Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 15

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Centinela — 1981 …(pulse)

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Capítulo — 15

Con remo en mano

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“¡Soy pintor!” le grité a Judy desde el baño en el instante en que me vino a la mente. Estaba en casa bañándome ese sábado a mediodía cuando sentí el claro llamado del horizonte a que debía dirigirme. Al fin, después de 15 meses, había salido de la niebla. “¡Sé a qué me voy a dedicar!” le exclamo, eufórico, aliviado de que al fin había terminado la incertidumbre. ¡Ya sabía que coño hacer con mi vida!

        Cuando Judy me escuchó desde nuestra habitación, pensó que lo de pintor se refería a pintar casas. No se imaginó que se trataba de crear arte. Desde un tiempo atrás venía preocupándose de que era posible que yo quedaría sin empleo y sin ningún plan de contingencia. Tenía meses de verme deprimido, sin saber de qué otra manera ganarme la vida que no fuera en algo relacionado al comercio. Cada día me veía más insatisfecho con mi situación, y le preocupaba mucho el creciente deterioro de mi estado de ánimo. Una anotación en su diario el lunes de esa semana recoge su inquietud:  

        “…Estos son momentos muy tristes… Pobre Rogelio, debe estar desesperado, sintiéndose solo, asustado…mi corazón duele por él. Yo también he estado nerviosa…Tiene que ser fuerte y estar seguro de si, aunque no sepa lo que traerá el mañana…”

        Aunque le mortificaba pensarlo, Judy ya venía considerando la necesidad de tener ella que ir en busca de trabajo. Eso le estaba comenzando a mortificar.  Con razón, cuando grité en el baño, nada celebró que a lo que me dedicaría fuera el pintar casas, siendo yo todavía un director de empresas, aun que me estaba causando tanto martirio serlo. Nada de imaginarse de que en esos momentos me había liberado de esa encrucijada. Dejé de verme como empresario y vi en mí al artista que siempre había sido. Y en ese momento fue que decidí ir en busca de la profesión de pintor.  Por qué no lo había visto antes no tenía idea, pues me era tan obvio en el momento que se me ocurrió mientras me bañaba. Los meses de contradicciones y conflicto interno habían terminado.  

        Secándome a medias, me envolví la toalla sobre la cintura y enseguida fui a compartir mi euforia con Judy.

        “Siempre he sido artista, mami, solo que hasta ahora es que me vengo a dar cuenta de ello. Cuando pelao me la pasaba pintando y dibujando. Le metía largas horas al trabajo sin prestarle atención al tiempo. Cuando los aguaceros  me obligaban a permanecer en casa, a menudo recurría al arte para pasar las horas encerrado, felizmente embebido en mi trabajo. Cuando no hacia arte, me metía en algún trabajo manual que requería creatividad y concentración y durante horas.”

        Judy me escuchaba, pero le notaba que le era difícil procesar el grado de la revelación que le estaba anunciando. Se sentó en nuestra cama mientras yo seguía hablando, parado frente a ella, con la toalla todavía en la cintura. Estaba acelerado, y con mucha intensidad en mí hablar, tanta que a veces le tartamudeaba.  

        “Mira, por lado de los Villaláz, cuando mis tías y tío veían lo que pintaba y dibujaba me decían que el talento para el arte lo llevaba en la sangre, y tan natural me resultaba el trabajo que siempre les creí, porqué de veras me venía fácil dibujar y pintar. Pero a medida que crecía en la vida, no hubo lo  que me estimulara el avance del talento. En casa, mi vieja no me lo celebraba mucho, en parte porque no le veía seguridad económica alguna a la profesión de artista, viniendo ella de una familia repleta de artistas, incluyéndola a ella, todos con algún problema de dinero. En mis cuatro años de preparatoria militar, menos oportunidad hubo para hacer arte. Pero yo nunca dejé de sentirme confiado en mí habilidad natural por crearlo. Me siento capaz de dedicarme al arte como profesión. Aprenderé como es el oficio de artista.”

        “Pero eso que tuviste con el arte fue hace mucho tiempo, Papi. Y lo único más reciente que has hecho son esos pocos acuarelas que hiciste hace unos años, y los dibujos y pequeñas cosas con que te diviertes últimamente. Eso no me parece suficiente para que confíes en que tendrás éxito.”

        “Mira, al baño entré angustiado por seguir trabado en no saber qué hacer con mi vida cuando salga de las compañías. Y como están las vainas, eso puede darse en cualquier momento. Y pensé, otra vez, que nada deseaba más que encontrar la clase de trabajo al que le daría todo mi empeño por la manera que me satisface cuando lo hago. Mientras me enjabonaba bajo la ducha, pensé en los tipos de trabajos que me podrían atraer en ese sentido, y me pregunté si en mi pasado había practicado alguno que me haya hecho sentir ese grado de satisfacción. Y me vinieron solo dos a la mente: la carpintería…y el arte. Y en ese instante, recordé lo que me decían mis tíos de mi habilidad… Y se me prendió el foco: ¿Por qué, entonces, no hacer arte para ganarme la vida si la capacidad para hacerlo me viene tan natural y me satisface tanto el hacerlo?”

        “Pero tú nunca has pintado seriamente. Te falta mucho que aprender, mucho. Tampoco has tomado clases. No es trabajo suficiente para poder determinar si estás capacitado para ganarte la vida como pintor.”

        No me resultaba fácil transmitirle a Judy el entusiasmo y la confianza que estaba sintiendo, y que la idea de realizarme como pintor me estaba fascinando y llamando la atención en todo sentido, y que por estar sintiendo lo que sentía, estaba dispuesto a hacer el intento. Pero ese grado de entusiasmo que le estaba demostrando era precisamente lo que la estaba inquietando. 

        “Yo no sé, Rogelio, la situación en que estamos no es segura, y eso de ser pintor, no se logra así nada mas.”

        “No es un imposible forjarse una carrera como pintor, Judy. Hacer del arte un oficio es solo cuestión de aprender cómo perseguir la profesión de artista, de como abrirse campo en el mercado. Muchos artistas lo hacen, en todos los rincones del mundo. Y desde niño he sabido que tengo un talento natural para crear arte, y de eso me valgo para convencerme.  Y en cuanto a mi capacidad para alcanzar las metas dificultosas que se me presenten y superar los obstáculos que confrontaría, bastante experimentado en ello ya estoy, ¿no te parece? Todas estas experiencias que he cosechado con el comercio me servirán para lidiar con los inciertos y los riesgos que he de confrontar. Tengo algún temor por lo que me espera, te confieso, pero vale la pena sufrirlo por que…no se, por que sí.”

        Judy me conocía lo suficiente para darse cuenta que ya estaba empeñado en ir tras un nuevo sueño, y aunque le asustaba pensar en los problemas que podrían venir, debía prepararse. Ella sabía que yo ya me había encaramado en mi patín, e iría pa’lante a cómo diera lugar. 

        “Bueno, por lo que veo estas decidido, así que tengo mucho en que pensar.  Lo único que te pido es que tomes en consideración que tienes una familia, y dependemos de ti.” 

        “Si mi amor. Siempre los tomo en consideración.” 

        Me había atrevido a dar el salto a lo desconocido y a lo incierto. 

 

Ese encuentro, conmigo mismo, en el baño, marcó el comienzo de un camino repleto de nuevas experiencias y aventuras, que sigue, a cada vuelta, hasta el día de hoy, animándome deseos de explorar horizontes diferentes de creatividad artística. Este relato autobiográfico, por ejemplo, es mi primer intento de escribir un libro. Lo comencé en el 2017, y hoy día, en 2019 (2021 está edición), a los 75 años, le sigo dando retoques, aprendiendo a cada paso el arte de como mejor expresar por escrito algunos de los cuentos de la “película” de mi vida.

        Mis inicios como pintor no fueron un paseo. Tuve mi buena cuota de caídas y retos que superar. Mis primeros pasos los di cuando todavía era comerciante, y no tenía idea de cómo se subsistía como artista en Panamá. No contaba con experiencia previa alguna en el escenario del arte de mi país, ni siquiera como aficionado. Aunque provengo de un renombrado linaje artístico por vía del apellido Villaláz de mi madre, el arranque en el arte lo tendría que dar como novato desconocido. Por consiguiente, el proceso para poner en marcha mi nueva ambición cobró su cuota de angustiante inseguridad y fuertes tropiezos, no solo para mí, sino para Judy también.  En su diario anotó:

“…Rogelio está bastante dentro de sí mismo. Son tiempos duros para él. Estos son momentos muy tristes. Terminar un largo periodo en la vida y comenzar uno completamente diferente, no sabiendo qué es — esa es la parte que da miedo. Solo espero que pueda tomar clases de arte y se realice como verdadero profesional.

…No sé exactamente que voy a hacer yo. Solo sé que tendré que producir $, y eso significa buscar trabajo. Quiera o no…”

 

El deseo de salirme del ámbito del comercio lo sentí por un buen tiempo antes que ese día en el baño. Fue así como cuando de pronto se nos desvanece el apego por algo a que nos aferramos más por conveniencia que por devoción. De pronto sentimos evaporarse el ideal que le habíamos creado. Pero, el poder desatarnos del objeto del apego, no es cosa fácil; eso ya es otra vaina. En ese sentido, no me resultaría fácil desatar las cuerdas que me ataban a las compañías.

        La dirección de las empresas, el manejo de sus finanzas, el cuidado de su personal (que incluía a mi madre y cuñada), la responsabilidad moral y legal por el estado del negocio, así como toda su organización, dependían de mi liderazgo, o sea, de mí. Conmigo también contaba mi familia—ahora de cuatro con la llegada de Derek en junio del 71. Mi salario en las compañías y los beneficios de los cuales gozaba como director general eran necesarios para mi sustento económico y para conservar el dulce y cálido hogar que había formado con Judy. Habíamos logrado un agradable estilo de vida costeño que estábamos comenzando a disfrutar a menudo. Me aterraba pensar en lo que sucedería sí de pronto quedaba sin trabajo y me viera obligado a buscar otro de apuro.  La inseguridad económica me tenía espantado.

        Antes de dar con el llamado del arte en el baño, fueron pocas las alternativas que se me venían a la mente sobre qué hacer para ganarme la vida. Ninguna me atraía lo suficiente para darle muy seria consideración. Me sentía encarcelado sin saber, ni tener, para dónde huir. En la oficina a menudo sentía sofoco por que ya no me sentía que le aportaba energía genuina y productiva a su ambiente.  Al personal le aparentaba interés en los asuntos de las empresas, y me sentía culpable por el abandono que percibían, pues era obvio que notaban la diferencia en mi entusiasmo por cuidar de sus necesidades y los detalles del negocio. Me frustraba asistir al trabajo en esos estados de ánimo. 

        También, motivo de preocupación ha debido ser el cambio extraño en mi vestir y apariencia. Las camisas y corbatas de última moda y los vestidos a medida de Donadío los había reemplazado por un vestuario casual y desprendido. Influenciado por modalidades que brotaron de la contracultura estadounidense de los 60, me dejé crecer el cabello y las patillas. Andaba en una ingenua búsqueda de valores mas genuinos y menos enfocados en lo material.  

        Pero ahí seguía de Director Ejecutivo, donde me sentía obligado a estar. ¿Qué si renuncio, me preguntaba, y me fajo de salida? Después de todo, yo no soy indispensable; nadie lo es en organizaciones regidas por jerarquías de mando y funciones. 

        Pero en mi caso no era fácil ser reemplazado.  La calidad del liderazgo y el poder general que había ejercido para rescatar a las empresas de su crisis, y en poco tiempo proyectarlas hacia su auge, la pude desempeñar con éxito gracias al esfuerzo y la lealtad de un equipo de personal dispuesto a la batalla…pero eso sí, conmigo al frente, donde los había acostumbrado a que me vieran desde un principio. Si me iba de pronto los defraudaría.  En el fondo, sin embargo, sabía que, de llegarme la oportunidad ideal, no vacilaría en aprovecharla. 

        Verme en esa irónica dicotomía de deberes y aspiraciones era parte de mi martirio interno en que me encontraba. El dilema principal era la mortificación diaria de no saber cómo resolver la encrucijada en la que me sentía atrapado. Por suerte, mis inquietudes y angustias eran amortiguadas con frecuentes visitas a los paraísos naturales que teníamos a tan fácil alcance en nuestra provincia. A menudo Judy y yo tomábamos paseos, cortos o largos, con o sin amigos, a las playas de Colón: las de Piña entre las favoritas de Costa Abajo, cerca de la boca del Chagres, donde en ocasiones hasta acampábamos con nuestros hijos y sus amiguitos los fines de semana largos. Para cortas escapadas de la ciudad íbamos a Sherman al otro lado de la bahía, o a Playa Diablo que quedaba cerca del camino de piedras hacía el fuerte San Lorenzo. En Costa Arriba, algún sábado o domingo nos embebíamos con la ricura de Guanche, nuestro río favorito llegando a Portobelo. Allí también acampábamos fines de semana. A veces, de paso llegábamos a María Chiquita, playa que de pelao visitaba con frecuencia y donde conocí y me enamoré al instante de Judy, quién de once años estaba de paseo de familias en la casa de playa de los Calviño. Y a Isla Grande nos tirábamos en ocasiones, como también a Galeta, que por quedarnos cerquita de la ciudad, nuestras visitas eran cortas. Y, claro, siempre teníamos a mano lo poco que nos estaba quedando del litoral colonense. Para escapes momentáneos teníamos el Paseo Gorgas, el área del Fuerte De Lesseps y los predios del Hotel Washington. Y estaba la ciudad de Panamá, a donde a veces nos disparábamos con Diana y Tommy para cenar, ir al cine, y regresar a Colón esa misma noche. Los carnavales, y en particular el célebre Carnavalito, también eran parte del menú de recursos que estaban a mi alcance para alivianar el peso de mis preocupaciones y darme tiempo para reflexionar.

        Varias veces le di vueltas a la idea de formar empresa propia, pero no lograba atraerme el precio personal a pagar que habría de por medio. Y ofrecerme a otra organización como gerente—oficio que sabía desempeñar con destreza—me daba escalofríos solo pensarlo. De cajón tendría algún superior dándome órdenes, y eso no lo cuajaba bien para nada. En la academia militar, donde el cuestionar la orden de un superior era permitida solo después de cumplirla, no me había ido bien en ese sentido. Órdenes comandadas sin una razón justa las resistía de manera instintiva, como de hecho hice una vez, y sufrí las consecuencias. Por suerte, Jean nunca me demostró su autoridad por medio de órdenes. Y, como director, ejercí mi jefatura máxima en las empresas en base al concepto progresista de que al personal no se le ordena para que obedezca; se le inspira y educa.

        ¿Entonces, si no para una gerencia, para qué otro tipo de trabajo serviría? A veces pensaba que me conformaría con uno que al menos me llamara suficiente la atención para entregarle esfuerzo y empeño a cambio. Me gustaba el trabajo fuerte, pero era esencial que al menos me agradara mucho. El dinero era secundario. Confiaba en que eso vendría de complemento, impulsado ante todo por lo placentero que sería su diario desempeño. 

        Pero si solo supiera ¿qué clase de trabajo era el ideal? Por mientras, me sentía obligado y atado al empleo en que me encontraba. 

        Para aliviarme de los problemas y de la confusión e incertidumbre que sufría, un par de meses atrás había recurrido al arte de la misma manera en que me sirvió en 1968 cuando produje el pringo de acuarelas y el retrato del viejo en carboncillo. El trabajo manual siempre me relajaba, y pintar y dibujar ayudaban a manejar las tensiones de la crisis de aquel entonces y la inseguridad que, como ahora, sentía sobre mi futuro. 

        Pero en esa ocasión, como en la otra, no había entretenido noción alguna de tirarme a ser artista.  Decidí a ver si dibujaba algunas cosas cuando un día en mi garaje hacía carpintería para aliviarme del estrés. Mientras aserraba unas piezas de madera para una tablilla que estaba terminando, me llamó la atención el surtido de materiales para hacer arte que había guardado desde el tiempo de las acuarelas. Los llevé arriba a mi estudio y puse todo sobre la mesa de arquitecto que había comprado en el 68. Sabía que en algún momento me pondría a pintar o dibujar cuando me llegaran algunas ideas para darle arranque. No sabía, ni le prestaba atención, en qué rumbo tomarían esos impulsos creativos. Me atraía solo saber que de cualquier forma el trabajo sería muy relajador.  Sin tocarlos, allí quedaron los materiales varios días.

        En esos tiempos tenía una moto Yamaha 250cc que le había comprado a Chad. A Judy le había conseguido una 125, y juntos—y a menudo con Charlie—tomábamos paseos por la playa o a Fort De Lesseps; a veces por las cercanas afueras de Colón.  

        El sábado de esa semana, en la tarde, regresaba a casa desde Margarita en mi Yamaha con Judy montada atrás de mi. Cuando cruzábamos la Santa Isabel por la Calle 11, un pelao en bicicleta de pronto se nos cruzó en frente, y para no atropellarlo, frené enseguida e incliné la moto para esquivarlo, y sobre el pavimento caímos Judy y yo con todo y máquina. Ella salió ilesa, pero yo quedé con la moto sobre mi pierna izquierda. 

        Un fuerte dolor en la rodilla hace difícil quitarme la moto de encima, y al tratar de pararme con la asistencia de Judy, es claro que no puedo caminar. Judy entonces lleva la moto a casa y regresa con el auto a buscarme. Al día siguiente, la hinchazón y el dolor me obligan a acudir al Amador Guerrero, donde radiografías muestran una raja en el fémur izquierdo. Enyesado hasta el muslo, y en muletas, regresé a casa a media cuadra del hospital donde inicié dos semanas de incapacidad ordenada por el médico.

        Tan bien me cayó la incapacitación, que la extendí otra semana. Pocas ganas tenía de regresar al trabajo. Me dejé crecer la barba, y me desprendí de los problemas en la oficina. Disque para recuperarme del todo, decidí tomarme otra semana más.  Me dio por leer con voracidad. Y también me puse a jugar con el arte. 

        Un día, aburrido, acomodé mis materiales sobre la mesa y me puse a garabatear para ver que imágenes salían por su cuenta. Hice algunos dibujos en carboncillo, otros en grafito, tinta china, acuarela y hasta lápices a colores.  Todas las imágenes reflejaban un estilo medio surrealista, inspiradas por la lectura de temas sobre la ascendencia de consciencia, y como adquirir claridad perceptiva y madurar la sabia esencia de nuestro ser. 

        En esos días también me interesaba desarrollar la calidad crítica en el pensar, para así estimular mi propia sensibilidad por la sabiduría. Sentía que solo con una sobria y realista introspección adquiriría la capacidad para navegar las inciertas mañanas que me esperaban. Los garabatos, hechos sin censura interna alguna de mi parte, reflejaban interesantes aspectos del estado de mi inconsciente, algunos inquietantes. El matrimonio de la lectura y el arte me resultó ideal y liberador…y perfecto para meditar.

        A casi tres semanas de estar con el yeso puesto, fuimos con unos amigos a Güanche. El río se veía cristalino y acogedor, y su playa de piedras al otro lado de donde estacionamos invitaba cruzarlo. Era allí, en ese codo del río, donde solíamos acampar frente a una deliciosa piscina natural de buen tamaño. Por la siempre tranquila corriente que le mantenía cristalina su agua, la piscina era el foco de nuestro deleite cuando visitábamos río Güanche.

        Apenas bajamos de nuestro busito Volkswagen, Judy y los amigos quisieron cruzar de inmediato. Para evitar que se me mojara el yeso, iban a tener que cargarme, cosa que vimos que sería tremenda jodienda sin una canoa o alguna balsa improvisada para transportarme. Así que, a la mierda, dije, y me tiré a cruzar la llanura del río a pie con yeso y todo. Ya no usaba muletas. Cuando llegué al otro lado, el yeso blanco, manchado de tinta escurrida proveniente de las firmas y otros garabatos que portaba, lo sentí pesadísimo. Estaba empapado de agua y, para colmo, se había ablandado y deformado. Tomé mi puñal de su funda y poco a poco me lo fui quitando de encima. Cuando al fin terminé, y me enjuagué la pierna en las cristalinas aguas del río, la noté adelgazada y pálida, pero libre al fin. Con cuidado, me dirigí al área de la playa cubierta toda de redondeadas piedras de colores agrisados. Allí nos posamos unas horas deliciosas para nadar, descansar y charlar a gusto.

        Había decidido quitarme el yeso en el instante en que lo pensé, sabiendo que lo quitaba antes de lo prescrito por el médico. No fue caprichosa la decisión. Tenía días de sentir ganas de quitármelo, pensando que ya no lo necesitaba. Mi pierna tenía que volver a servir su función natural para que sanara del todo.  Darle uso lo hará más pronto, me dije. Y así fue. Con cuidado al andar, mi pierna fue respondiendo y confirmando que tuve razón.

        Durante la semana después del paseo a Guanche, pude gozar de nuevo de mis baños en casa sin el bendito yeso. Desde que desperté temprano el sábado, hasta cuando me di aquel baño al mediodía, me la pasé dándole mil vueltas negativas al hecho de que el lunes tendría que regresar al martirio de la oficina. 

        La lucha interna que cargaba no me permitía disfrutar el baño. Pero mientras me enjabonaba la pierna, la quitada del yeso la vi de pronto como una metáfora que impartía una enseñanza iluminadora. Algo hizo clic en mi cuando relacioné la lección del yeso con la crisis existencial que venía sufriendo, y sentí que las compuertas de mi percepción se abrieron de par en par, como si liberaran el exceso de mis dudas y me hacían claro de que el arte no era lo que necesitaba como terapia relajadora, sino que era más bien el oficio que me tocaba emprender en mi vida.  Fue cuando Judy me escuchó gritar.

        Comprendí que el ser artista requería aprendizaje como lo exige cualquier otra profesión; y si uno siente natural su llamado, entonces ¿cómo no ir tras él?  Tornearlo en oficio profesional era solo cuestión de aprender cómo hacerlo, de ponerse al andar, para así darle formación como carrera. Estaba más que dispuesto a averiguar lo que había que aprender para ejercerla. El talento ya lo tenía; desde que era niño me era evidente. 

        Después del momento de revelación que tuve en el baño esa tarde, se me fue aclarando el nuevo horizonte de retos que me esperaban, y hacia él me dirigiría a todas ganas de allí en adelante. También sentí que había terminado mi lucha interna contra las responsabilidades empresariales que todavía me tocaban enfrentar. Ya no las resentía. Se disipó la fobia que le había cogido a la oficina. Las buenas experiencias, y las difíciles, así como los conocimientos que adquirí durante mi turno con el comercio fueron el conjunto de lo que me condujo al camino que ahora lucía claro y cierto.  En lugar de rechazarlo, mi pasado como comerciante tomó su justo valor, pues fue por haberlo vivido que pude llegar a ese momento revelador.  

        Ahora, iría en busca de mi nuevo futuro en el arte con buen remo en mano.

 

 

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