. Y para colmo, se fue cuando más ganas tenía de demostrarle lo bien que estaba administrando las compañías ahora que tenía casi medio año dirigiéndolas.  Estaba por comenzar a preparar el informe de los resultados de mi primer semestre para mostrarle con orgullo lo mucho que había logrado en tan poco tiempo. 

            Cuando en su viaje, tras la renuncia de Papá, Jean me había nombrado Director Ejecutivo y Representante Legal de las empresas. Apenas informó al personal del nombramiento, enseguida tomé cargo de todo lo concerniente a ellas, hasta de sus finanzas y responsabilidades fiscales, todo el manejo administrativo de las empresas, y todo lo que involucraba a los empleados de las sociedades. A los más antiguos no les fue fácil al principio aceptar que yo fuera su nuevo jefe. Me habían visto desde niño llegar a menudo a las oficinas, y cómo adolescente solo unos pocos años atrás, comportándome como tal.  Ahora con apenas veintitrés años, se les hizo difícil reconocer que yo contaba con la autoridad y responsabilidad para liderarlos. Pero, una vez neutralicé el único incidente de rebeldía interna, di arranque a las reformas administrativas que requerían de mayor atención. Mi gran deseo era de demostrarle y asegurarle a Papá que estaba en camino de cumplirle mi promesa de recuperar no solo el veinte por ciento de las empresas que había perdido, sino mucho más. Mi meta era asegurar que mis resultados en cinco años fueran tan sobresalientes, que Jean no le quedaría otra que hasta tal vez ofrecernos la mitad de las acciones. 

            Pero ahora, ya no tendría al quien yo más quería impresionar—el proposito que alentaba mi ánimo para alcanzar las metas a que me había propuesto. Con la partida de mi viejo, se me desvanece el ideal de inspiración que me permitía tolerar el poco atractivo que le tenía al oficio de comprar y vender cosas. Tenía que agarrarme de otra fuente de motivación, de algo que estimulara nueva ambición y empeño en reemplazo del deseo de demostrarle a mi padre lo que su hijo menor—el ahuevaito—había sido  capaz de lograr.

 

Cuando volvimos a abrir las oficinas después de cerrarlas dos días por duelo, Xenia, mi secretaria ejecutiva, quién había llegado temprano en la mañana, encontró en el Teletipo un cable de Jean que nos había llegado desde París la noche anterior. Lo dejó sobre mi escritorio a clara vista para que lo viera cuando llegara a mi oficina.

PARÍS, 24 DE ABRIL,1969

…ESTIMADO ROGELIO. QUIERO EXPRESARTE MI MAS SENTIDO PESAR POR LA MUERTE DE DAVID, TU PADRE, QUIÉN COMO MI PADRE, TRABAJÓ ADMIRABLEMENTE Y FUERTE CONTRA GRANDES OBSTACULOS PERSONALES Y MATERIALES PARA CREARLE UNA BASE DE SEGURIDAD ECONOMICA PARA SUS HIJOS Y FAMILIA. SE QUE TU Y YO HAREMOS IGUAL QUE NUESTROS PADRES. TE ANIMO A QUE TOMES ENERGIA Y FIRME PROPOSITO PARA LLEVAR A CABO LOS PROYECTOS Y LOS PLANES QUE DISCUTIMOS DURANTE MI ESTADÍA EL AÑO PASADO. ERES EL DIRECTOR GENERAL DE LAS COMPAÑIAS EN QUIEN HE ENTREGADO TODA MI CONFIANZA, YA QUE TIENES EL MANDO COMPLETO QUE PEDISTE DE LAS EMPRESAS. TUS OBJETIVOS SON EXCELENTES. ADELANTE, YO TE APOYARÉ EN EL CAMINO. ESTOY PARA LO QUE ME NECESITES…CON MUCHO RESPETO Y APRECIO…JEAN     

            Jean tenía razón, el camino por delante era el clarín para el llamado a la acción. Mi parte de la batalla la tendría que rendir de buena forma, pero solo. Max, mi tío, había renunciado tras una tonta diferencia que tuvimos. Se le hizo imposible entregarse al hecho de que yo era su jefe y que tenía la última palabra en el asunto. Mi hermano, por su lado, hizo nueva vida en el exilio y no quiso regresar a su tierra sino hasta años después con Liz, su tercera esposa. A el también le resultaría difícil verme como director general de las compañías que una vez pensó quedarían bajo su dirección. Qué irónico desenlace del pedido de ayuda que me hizo cuando me llamó a California desde Miami. 

            No me tocaba otra que echar p’alante. Tenía que izar nuevas velas de entusiasmo por mi cuenta y echar mi nave al viento del deber para conquistar los nuevos retos que era de enfrentar. Cualquier idea de hacer arte brillaba por su ausencia. 

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