Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / – contenido

RELATO AUTOBIOGRÁFICO de Rogelio Pretto 🇵🇦

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CONTENIDO

Prólogo

— Capítulos —

1—Encuentro con el olvido                           11—Las cartas sobre la mesa

2—El llamado del deber                                12—Viento en popa

3—Los vientos de 1968                                13—Inocencia perdida — Parte 1

4—El consuelo de la Zona Libre                  14—Inocencia perdida — Parte 2

5—Sorpresas que te da la vida                   15—Con remo en mano

6—Borrón y cuenta nueva                            16—Trujillo: «…ponte a trabajar»

7—Contra viento y destino                           17—¿Por qué?

8—¿Y ahora qué?                                            18—Inquietudes

9—Justo por pecador                                    19—Nada que ver

10—A calzón quitao.                                  .Al final del capítulo 19:

………………………………………………………………………………Mención en Cien Años

………………………………………………………………………………Libro de comentarios de visitantes

………………………………………………………………………………Extractos de críticas en la prensa

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 19

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La mano del predilecto — 1983    (pulse el título)

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Capítulo — 19

Nada que ver

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Quería llegar ya mismo a la parte donde estaría descrito mi pedacito del centenario que cubre el celebrado libro. Revisaba cada pagina con cierta rapidez, y una vez le daba un vistazo, pasaba a la otra con igual apuro; hasta que llegué a la 63. Allí me encuentro con el título: LA CRISIS POLÍTICA Y EL ARTE AL FINAL DE LOS AÑOS OCHENTA. 

            Aquí debe ser, me dije. Había llegado a la sección donde seguro sería mencionado en Cien Años de Arte en Panamá. Enseguida pasé la página y allí, en la 64, di con los pocos párrafos con que define el libro mi contribución al arte de mi país. Lo que encontré—y lo que no encontré—me afectó.

            Lo primero que noté fue la falta de al menos una gráfica que ilustrara mi tipo de trabajo. Que no la hubiera me enojó enseguida. ¡¿Cómo era que no había representación pictórica alguna de algo que de por lógica es de fundamental valor en libros como este?! Y para colmo, cuando leo lo escrito, hasta más rabia sentí—y tristeza a la vez—por lo errada que encuentro la información sobre mi trabajo.

            Y causa hasta de mayor enredo interno es darme cuenta de la sensibilidad con que estoy procesando el asunto. ¿Porqué te está afectando tanto lo que acabas de descubrir? me preguntaba. Era necesario que me mantuviera equilibrado, sin que alguna sensibilidad egocentrista interfiriera en como digería lo que había revelado el libro sobre mi.  

            Después de una concentrada meditación sobre el tema, pude destilar lo que más me afectaba: el hecho triste de que allí, en ese rinconcito del libro, quedaría, para los anales de nuestra cultura panameña, un lamentable error de omisión sobre lo que fue mi aporte a la historia del arte de mi país.  

            Mi enojo no era porque pensara que merecía un trato más prominente que la pobre reseña registrada en el libro. A decir verdad, no tenía falsas expectativas en ese sentido. No esperaba un robusto y enriquecedor reconocimiento. Después de todo, solo fueron doce mis años de actividad artística en mi patria, y después, de pronto, a fines del 84 emigré a Estados Unidos para comenzar una nueva vida de raíz, no sabiendo para donde tomaría.

            Fue 20 años después, en 2004, cuando compré Cien Años de Arte en Panamá, que reconocí el efecto de fácil olvido que produjo mi alejamiento del escenario del arte panameño. Y en 2014, cuando regresé al MAC en función de artista invitado, me di cuenta de lo rápido que corrieron los treinta años sin exhibir en mi país. 

            El porqué de lo breve de la referencia a mi arte en el libro lo comprendí muy bien, y lo acepté, sin problema. Pero lo que en parte sí me molestó fue el angosto enfoque político con que el libro describe la relevancia de mi trabajo artístico dentro del marco histórico del arte panameño. La intención política que le atribuyen a mi exhibición La Paz Nacional: tratado pictórico del 84 en el MAC no es correcta. Desde un punto de vista académico, me pareció miope clasificar la muestra como parte del “arte de protesta” y “antimilitarista” que surge a partir de las elecciones de mayo del 84, periodo dentro del cual incluyen también a Calderón y algunos otros que abordaron la temática política de manera específica para protestar el régimen norieguista.

            Yo no pertenezco a ese “club”.

            Primero que todo, La Paz Nacional fue, desde un principio, programada en 1983 para inaugurar la nueva sala de exhibiciones temporales del nuevo MAC…cuando terminaran de construirlo. Por atrasos largos en los trabajos, la inauguración se dio a fin de enero del 84.

            Mi exhibición de cuarenta y dos obras en témpera no protestaba contra los militares en sí, sino más bien criticaba la manera en que ambos bandos en campaña se jactaban de su alto orgullo nacionalista, más notable entre los militares. Para formular mi estudio pictórico del tema hice uso del simbolismo y gran detalle realista en lo figurativo. Con la muestra de La Paz Nacional procuré exponer la realidad política panameña en torno a nuestras primeras elecciones después de quince años de dictadura.

            No fueron solo los militares a quienes critiqué de manera filosófica como promotores de un uso hipócrita del patriotismo. Sí, yo era antigolpista y con mucho recelo veía la dictadura que vivíamos como consecuencia directa de la intervención de los militares.  Pero ese repudio ya lo había manifestado dentro y fuera de mi arte desde antes del ’84, aún en tiempos de Omar. En la muestra exhibida en el MAC no es como “antimilitarista” que protesté contra el orden castrense. Lo que hice fue regañar al gobierno militarista por estar viciado de exagerado alarde patriótico.

            Hay otras menciones equivocadas en la reseña del libro. Por ejemplo, sobre un componente tan obvio y básico como lo debe ser el formato físico propio del trabajo exhibido en el MAC, esta del libro: ‘La muestra consistía en miniaturas pintadas al temple…

            ¿Miniaturas? Nada que ver. Sí, había arte pequeño, pero la mayoría de los trabajos en la extensa colección no lo era.  Sus tamaños variaban entre los que sí calificarían como miniaturas y los de 19 x 23 pulgadas, y uno de nuestra bandera que medía cuatro veces ese tamaño. Lo que los historiadores autores del libro dejaron de averiguar por alguna razón fue que las miniaturas que formaron parte de la colección marcaban el final de casi cinco años de producir arte pequeño—dimensión que había abordado a propósito años antes para obligarme a la humildad creativa.

            Este tipo de carencia investigativa de parte de los autores del libro es muy notable, pues evidencia, al menos en mi caso, la falta del historiador en informarse de manera apropiada sobre los atributos físicos y temáticos inherentes de una exhibición que, igual que su singular alcance histórico, fueron ignorados por alguna razón. Mi video de 2014, La Paz Nacional: tratado pictórico, trata este tema en detalle. Y en mi sitio web encontrarás imágenes de la exhibición de las obras colgadas en el museo. Saquen sus propias conclusiones al respecto.

Otro error que demuestra lo poco que se informaron en Cien Años sobre mi producto artístico es evidenciado en la referencia sobre mi trabajo de los 70 como “pinturas psicodélicas”. Otro nada que ver.

            El arte psicodélico es aquel inspirado por la experiencia inducida por drogas alucinógenas como el LSD, el peyote u otras. Mis expresiones pictóricas hasta 1977 fueron inspiradas sobre todo por el surrealismo (de influencia Dalí) e imágenes extraídas de mi sumersión voluntaria al terreno del inconsciente descrito por Carl Jung. Esta práctica es parecida, por ejemplo, a las de artistas que cosechan vistas de sus sueños…o de los de otros. Las mías las plasmaba de manera espontánea, y después reflexionaba sobre sus significados.

            Ahora, es cierto y acepto de que el estilo de mi arte en los 70 era diferente al de otros artistas nacionales, y por ello era poco aceptado y reconocido por el establishment y sus más distinguidos compradores de arte panameño. Pero yo no pintaba con vender en mente. Lo hacía para aprender cómo observarme y conocerme a fondo. Estaba deseoso por indagar y descubrir los valores esenciales de mi micro y macro existencia cósmica, y de expresar esos valores de cualquier manera artística que se me ocurriera y antojara.

            Durante los ‘70 mi trabajo fue mostrado en exhibiciones individuales en instituciones de cierto prestigio como el Departamento de Expresiones Artísticas de la Universidad de PanamáLa Alianza Francesa y el Museo del Hombre Panameño. También fui invitado a participar en varias colectivas. Mi obra en ese tiempo, trabajada usando diferentes técnicas a medida que las aprendía, tomó parte en subastas de PANARTE y otras reconocidas organizaciones públicas y privadas. En un par de concursos mi trabajo fue premiado en uno con un segundo premio y con el primero en el otro. Los temas de mi obra fueron comentados y discutidos en los medios por críticos y escritores.

            Y también hubo ventas. De haber sido mi trabajo de esos primeros años ‘arte psicodélico’, dudo que habría obtenido ese grado de aceptación de parte de la principalmente conservadora sociedad panameña.

—O—

En 1977 terminé el periodo de surrealismo introspectivo y cambió el enfoque filosófico general de mis temas. También cambió el aspecto (por no llamarle estilo) de mi arte, ante todo, su tamaño.

            El periodo de miniaturas duró cinco años hasta el 83. Rindió cientos de piezas en total que fueron exhibidas—y bien vendidas—por varias galerías privadas. Mucho me deleité descubriéndole novedosos tratamientos a la témpera, aplicados al íntimo formato de la miniatura. Concentrar temas filosóficos restringidos al arte pequeño permitió la fácil reflexión sobre los grandes significados de la existencia.  Los temas que emergían me ayudaban a pensar con mayor amplitud mental y discreción, y cada miniatura me llevaba hacía nuevas maneras de usar el medio.

            Poco a poco fue creciendo el tamaño de las obras, hasta que la exploración artística y filosófica condujo finalmente a la exhibición más sobresaliente de los casi cincuenta años que llevo de carrera artística. Fue cuando el MAC y yo cruzamos caminos en el 83.

—O—

Desde un comienzo, la dirección del nuevo museo en construcción me propuso en 1982 que mi obra inaugurara la apertura de la nueva sede de PANARTE cerca de la Avenida de los Mártires, que llevaría el nuevo nombre Museo de Arte Contemporáneo de Panamá. Al pasar unos meses me informaron, con muchas disculpas, que la junta directiva había reconsiderado que el museo debía inaugurarse más bien con la obra de un ya establecido y renombrado maestro veterano. Habían escogido a Chong Neto para ese propósito. Me ofrecieron a cambio que fuera mi obra la que inaugurara la sala de exhibiciones temporales cuando terminaran los trabajos de su construcción estimados para la segunda mitad del 83.

            Yo comprendí del todo la posición de la directiva, y estuve de acuerdo con su decisión. Con orgullo igual acepté el gran honor que me concedió el nuevo MAC de inaugurar más adelante su nueva sala.

Lo anterior contiene una importancia valiosa en la historia de nuestra cultura panameña, en particular la de su arte. Pero por alguna razón que no comprendo esa importancia quedó inadvertida en Cien Años de Arte en Panamá. No señalo el hecho para redundar mi propia importancia en el periodo inaugural del nuevo MAC, o porque tenga interés personal de corregir la falta del libro en no mencionarlo. El valor histórico de fondo a que me refiero es de mucho más alcance; abarca más allá que lo mío.  Es necesario que los panameños conozcamos esta porción de la historia de nuestro arte, que por conocerla yo de cerca, pude notar que había sido pasada por alto. Hasta el mismo MAC parece no haberse dado cuenta del significado histórico de su propio y valiente aporte al serio debate nacional que librábamos los panameños en espera de las críticas elecciones del 84.

En el 2013 cuando me reuní con la directora del museo y la joven que curaría la exposición Arte, Política, Panamá conmemorando el cincuentenario del 9 de enero, fue que me enteré de la ausencia de información en los registros del museo sobre La Paz Nacional.

            La directora no tenía idea de que la exhibición había inaugurado la nueva sala del museo recién abierto. En archivo ni siquiera tenían ejemplar del catálogo de la exhibición, ni información de que el museo recaudó el 50% sobre la venta de más de la mitad de las obras vendidas en la noche de la inauguración. Tampoco había fotos ni información de los medios sobre la ceremonia inaugural con corte de cinta y presencia del nuncio y otras distinguidas personalidades del museo y de la sociedad panameña en general que asistió a la inauguración. Y nada sobre la cantidad de visitantes que atrajo la exhibición y que motivó extenderla dos semanas para darle oportunidad en particular al número de estudiantes traídos por sus maestros a que vieran la histórica muestra. También, por haberse agotado pronto, tuvo que ordenarse una nueva impresión de catálogos.

            Con todo eso formando parte destacada de los primeros anales del museo, uno pensaría que los oficiales del MAC y Cien Años le asignarían el reconocimiento histórico que merece.

            Repito, no pretendo argumentar aquí la causa personal de Rogelio Pretto. Lo que espero poder señalar es el hecho de que hubo, en algún momento en la temprana vida del MAC, una incomprensible indiferencia ante su propia relevancia histórica, la cual supera la de mi trabajo artístico, cómo igual lo haría si se tratara de la obra de cualquier otro artista panameño. El mayor crédito histórico por haber exhibido La Paz Nacional reposa sobre el prestigio que el jovencito MAC y sus fundadores cosecharon, pues fueron ellos los que con gran riesgo y valentía aprovecharon la oportuna inauguración de su nueva sala para presentar un trabajo artístico sobre la actualidad política que tenía el potencial de causar una impredecible e incalculable polémica pública y atraer la atención del dictador del país, como en efecto y de hecho lo hizo. (Ver enlace para usuarios de Facebook.)

            Al atreverse a presentar La Paz Nacional durante el tiempo represivo norieguista en vísperas de las primeras elecciones presidenciales en quince años, la directiva del MAC proyectó credibilidad y madurez cultural a toda la nación. Le demostró al pueblo panameño su fiel compromiso con la libertad de la expresión artística en todos sus sentidos y condiciones, poniendo así a prueba pública el Artículo 37 de la constitución de los militares de 1972 sobre la libertad de expresión, donde dice que ‘…Toda persona puede emitir libremente su pensamiento de palabra, por escrito, o por cualquier otro medio, sin sujeción a la censura previa.’

            Con La Paz Nacional no solo se completó el MAC como museo para todos, sino que se perfiló también como ejemplo del coraje cívico de que puede y debe ser capaz la iniciativa privada en los asuntos nacionales de las artes y la cultura.

            Por eso no entiendo por qué el MAC, en 2003, cuando publicó Cien Años de Arte en Panamá, no sacó a plena luz de la historia su crítico rol durante el turbulento movimiento artístico de los 70, rol que tampoco entiendo por qué fue ignorado por los autores del celebrado libro.  Aunque eran tiempos en que el mercado del arte sufría seria desmejora, con La Paz Nacional, y después con la muestra política de Calderón, el MAC sirvió de contrapeso para las intenciones de la extrema izquierda en distorsionar la perspectiva de los valores artísticos del país y apropiarse de la vanguardia cultural de nuestra nación.

—O—

En el buen sentido de lo irónico, le estoy muy agradecido a Cien Años de Arte en Panamá por la inquietud que despertó en mí y por lo que esa inquietud me indujo a lograr. Este largo, pero sincero—y espero, informador—relato autobiográfico de diecinueve capítulos se lo debo a la publicación del libro. Lo digo con toda sinceridad. El hermoso paseo de imágenes e información de nuestro arte que le presenta al mundo es encomendable. La colección de libros de arte que tenemos en casa ha sido enriquecida por su inclusión, y cada vez que lo tomo en mano para darle una ojeada, no deja de despertar en mí agradables recuerdos de tantas amistades y conocidos, artistas y amantes del arte en mi pasado que no olvido.

            La más grata ironía de todo eso es la que hace que la equivocación de Cien Años sobre mí breve participación en el cuento de su centenario, haya sido lo que me instó, al fin, después de años de indecisión, a darle presencia en la Internet a mi sitio WWW.RogelioPretto.com.

            El sitio fue diseñado para registrar un surtido amplio de información sobre mis quehaceres con el arte.  Lo armé de tal manera que pudiera ilustrar de manera pública en línea, las gráficas, publicaciones y otra documentación que Judy y yo habíamos acumulado sobre mis experiencias con el arte desde su comienzo en 1968 hasta el 2000.

            Por razones de diseño técnico, el estilo de armado de la página no es corriente y no es fácil navegar.  Ha sido un problema actualizarlo. Por no tener tiempo o no querer perderlo, no he tomado la oportunidad para ponerlo al día ni modernizarlo. Pero ahí está, al alcance y a la vista de todos, como un archivo de información bibliotecaria, con su índice de registro siendo el menú principal del sitio. Cada renglón del menú es un portal que lleva a la categoría de información indicada por su nombre. Hay de todo un poco.

 

Cien Años de Arte en Panamá también fue el factor clave por la cual en 2012 terminé un periodo de catorce años sin pintar. También fue la razón de mi regreso a mi país en calidad de artista después de 30 años. Su información sobre La Paz Nacional, aunque incompleta, dio razón para la invitación del MAC a que participara en su exposición Arte, Política, Panamá de enero 2014. Cuando me reuní con la directora del museo no logré convencerla en adoptar mis recomendaciones de cómo exhibir y rescatar del olvido el rol patriótico que jugó el MAC en La Paz Nacional. Por ello enseguida decidí producir y montar en la Internet el video que hubiese querido fuera presentado como parte de la exposición. Con este audiovisual, los hechos olvidados de La Paz Nacional se encuentran ahora en estos tiempos, al menos, registrados y expuestos como documentación pública sobre parte de la historia del principio del MAC.

            Y, por último, la recompensa personal más importante de mi encuentro con Cien Años de Arte en Panamá es lo mucho que tuvo que ver con el hecho de que desde hace varios años estoy inmerso en un intenso periodo de nueva experimentación artística. Y, por encontrarme en la etapa otoñal de mi vida, ando apurando la ágil y numerosa producción de nuevos trabajos. Deseo y me siento preparado para volver a exhibir en el MAC, y así regresar al escenario del arte de mi país para mostrarle a mis conciudadanos la peculiar trayectoria en que ando—antes que me llegue el invierno.

APÉNDICE

Texto de Cien Años de Arte en Panamá donde hace mención de mi trabajo artístico.

LA CRISIS POLÍTICA Y EL ARTE

AL FINAL DE LOS AÑOS OCHENTA

 

El decenio de 1980, marcado por la muerte de Torrijos en 1981 y la dictadura cada vez más opresiva de Noriega en los años subsiguientes, fue un período tumultuoso para los panameños. Los cambios políticos que llegaron a trastornar todas las facetas de la vida nacional no se reflejaron de inmediato en la obra de los artistas panameños, muchos de los cuales nunca abordaron el tema.  Esa reticencia tiene varias explicaciones posibles.  La más plausible es que bajo un régimen tan represivo, era obviamente arriesgado expresar opiniones antigubernamentales en público, en conversaciones privadas o en imágenes visuales de cualquier índole. Además, para muchos el arte constituyó una escapatoria de la difícil realidad cotidiana.  Por último, en un período en que las ventas de arte disminuyeron de manera impresionante, el arte de protesta era difícil de exponer y prácticamente imposible de vender.

            La situación política había desencadenado una serie de sanciones económicas y de problemas que colocaron a la sociedad panameña en una situación precaria.  Las numerosas manifestaciones de la oposición y el aumento de la represión política paralizaron la actividad cultural.  En vez de comprar, muchos coleccionistas trataron de vender y, en algunos casos, la venta se convirtió en necesidad urgente cuando se congelaron los fondos y los bancos cerraron en 1988.  Además, miles de personas emigraron, entre ellos varios artistas.  Todo lo anterior creó un deprimente vacío cultural hacia el final del decenio.  En diciembre de 1989, la situación terminó de manera abrupta y dramática cuando fuerzas militares de los Estados Unidos invadieron Panamá, provocando no sólo la caída de Noriega sino enormes pérdidas, tanto humanas como económicas.

            Aunque no llegó a ser un denominador común, las expresiones de disensión política que surgieron en el arte panameño de entonces merecen consideración.  Dos de los primeros despliegues públicos de arte de protesta política tuvieron lugar en 1984.  Como escribiera el arquitecto y artista Ricardo J. Bermudez: «En el 84, quizás porque fue cuando los panameños pudimos ejercer infructuosamente el derecho al voto después de más de tres lustros de continuada sequía democrática, se efectuaron en el país dos interesantes muestras de arte con temas antimilitaristas: ‘La paz nacional: tratado pictórico’, de Rogelio Pretto… y ‘Protesta 84’ de Calderón…»55.

            En enero de 1984, Rogelio Pretto (1944), mostró en la Sala Panarte del Museo de Arte Contemporáneo esta exposición que se consideró sumamente audaz.  La muestra consistía en miniaturas pintadas al temple, cuyas cuidadosamente ejecutadas imágenes figurativas hacían referencia concreta a los círculos políticos y militares panameños, en combinación con elementos ilusionistas y surreales.  Había símbolos más o menos específicos en esas imágenes de gatos negros, palomas blancas, banderas, guardias en uniforme de gala y políticos identificables, tales como el vicepresidente de Panamá, pintadas sobre fondos profundos y oscuros que evocaban noches estrelladas y que recordaban los telones de fondo cósmicos de las pinturas psicodélicas que Pretto creaba en los años setenta.

            Las obras en esta exposición son notables en la historia del arte panameño no sólo por su estilo imaginativo y dibujo consumado sino porque, con ellas, Pretto hizo una declaración sobre el momento histórico con un arte que sobrepasaba la expresión personal para darle «forma plástica al debate ideológico de su tiempo», y también porque el artista demostró un valor extraordinario al protestar así, de manera explícita y directa, contra el régimen militar.

Inauguración de

La Paz Nacional: tratado pictórico en el MAC

Comentarios dejados en el libro de visitantes

  • ¡Estupenda!
  • Me parece una exhibición increíble, y de alto contenido social. ¡Adelante!
  • ¡Ya era tiempo …!
  • De veras un documento histórico, lo felicito.
  • ¡Excelente!
  • Espérelo en La Prensa
  • ¡Valiente!
  • Lecciones de 1ª
  • ¡Fabulosa! ¡En cualquier parte del mundo! Felicitaciones.
  • ¡Histórica!
  • ¡Tremendamente Patriótica!
  • Una obra fecunda y rica en símbolos merece el más grande respeto de todo aquel que se detenga a estudiarlos. Con su creación, esta sala se enriquece hoy, y resume el sentir actual de nosotros los panameños. ¡Mi admiración infinita!
  • Ver su obra es algo mas que belleza; son detalles que hablan, que reflejan una gran verdad por medio de su ingenioso arte. Felicitaciones y … ¡adelante!
  • La paloma, símbolo de la paz y la libertad. Sus obras reflejan paz…son paz, verdadero mensaje de paz. ¡Felicitaciones!
  • El arte nuevo al servicio de la realidad nacional. Valor y Paz
  • Sus cuadros reflejan una realidad en nuestro país, son de alta calidad artística pero muy vinculado a la política nacional…quizás por su nacionalismo. Son muy impresionantes.
  • Una mezcla bien hecha y discernida de pinturas y contrastes hacen que su obra sea de un estilo delicado, profundo y tal vez dramático.
  • Sus cuadros son una maravilla pues imprime un realismo cautivador, lo felicito de verdad, además es usted muy inteligente.
  • PRETTO: La incorporación de temas políticos dentro de tus nuevas obras, demuestra la protesta innata intrínseca en ti, que a mi juicio es valiosa y demuestra históricamente que los intelectuales contribuyen en cualquier proceso revolucionario. Creo ello es un avance y progreso en tu obra. ¡Buena esa colonense! Un punto más.
  • ¡Una declaración valiente a la vez que esotérica de tus creencias y principios, enmarcado en un contexto de arte auténtico!
  • Estos cuadros representan el sentir popular del pueblo panameño. Su realismo es como el realismo del acontecer nacional.
  • Que tus cuadros digan lo que muchos labios callan.
  • ¡Qué sensibilidad más grande! Estupenda muestra pictórica.
  • y entonces…
  • Imaginación y arte al servicio de la Patria.
  • ¡Magnifica!
  • ¡Increíble!
  • ¡Acabado nítido!
  • ¡Pinta bellísimo! Perfecto.
  • ¡Regresaré a verla!
  • Se expresa muy bien en cuanto al color y los detalles
  • ¡Muy expresiva, magnífica!
  • ¡Te luciste sobrino!
  • Magnifico y elocuente
  • Muy Bonita la exposición.
  • ¡Fabulosa!
  • Regresé. ¡Magníficos!
  • Palabras me faltan — la emoción y la imagen = artista
  • Estupenda
  • Maravillosamente política
  • Magnifico, bellísimo.
  • Crítica muy bien lograda.
  • Detalle, alegórico, Trans humano, simplemente (¿) …(ilegible)
  • ¡No puedo dejar de impresionarme cada vez que veo tus obras! Excelente
  • Excelente detalle individual de los componentes pero: no hay suficiente integración de los mismos—colores demasiado “duros” y también los bordes — el mensaje de algunos cuadros no es lo suficientemente claro
  • Técnicamente bien realizado
  • Sus cuadros son realmente fabulosos, tienes una gran vista para captar lo natural. Me gustaría admirar obras suyas en tamaño más grande. Felicitaciones
  • Su obra es realmente excelente y refleja la crisis política y la corrupción que vivimos.
  • Su obra es magnifica
  • Fabulosas todas las pinturas
  • Un pintor orgullo nacional
  • Es una obra formidable.
  • Muy excelente todo.
  • La Esperanza, la Paz. ¿Dónde está Diós?
  • No me imaginaba que con tempera se podían lograr trabajos tan bellos y reales. Lo felicito Maestro Pretto.
  • Muy buena la exposición de Pretto, lo felicito por sus trabajos en tempera; son fantásticos.
  • Excelente manifestación.
  • Rogelio, me siento muy orgullosa de ti!
  • Eres un gran artista
  • Sus cuadros tienen mucha sensibilidad dentro del tema tan conflictivo
  • Enorgullece poder contar con un colonense de gran característica artística como la suya.
  • Sinceras Felicitaciones, eres el mejor.
  • ¡Enormemente impresionada!
  • Si todos pudiéramos expresar lo q’ se siente por Pmá.
  • La Paloma — gran simbolismo
  • ¡FANTASTICO!
  • ¡Necesitamos más como estos!
  • ¡Sensibilidad abrumadora!
  • Emocionante
  • Muy bonito
  • Gran valentía y que el mensaje llegue a todos los panameños.
  • “¡nice!”
  • Very nice
  • Extra nice
  • ¡Una muestra extraordinaria de talento y de valor! ¡Felicitaciones Rogelio y adelante!
  • Una exposición brillante y nacionalista. ¡Felicitaciones!
  • ¡Mato!, por conocerlo
  • Excelente
  • Magnifico
  • ¡¡¡Genial!!
  • Ta bien
  • Medio bien excelente pero algunos son Horrentos [errores ortográficos del comentarista]
  • Esta bien, pero q’ respete más a la Bandera Nacional
  • Temas equivocados y por favor mejore sus conceptos sobre la patria
  • ¡Todo un ingenio! Felicitaciones
  • ¡Te felicito! ¡Ha sido increíble!
  • Excelente pintura de mi esposo. Lo Felicito, lo captó como él es.
  • Rogelio, no podía dejar de ver esta muestra pictórica tan llena de colorido y de patriotismo. Sigues los pasos de tus antepasados quienes también contribuyeron a nuestra historia patria. Me siento orgulloso de ser tu amigo. No dejes de producir, mantén la llama siempre encendida. ¡Este laberinto te necesita!!!
  • ¡Increíble! Yo pensé que solo servías para propaganda de la mala televisión. Sigue en la trocha abriendo un camino sin comparación en el futuro.
  • Tus amigos nos sentimos orgullosos de tu exposición. Una vez mas das muestra de tus magníficos dotes artísticos y como retratista eres inmejorable. Tu labor crítica excelente y sin calificativos.
  • Me gustó mucho tu exposición. Eres un orgullo para Colón.
  • Tremenda lección !!!

 

Surtido de enlaces que conectan con algunas críticas

publicadas en la prensa panameña sobre la exhibición 

La Paz Nacional: tratado pictórico

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«Viaje fantástico hacia la Paz Nacional»
 
«Inauguran exposición de Rogelio Pretto»
 
«La última de Rogelio Pretto»
 
«Una crítica singular a nuestra vida política»
 
En Pocas Palabras (columna) – «Rogelio Pretto»
 
«Rogelio Pretto: O las musas degolladas»
 
«La pintura política de Pretto»
 

Esto publicado 7 años antes en La Llorona de  La Estrella de Panamá

La Estrella 11 -03-79

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 18

Trilogia 2.0.1 (1)
Trilogía del Hombre — 1972  (pulse el título)
(para ver otros capítulos, seleccione este enlace: )

Capítulo — 18

Inquietudes

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El viernes 31 de marzo de 1977 Judy anotó en su diario:

Último día de trabajo de Rogelio en las compañías. El día estuvo gris y lloviendo mucho. Muy triste.”

Bajo una lluvia liviana, con maletín en mano salí por última vez de la oficina en la Zona Libre.  Caminé todo el largo de la calle hacia la salida que da a la Avenida Roosevelt frente al colegio Abel Bravo. Nuestra casa quedaba a pocas cuadras. La lluvia había refrescado la tarde y su rocío me sentaba bien. Sentía una calmante liviandad en la frente a nivel del tercer ojo. No esperaba sentir tanta tranquilidad. 

        Habían pasado cinco años desde aquel momento revelador que tuve en el baño cuando decidí ser artista.  Y aunque ya estaba dándome a conocer como pintor en mi país, el camino hacia un éxito confiable como tal aun estaba en sus inciertos inicios.  De ahí en adelante ya no contaríamos con el aporte de mi salario a la economía de la familia. Fue por los cada vez mejores trabajos que Judy estaba logrando conseguir en el gobierno de la Zona del Canal que pudimos sobrellevar los tiempos de mayor inseguridad que nos esperaban.  Vendrían tiempos inseguros, pero en esos momentos, mientras caminaba bajo la lluvia, sentía la seguridad de que juntos enfrentaríamos lo necesario para superar los obstáculos, así como lo habíamos logrado otras veces cuando tuvimos que sobrevivir por nuestra cuenta en California sin ayuda de nuestros padres ni de nadie. 

        Aceleré el paso a casa. Quería llegar pronto para abrazar a mi amada compañera.

 

Mi partida de las compañías no había sido en los mejores términos con París. De hecho, quedarían cabos sueltos legales que confrontar y diferencias serias con el joven director que yo había conseguido como mi sucesor. Durante el periodo áspero y conflictivo de mi final en las empresas, nos desilusionó mucho a Judy y a mí el cambio en el comportamiento de amigos para conmigo y ella. Este par de anotaciones en su diario describe el tenso clima que acompañó mi separación: 

          Sábado 1º de  abril: “Me siento tan desilusionada de amigos—(los nombra); siento que son hipócritas…que hablan mal de nosotros, que nos envidian. Envidia es el mas grande de los pecados… Espero que el Karma los haga reconocer algún día el mal que nos han hecho.”

          Miércoles 5 de abril: “Un día muy friqueante para Pully — y para mí. Una depresión terrible y una paranoia insoportable. …Estamos viviendo momentos muy angustiantes — pobre Pully, está con tanto miedo de lo que pueden hacerle los amigos que ahora están en su contra. Dios mío — ayúdalo por favor, protégelo de sus enemigos.”

          Los problemas de inseguridad en las compañías y los que trajeron mis inquietudes por el arte, los veníamos confrontando juntos desde cinco años atrás cuando la perdida de Orlane los precipitó. Ahora que estaba sin trabajo, los de nuestra situación económica se nos harían más grave. Pero estábamos preparados para encarar lo que nos venía, al menos hasta donde nos permitían las experiencias de nuestras jóvenes edades. 

            Las crisis que habíamos confrontado durante el crítico quinquenio anterior no fueron solo las relacionadas a la transformación existencial que tuvimos que asumir para ir superándolas. También fuimos afectados por la turbulenta condición de la situación social y política del mundo y la de nuestro país que de alguna manera eran de impactar no solo nuestras vidas, sino las de todo el país y hasta más allá. Por ello al igual que nuestra maduración existencial, la intelectual y la de nuestro sentido planetario nos fue igual de importante. 

            1972 había arrancado el 1º de enero con una nueva prueba nuclear China. Los chinos habían iniciado su programa de pruebas cinco años antes, y concluirían años después con un total de cuarenta y cinco detonaciones. El siguiente 21 de febrero, el presidente Nixon haría una conveniente e histórica visita al antiguo país…y nueva potencia nuclear comunista. Para no quedarse atrás, otros países fueron en busca de la protección falible que ofrece el arma de destrucción más poderosa creada por el hombre. No demoró en globalizarse la carrera de naciones para armarse con el nefasto artefacto guerrero. 

            El potencial del Armagedón se nos acercó al mundo cómo nunca. De no tener cuidado, la humanidad podría auto destruirse con un imprudente apretar de botón—verdad que nos amenaza aun hoy día, y con consecuencias mucho más devastadoras.

            En contraste directo con el espectro de su aniquilamiento nuclear, al día siguiente de la prueba China ese 1º de enero, el mundo se entera de otro logro tecnológico de significado mundial. Este, en dirección contraria, fue de aplaudir como ejemplo más digno y enaltecedor de lo que es capaz el ingenio científico del ser humano. Mariner 9, la primera nave espacial en orbitar otro planeta había iniciado el mapeo de Marte, dándonos así, a los ciudadanos del orbe, evidencia en relieve cartográfica de que nuestra evolución planetaria existe entrelazada con la de nuestros vecinos hermanos galácticos. Y que, en cierto sentido, siendo la Tierra el único de nuestros planetas con vida orgánica, nos toca a nosotros ser los custodios del resto de nuestra vecindad.

            Pero ¿cómo pretender ser buenos cuidadores de nuestro barrio interplanetario si con nuestro hogar terrenal estamos fallando tanto en serlo? La peligrosa precariedad nuclear y climática en que se encuentra la existencia del hombre en la tierra es real, y existe la posibilidad de que ya estamos acercándonos a la catástrofe. Qué desperdicio de las nobles virtudes del hombre, si por faltarle consciencia de madurez a los países poderosos del mundo que nos lideran, nos precipitamos al exterminio. Qué trágico sería el capítulo de nuestra existencia astral, si por faltarnos prudencia desaparecemos de nuestro hogar galáctico y lo único que quedara de nosotros en los registros de la historia universal fuera nuestro triste fracaso existencial.

            Sin embargo, visto bajo el prisma de lo cósmico, de ser ese el destino que hemos de merecernos, nuestra extinción no sería juzgada como una falta de moral y de estupidez humana. El cosmos no juzga, ocurre.  Nuestra desaparición habrá sido más el resultado de un porque sí de nuestro destino de evolución, ya sea precipitado por una mala jugada de nuestro ADN …o por falta de protección divina.

Esas consideraciones cósmicas, junto a las de mi dilema con el comercio y nerviosidad ante el cambio radical que le había dado a mi vida, eran las contrastantes dimensiones de inquietudes existenciales que más atención le prestaba durante los cinco años a partir del 1972. Ambas perspectivas influían en mi afán por darle sentido a mi lugar en este mundo en que vivía, suelo planetario en el cual, a final de cuentas, sabía que solo me tocaba vivir una breve y pasajera experiencia humana.

            La sensibilidad bifocal para reflexionar, por un lado, sobre la inmensidad del Cosmos de la cual soy parte, y por el otro, como organismo pensante, ser capaz de escuchar el llamado de lo interno, la desarrollé sobre todo por medio de la lectura de libros, ensayos y artículos de personalidades con dotes de profundos conocimientos y sabiduría. Hacer uso de esas dos perspectivas y darle práctica en mi existir diario me fue personalmente esencial como disciplina de aprendizaje para el periodo transformador y de maduración en que me encontraba. Tanto para la manera de encarar mis obligaciones empresariales, como para la forma en que exploraría el terreno artístico que me llamaba la atención, me valdría de estos conceptos para procurarme una armonía existencial y proyectarla en mi producto artístico. En otras palabras, decidí usar mi arte para que reflejara el producto de ese aprendizaje en que me había embarcado.

            Y así fue como produje Trilogía del Hombre, mi primer trabajo formal al óleo sobre cartulina empleando la disciplina de el mándala para realizarla. Utilizada en las prácticas meditativas propias del budismo e hinduismo, el mándala es una representación esquemática y simbólica del macrocosmos y el microcosmos realizada generalmente mediante diagramas. En ese sentido, Trilogía no sigue los parámetros del mándala en su sentido más estricto. Pero sí obedece la norma del esquema del círculo y cuatro puntos cardinales, y la de producir la obra partiendo del centro del cuadro e ir realizándola de manera progresiva y simétrica hacía los extremos. El proceso estimula la meditación contemplativa.

            Según Carl Jung, mándalas representan la totalidad de la mente y abarca tanto el consciente como el inconsciente. Él sostuvo que el arquetipo de esta forma de arte meditativo se encuentra anclado muy firme en el inconsciente colectivo. Por ello perdura el mándala cómo motif representativo de la filosofía cósmica. Trilogía del Hombre la realicé usando como fuente de inspiración este concepto Jungiano del arte del mándala. Los elementos figurativos en la obra fueron evolucionando sin premeditación a medida que progresaba el trabajo.

Y durante todo ese proceso de maduración y de cambios radicales en mi existir, ¿qué de mi interés usual por el ambiente sociopolítico del terruño panameño? 

            Resulta curioso que por alguna razón no le prestaba la atención habitual de antes a la política.  No por falta de interés, sino tal vez porque ahora la veía desde una perspectiva mas separada de las emociones, divorciada del fervor y el drama ideológico. Aún reflexionaba sobre el peligroso futuro en que veía dirigirse la gobernación del país, pero no me afectaba como antes.  Mis valores habían tomado otro enfoque: el de aceptar que las cosas suceden porque sí, y medirlas a distancia. Nuestra suerte con el militarismo la veía sin definición, suspendida de manera temporal, y que su desenlace lo revelarían los hechos de los efectos a largo plazo de la intervención militar en el orden democrático de la nación panameña. 

            Por el momento me era claro de que el control del estado de la patria, sin mucha indignación de parte nuestra—los civiles—estaba muy empuñado en el “benévolo” dominio de la dictadura Torrijista.  Mediante exilios y hábiles maniobras internas de hostigamiento y con la seducción del soborno, algunos encarcelamientos y destierros, en corto tiempo el jefecito de gobierno logró neutralizar cualquier resistencia efectiva por parte de los políticos que su golpe militar y acciones posteriores lograron castrar.

            Desde el punto de vista personal, no me indigné, ni me extrañó lo fácil que les fue tomarse el país entero a la mediocre cúpula militar que tumbó al cobarde de Arnulfo. Cuando después del golpe comenzó a organizarse un pelotón de mercenarios financiado por políticos derrocados para combatir a los insurgentes de la Guardia Nacional, un par de militantes panameñistas me pidieron que formara parte del mando de las tropas que combatirían a Boris Martínez en Chiriquí. Habrán pensado que podían servirse de mi experiencia en la academia militar para comandar a los rebeldes mercenarios. Pero yo no iba a levantar un dedo de esfuerzo a favor de los arnulfistas. Ni de a vaina. Para mí, que Arnulfo se halla refugiado en la Zona del Canal cuando se dio el golpe lo encontré la peor y más desilusionante acción de cobardía y falta patriótica. 

            “Lo siento,” les dije, “conmigo no cuenten.”

            No me extrañaba que una mayoría de panameños hartos de la politiquería de siempre estuvieran en poco tiempo bailando al son del clarín de las nuevas promesas de cambio que le ofrecía muy seguro de sí el nuevo “ídolo” uniformado Omar. Todo al principio parecía irle mejor al pueblo con los militares. Pero yo poco me comía del cuento. A mí me olía que lo que teníamos encima era una nueva clase de panameños seducidos por el aroma del poder, lista, como los apoderados anteriores, para meterle mano al fisco en busca del billete fácil. Era cuestión de tiempo para que la fruta se pudriera. 

            Todo eso se daría en el curso que nuestra historia patria tenía que tomar porque sí, y los militares y sus allegados tenían suficiente combustible de reserva para darse al festín durante sabe dios qué tiempo. Pero a nada de eso quería darle yo mucha vuelta. No era en lo que deseaba concentrar mis energías. Mi interés primordial era el de ver a dónde y qué tan lejos me llevaría el llamado del arte.  El período de 1976 – 1977 me esperaba por delante como el tiempo en que haría mi debut público en varios concursos menores de arte y mi primera exhibición individual en el DEXA de la Universidad de Panamá. 

            Ya estaba en rumbo.

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Un nuevo principio — 1973

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Capítulo — 17

¿Por qué?

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Con el horizonte y el camino hacia él ya definidos, el arte de balancear deberes empresariales con el propósito de labrarme una profesión artística dependía de cómo mantenía el sentido de equilibrio interior cuando las cosas se desajustaban. Y desajustes hubo de sobra en tan temprana etapa. Pilotear las turbulencias requirió de seria reflexión honesta de mi parte para poder mantener el ánimo de seguir confrontando lo incierto, y sacar a la luz el estado de mi inconsciente para poder mediar su impacto en mi comportamiento ante las sorpresas que seguía trayéndome la vida. Esa profundización en lo interno aportaría validez integral a la búsqueda de mí maduración filosófica y existencial—el punto necesario para el balance.

            De mucho me agarré para adquirir la sabiduría que era de ayudarme a sobrellevar los agridulces de lo impredecible.  De sostén ideal bien me sirvió la lección abre-mente que recibí del profesor de Biología de mi segundo año en la academia militar. Fue muchos años después cuando comencé a madurar de verdad que comprendí su significado Zen, y desde entonces me ha servido como uno de los aprendizajes más importantes en mi vida. Hasta hoy día aporta su luz cuando por alguna razón el camino se me obscurece.

            Todos en nuestro perenne pensar somos, de una manera u otra, invadidos por el porqué de las cosas y los sucesos que impactan sin remedio nuestro existir. ¿Por qué sucedió? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a otro? ¿Por qué esto y no aquello? ¿Por qué yo?  ¿Por qué ahora? ¿Por qué preocuparme? ¿Por qué olvidar? ¿Por qué siento? ¿Por qué no siento? ¿Por qué? …La pregunta es terreno fértil para darse a filosofar.

En un día de principios de febrero de 1959, llegamos los alumnos al salón de clases con cierta ansiedad.  Nos aguardaba dar el examen de Biología de medio término, resultado del cual compartía igual valor con el de fin de año. Yo llegué en el momento que había comenzado la clase. 

            Al entrar al salón noté que sobre cada pupitre nos esperaba la hoja de la prueba. Era invierno, y enseguida me quité el abrigo del uniforme y lo colgué en uno de los ganchos del largo perchero donde los otros abrigos negros colgaban en fila por todo lo largo de la pared del salón. Los alumnos que ya estaban sentados alzaban sus hombros con incomprensión y se miraban, perplejos, unos a los otros. El extraño comportamiento me apuró a conocer cuál era la vaina del alboroto.

            “Yo sé porque están alterados,” nos alerta en voz alta el cuidadosamente uniformado profe. Parado frente a su escritorio era la figura típica del bien educado norteamericano del noreste del país. Detrás del contraste de marrones en su camisa y pantalón bien planchados, su redonda pancita la circunfería un cinturón negro con hebilla de bronce pulida a su mayor brillo. Rubio y peinado hacia atrás, con toques de canas en las sien y bigotes obscuros, observaba, con pipa en mano, nuestra creciente inquietud, y nos advierte: “No quiero escuchar ni una palabra de ustedes. Ni una sola. Tomen asiento enseguida y tengan cuadernos y lápiz a mano. Comiencen ya. Tienen cincuenta minutos para terminar el examen. Yo les anunciaré cuando termine el tiempo, y cuando lo haga, paren de escribir y enseguida pongan sus exámenes en esta canasta. Pasado mañana les doy los resultados.”

            El examen consistía en una página con diez preguntas. Todas eran sobre la materia de la clase, menos la sexta. Esa era solo ¿Por qué? Why? en inglés—la razón de nuestro alboroto. Y tan confundidos como todos lo estaba yo. 

            ¡¿Qué coño es esto?!, me pregunté. ¿Qué espera él que contestemos? ¿Qué pretende? Me daba vueltas la mente no verle ni pies ni cabeza al significado de la bendita pregunta.  Y la frustración no era solo mía. Durante los cincuenta minutos ninguno de nosotros dejó de pensar en la enigmática interrogante. 

            Yo no supe cómo responderla.  No pude.  La dejé en blanco porque sencillamente no entendí lo que pretendía el profesor con ella.  Después de clase, rumbo a la siguiente, un grupo de nosotros nos preguntábamos a voz tendida si alguno sabía de qué se trataba la bendita pregunta. Ninguno. Dos días después, cuando nos entregó los exámenes corregidos, nos anuncia el Profe que solo un alumno había acertado la respuesta correcta.

            “La respuesta de why? es because, (porque sí),” nos dice sonreído con pipa en boca soltando humo. “Algún día tal vez entenderán. Ojalá y así sea.”

Aceptar de que el destino que nos toca vivir no tiene un por qué, sino un único porque sí (puesto que no nos toca otra que vivirlo), ayuda a que uno se desprenda de mucho martirio innecesario. 

            Fue ese el razonamiento filosófico del cual me sujeté para restarle amargura al hecho de que todavía tenía que cumplir con mis responsabilidades de empresario, sin saber hasta cuándo. Lo único que ahora me era cierto era que, así como deseaba ser artista, quería dejar de ser comerciante. Pero era importante que en el camino de realizarme en el arte evitara dejar detrás puentes caídos. Me era una necesidad obligatoria que procurara encontrar la manera de combinar el cumplimiento de mis obligaciones empresariales con la firme determinación de ir en busca del arte. 

            Decidí que mientras París no tomara medidas para reemplazarme, continuaría desempeñando mis funciones de director ejecutivo y representante legal de las compañías, procurando no abandonarlas y dejarlas caer, sino más bien encontrar una forma para que pudieran funcionar de manera eficiente con un mínimo de intervención ejecutiva de mí parte. Así usaría los saldos de mi tiempo para trabajar la pintura con la consciencia debida.

Los éxitos anteriores que había logrado como director de las compañías fueron, en gran medida, producto de la efectividad de mi liderazgo altruista. Ese fue el factor primordial que inspiró el fervor colectivo del personal en responder con entrega a mi llamado de que lucháramos juntos por la causa de las empresas para el bien de todos, asegurándoles que iría al frente liderándolos hacia el progreso que todos compartiríamos. 

            Ahora era diferente la cosa.  Mi dirección la tenía que ejercer sin que dependieran de mi presencia; al menos no tanto como antes. Para que la organización se mantuviera dinámica y productiva y en firme dirección hacia sus objetivos sin estar yo pegado al timón, el personal necesitaría un propósito propio que lo inspirara a trabajar fuerte sin supervisión gerencial.  Había que reformar la organización de tal manera que no necesitara de tanto liderazgo de mi parte, o de cualquier otra figura jerárquica. Eso podría ser posible solo si el trabajador fuese inspirado y motivado por sí mismo a desempeñar sus funciones con el mayor esmero posible.  ¿Qué hacer para lograr ese ideal?

            Comencé con darle vuelta a los conceptos empresariales progresistas que Bobby Eisenmann y yo habíamos discutido cuando visitaba sus almacenes. Con la posibilidad y la autoridad como propietario de su firma para implementarlo, él ya había puesto en práctica el concepto de la empresa participativa para incentivar a su recurso humano. Cuando visitaba sus almacenes me daba cuenta del esmero y el entusiasmo que demostraban todos en su trabajo. Contrastaba de manera notable con otros ambientes empresariales que fui conociendo.  

            Pero yo no tenía autoridad para formalizar una participación del personal tan directa en el producto del capital social y las inversiones de las empresas. Yo no era dueño.

            Ya para principios de 1972 le pude encontrar solución al impedimento. Sería la adopción de una movida atrevida y arriesgada, una política de incentivo radical. Yo no conocía de un programa similar. Cuando se me ocurrió me pareció excelente la idea.  Estaba convencido de que la productividad y la eficiencia de todo el equipo trabajador aumentaría, y con un mínimo de control de supervisión y gerencia de por medio…y de los gastos relacionados.  

            Lo nada convencional del programa era radical en la manera casi inmediata en que se le realizaría al trabajador el producto del incentivo. No sabía cómo tomaría París este tipo de compromiso financiero con el personal, pero haciendo uso legítimo de mi autoridad, tomé la decisión de no consultarle a Jean.  Total, si mi plan funcionaba, él estaría más tranquilo, sabiendo que, si decidía reemplazarme, las operaciones día a día de las empresas no serían muy interrumpidas o afectadas por el cambio de director. 

            El incentivo en sí consistía en una bonificación general equivalente al cinco por ciento de las ganancias netas mensuales repartido cada mes entre el personal cuyo pago era mediante salario fijo. Mediante un porcentaje proporcional al salario de cada trabajador, cada uno recibiría su parte correspondiente al superávit del mes reportado por el departamento de contabilidad y certificado por mí.  La meta principal era de estimularle a cada trabajador el deseo voluntario de entregar el mejor desempeño de sus funciones, sin necesitar del control constante de un supervisor. 

            El principal factor estimulador del incentivo era la conexión directa que tenía la bonificación con los resultados de las ventas; o sea, mientras mayores fueran las ventas, mayor podría ser el monto del pago del mes que recibirían.   Más que en cualquier otra fórmula para incentivar productividad, este vínculo de causa y efecto era el que, a mi juicio, más eficacia y eficiencia rendiría. 

            El grado de la recompensa del incentivo dependía del esfuerzo mancomunado laboral de todo el personal. El trabajador que no aportaba su cuota de desempeño resultaría contraproducente para la causa común del personal, y quien intervendría para corregirlo o removerlo no sería un oficial de la empresa, sino miembros de su equipo laboral inmediato, puesto que éstos resultarían perjudicados de manera directa por su ineficiencia. Informes de causales de despido, por ejemplo, serían presentados a las autoridades laborales por los miembros del equipo del despedido—los afectados más inmediatos. 

            Con estos mecanismos de control del recurso humano operando a nivel del personal de punta, la empresa se ahorraría gastos en varios niveles de su estructura administrativa. Al menos eso pensaba en teoría. Habría que ponerse a prueba el concepto.

            Los resultados iniciales fueron prometedores. Las empresas funcionaron en buen orden, al menos por un tiempo. Desde mi secretaria ejecutiva, el personal de oficina y las bodegas, la contable, el mensajero, todo el personal administrativo y el de las bodegas podía contar cada mes con un monto adicional a su salario. Hasta la viejita que aseaba las oficinas era parte del baile. La empresa se manejaba casi por sí sola, impulsada hacia sus objetivos por la iniciativa colectiva de los trabajadores. Cualquier empleado que no remaba su parte, era asistido o removido del equipo por el personal mismo. 

            Y yo, ahora con el tiempo para hacerlo, y sin sentirme que fallaba en mis responsabilidades, comencé a producir arte trabajado con la mejor calidad que era capaz en ese temprano tiempo de arranque.  

            Lo que faltaba era alguien que sirviera de motor de crecimiento. Cada año, diferentes renglones importantes en gastos fijos aumentaban y no reportábamos el aumento correspondiente en las ventas para compensar la disminución de ingresos netos, sobre los cuales se calculaba el monto del incentivo. Para mantener el nivel de ingresos netos no quería recurrir a la instauración de un programa de reducción de gastos, el cual, con toda probabilidad, involucraría despidos como parte de las medidas correctivas que serían necesarias.  Para evitarlas, mayores ingresos tendrían que darse con un aumento en ventas.  Para ello necesitábamos abrir nuevos mercados y ampliar los existentes.  La pérdida de ORLANE para el Caribe todavía se sentía. 

            En cuanto a mí, no me quedaba ánimo alguno para meterle el hombro a ver cómo aumentar las ventas y mucho menos ir en busca de nuevos mercados.   Me puse a ver si reclutaba a alguien dinámico y experto en mercadeo y ventas para dirigir esa fase de las empresas.  Mientras tanto, a pintar…porque sí.

 

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Alquemista — 1977  (pulse el título)
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Capítulo — 16

Trujillo: «…ponte a trabajar»

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Una cosa es usar la habilidad por la pintura como paliativo para el estrés que acumulas en el trabajo, y otra es cuando es tu trabajo.  Lo que distingue la segunda de la primera es la lección que tuve que aprender muy pronto si quería realizarme como pintor profesional. Tenía mucho que hacer y aprender pronto antes de tomar los primeros pasos para introducir mi trabajo al mercado del arte de mi país, terreno que desconocía por completo.

          En cuanto a producir obras, inquietud creativa no me faltaba para inspirarme a pintar y dibujar. Ganas en cantidad tenía de explorar en términos pictóricos los terrenos filosóficos que por medio de la lectura venían llamándome mucho la atención. Memorias, Sueños y Reflexiones de Jung y los escritos de Hesse, de Krishnamurti, de Castañeda, May, Huxley, De Chardin, Sartre, De Beauvoir, Goodall, Leakey, Ram Das, Toffler, Bach, Watts, y otros más me estimulaban deseos de producir obras que reflejaran lo que estaba descubriendo sobre la consciencia cosmológica. 

          Temas tenía de sobra, pero lo mercadotecnia en mí me decía que el deseo de explorar esos temas en pinturas no aseguraba que el trabajo resultante fuera vendible. Eso lo sabría solamente cuando realizara mi trabajo y lo exhibiera. Siendo un padre de veintisiete años, responsable por el bienestar económico de su joven familia, vender mi trabajo era la meta que regía sobre las demás. Me era menester aprender cómo subsistir del arte sin experiencia previa alguna en como hacerlo. Sin haber vendido antes ni exhibido, no me era posible determinar si la calidad de mi trabajo sería aceptable para los coleccionistas. Tenía que aprenderlo todo de raíz.

Para tener una idea de cómo planificar mis pasos iniciales pensé en recurrir a mi experiencia en el comercio. Primero me familiarizaría con la manera en que era comercializado el arte en Panamá para al menos tener una noción de cómo funcionaba la cosa. Un sondeo sencillo también podría indicar si me seria factible desarrollar una carrera como artista. 

          Pero estas medidas tendrían sentido emplearlas solo cuando primero respondía dos críticas interrogantes que me hacía: si contaba con la habilidad para rendir la calidad técnica que conocedores de arte apreciarían, y si seria bien recibida la manera como realizaba los temas que me atraían. Lo segundo dependía enteramente de lo primero. Si no rendía un trabajo artístico reconocido como bueno por los expertos, entonces nada que ver.  ¿Pero cómo saber si mi trabajo es bueno? ¿Cómo saber si poseía el talento para crear arte atrayente, logrado con calidad profesional?

 

Una noche en Colón, a principios de 1970, cenábamos Judy y yo en casa de los Breebart. Habíamos hecho amistad con Jan y Hélène a través de lasos comunes relacionados con la venta de perfumería y cosméticos al Caribe. Jan tenía experiencia en viajar al territorio, y fue él quien me pasó el dato sobre el hotel Buena Vista en Nassau cuando les dije que viajaría pronto a conocer el mercado.

          “Tienes que quedarte allí,” me insistió Jan. “No hay mejor lugar en Nassau. Y no lo creerás, solo cuesta entre doce y dieciocho dólares la noche, depende de qué habitación hay disponible. Pero es especial quedarse allí. No vas a querer quedarte en ningún otro lugar.” Y así fue. 

          El Buena Vista tenía cinco habitaciones en el segundo piso de una histórica mansión colonial de madera del siglo XVIII. El caserón estaba posado en lo más alto de la loma cercana al pintoresco centro y antiguo sector del histórico pueblo portuario, emblemático de Nassau. Sus habitaciones, ni refinadas ni modernizadas, eran refrescadas del calor por ventiladores de cielo raso. Las camas, los baños, muebles y decoración general emanaban su antigua sencillez. Nassau y el cristalino Caribe detrás, vistos a través del gran patio arbolado que rodeaba el terreno del hotel, lucían una hermosura especial desde el balcón de mi habitación. Por medio de la vista, ya estaba cogido con el lugar.

          Pero la especialidad destacada del Buena Vista era que todo su primer piso era sede del restaurante más excéntrico de la ciudad. Solo servían cena, a las 8 en punto, y el menú de espléndidas tandas, acompañado de finos vinos, era solo uno, el de esa noche, escogido y preparado por los dueños (me parece que lo eran) de una familia europea, francesa (creo), con niños. Para irse de paseo en su velero a diversos destinos del hemisferio, cerraban el hotel varios meses al año. La cena era de primera, servida con todos los rejos acorde con su alto precio. Como huésped del hotel yo contaba con reservación permanente y abierta para mis invitados. El restaurante se llenaba. 

          Me quedaría tres noches en el Buena Vista.  En la última preferí cenar solo y disfrutar del romanticismo de bajar a cenar por las grandes escaleras que daban al comedor y, en solitario, absorber el esplendoroso ambiente del gran salón.

          “Quédate en una de las habitaciones que mira hacia el puerto,” me había recomendado Jan, “Y pide que te suban el desayuno…y tómalo en el balcón.”

          Una señora antillana, personal del hotel, de pecho y cachetes robustos y sencilla en su vestir, con una amable sonrisa me lo subió a la habitación calentito en una bandeja junto con el diario The Nassau Guardian. Enseguida procedió a presentar el desayuno en la mesita de madera que me habían puesto en el balcón. Gracias a Jan, desayunar allí resultó ser el broche de oro de mi estancia en el Buena Vista.

          Este cuento del Buena Vista es de ñapa; no resistí contártelo. Pero está vinculado de manera indirecta con mucho sentimiento al cuento del primerísimo paso que di para confirmar si echaba pa’lante con el arte mientras todavía seguía de director de las empresas.

 

Jan y Hélène eran muy amigos de Jeannine, esposa de Guillermo Trujillo, uno de nuestros célebres maestros panameños de la pintura. La noche en que cenamos en casa de los Breebart me llamó la atención un óleo grande del veterano maestro exhibido con enmarcado muy fino en la sala del apartamento que quedaba en el nivel superior del pequeño edificio de dos pisos en la avenida Roosevelt.  La pareja de europeos—él holandés, ella francesa—vivía cerca de nosotros, entre las calles 10 y 11. Fue en esa reunión social que me enteré de la existencia del reconocido pintor nacional, que a juzgar por lo que me había dicho Hélène de él, era considerado como entre los pocos mejores artistas del país…y uno que vendía sus obras en Panamá y fuera de ella a precios bastante buenos. Al Trujillo me le acerqué varias veces esa noche para estudiarle la técnica y su estilo. La idea de ser pintor todavía ni se me había cruzado por la mente.

          De manera irónica, casi dos años después, a finales de 1971, me encontraría pensando muy en serio como realizarme en mi país como profesional de la pintura. Dar los primeros pasos era la acción obligatoria para alcanzar ese sueño, y me era imprescindible saber si tenía la fibra necesaria para vérmelas como artista. Para determinarlo, necesitaba consultar a alguien confiable que supiera y me dijera si yo contaba o no con el talento requerido. Así me decidiría del todo si me echaba o no al charco. No demoró en venírseme a la mente la conversación que había tenido sobre Trujillo en casa de Hélène, y se me ocurre consultarle al maestro mi gran interrogante; me serviría de sondeo inicial sobre mi potencial como pintor. 

Siempre fui dado a la práctica de consultar a nuestros mayores para beneficiarme de sus consejos (si los tenían buenos) y sabiduría (si la demostraban). Cuando me encontré con Hélène en la oficina de C.U.P.S.A. en Zona Libre, le pedí permiso para usarla de referencia cuando le pidiera la cita de consulta a Trujillo. Pero enseguida ella lo llamó y me puso al habla con él. Al día siguiente, con acostumbrada puntualidad, timbré su apartamento en el atractivo edificio de condominios en que vivía, no recuerdo en que barrio.

          Al salir del ascensor y estar a punto de tocar a su puerta, ésta se abre y ahí está el tipo, ante mí.  No me esperé su delicada figura y poca estatura, y sentí fría la manera con que recibe la mano que le he extendido en saludo. 

          “¡Hola Guillermo! Encantado de conocerte” le digo dándole un apretón. No me esperé la delicadeza con que me dio su mano, y por poco se la trituro. Enseguida aflojo, y sigo con el protocolo: “Gracias por recibirme con tan poco aviso. Ha sido muy amable de tu parte.” 

          Pero no me dice nada el hombre. Con una sonrisa a medias, escondida bajo su bigote agrisado, se aparta para dejarme entrar y cierra la puerta. Una vez dentro, enseguida me llama la atención el decorado general del apartamento, y lo encuentro opaco, cosa que me sorprendió, pues esperaba un estilo vibrante, de mucho color, y no tan formal, uno más desprendido de tanta fidelidad estilista al diseño arquitectónico. Después supe que era arquitecto profesional. Pero en ese momento en que me vi juzgando el decorado, me llamé la atención diciéndome que el estereotipo de hogar de artista que esperaba encontrar era pendejada mía, y enseguida archivé la crítica interna. Decidí concentrarme en vez en aprovechar el hecho de que estaba en el hogar del maestro, con la afortunada oportunidad de apreciar la fina colección de arte y artefactos que tenía exhibidos…y de aprender. 

          ¡Qué suerte encontrarme allí! me dije, y ¡qué oportuno! Estaba ansioso por conocer sus opiniones de las tantas preguntas que quería hacerle sobre el estado del arte en Panamá.

          Pero en segundos, Guillermo me dirige a una habitación que había convertido en oficina.  Poca oportunidad me dio para fijarme en los cuadros de pintura y lo que era exhibido en la casa. Yendo hacia el cuarto, noté la cocina y dentro lo que asumo era la empleada en pleno quehacer doméstico. Una vez en la habitación, cerró la puerta.  Asumí que quería abordar el tema de mi visita cuanto antes y evitar cualquier plática protocolar antes de entrar en la materia.  En lo personal, en muchas ocasiones, para no perder tiempo, yo prefería ir al grano y esquivar charla social cuando el protocolo no era tan necesario. Pero en esta ocasión asumí que muy bien cabía una conversación preliminar.  Pensé que tal vez por no haberle explicado por teléfono mi razón para verlo, él, ante todo, quería saber qué me era tan importante para haber viajado desde Colón para decírselo. 

          Pero también me daba la impresión de que estaba molesto con mi visita.

          “A ver, dime, ¿que se te ofrece?” me preguntó sin preámbulo alguno.

          En un cartapacio tenía las cuatro acuarelas y el retrato de mi padre que había hecho en el ’68, pero antes de sacarlas para mostrarle, le expliqué por qué tenía necesidad de consultarlo. Esforzándome a ser breve, le relaté mi decisión de hacer del arte mi oficio en la vida y la necesidad de estar seguro si contaba o no con el talento necesario para atreverme. Y cuando le muestro los trabajos que traje, le digo: “Sé que esta muestra no impresiona en sí. Excepto el haber dibujado y pintado mucho de niño, esto es lo único que realmente he hecho desde entonces. Últimamente he estado ensayando a medias con algunos dibujos y trabajitos que no traje conmigo. 

          Al pasarle las acuarelas, le digo: “Es obvio que la calidad del trabajo es de amateur, pero quisiera saber si aún así le notas algo prometedor.”

          El tipo revisó mis trabajos medio de prisa en serie, y me dice: “Ponte a trabajar,” …y no dice más. Se queda callado, demostrando la misma frialdad con que me recibió. Incómodo con su silencio, asumí que eso era lo único que me iba a decir y que consideraba terminada la consulta. Resistí las ganas de pedirle si podía ver sus pinturas y el lugar dónde trabajaba su arte. Pero, rompiendo el silencio, lo que le digo es “Eh, bueno. Te agradezco que me hayas dado tu tiempo; espero no te haya sido mucha molestia.” Y con eso, me paré para irme. Me acompañó a la puerta, y nos despedimos.

          Años después, cuando ya yo formaba parte del escenario de la pintura del país, crucé caminos un par de veces con Guillermo, pero pocas palabras. No nos vimos desde entonces. Hace muchísimo tiempo, conversando un día con un coleccionista—Marcelo Narbona, si mal no recuerdo—fue quién me contó que Trujillo se había referido a mí como un “fenómeno”. No supe que responderle.

          En realidad, tampoco supe qué pensar sobre mi visita a Trujillo. En cierto sentido, con lo insípido que resultó el encuentro, sentí defraudadas mis expectativas. Pero con el pasar del tiempo y cuando vi despegar mi carrera, llegué mucho a apreciarlo como lo mejor que me pudo haber dicho en ese tiempo, pues tuvo razón. Ponerme a trabajar fue la tónica esencial y necesaria para que echara pa’lante. Comencé, y el trabajo persistente pronto produciría una obra tras la otra, cada una hecha con paciencia y dedicación para ir aprendiendo cómo mejorarme en el uso de materiales. Así me iría perfeccionando en el uso de diferentes técnicas, y en exponer temas que me atraían, trabajados en estilos que en el momento me provocara explorar. Y en cuanto a producir arte vendible, de eso no me mortificaría de ahí en adelante. El dinero vendría…por su cuenta.  

          Al fin había partido en el increíble viaje de creatividad que me esperaba.

Nota: En medio escribir de mi relato autobiográfico, me enteré de que Guillermo había fallecido. Por ello este recuerdo personal que tengo del maestro se me hace aun más especial.

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 15

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Centinela — 1981 …(pulse)

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Capítulo — 15

Con remo en mano

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“¡Soy pintor!” le grité a Judy desde el baño en el instante en que me vino a la mente. Estaba en casa bañándome ese sábado a mediodía cuando sentí el claro llamado del horizonte a que debía dirigirme. Al fin, después de 15 meses, había salido de la niebla. “¡Sé a qué me voy a dedicar!” le exclamo, eufórico, aliviado de que al fin había terminado la incertidumbre. ¡Ya sabía que coño hacer con mi vida!

        Cuando Judy me escuchó desde nuestra habitación, pensó que lo de pintor se refería a pintar casas. No se imaginó que se trataba de crear arte. Desde un tiempo atrás venía preocupándose de que era posible que yo quedaría sin empleo y sin ningún plan de contingencia. Tenía meses de verme deprimido, sin saber de qué otra manera ganarme la vida que no fuera en algo relacionado al comercio. Cada día me veía más insatisfecho con mi situación, y le preocupaba mucho el creciente deterioro de mi estado de ánimo. Una anotación en su diario el lunes de esa semana recoge su inquietud:  

        “…Estos son momentos muy tristes… Pobre Rogelio, debe estar desesperado, sintiéndose solo, asustado…mi corazón duele por él. Yo también he estado nerviosa…Tiene que ser fuerte y estar seguro de si, aunque no sepa lo que traerá el mañana…”

        Aunque le mortificaba pensarlo, Judy ya venía considerando la necesidad de tener ella que ir en busca de trabajo. Eso le estaba comenzando a mortificar.  Con razón, cuando grité en el baño, nada celebró que a lo que me dedicaría fuera el pintar casas, siendo yo todavía un director de empresas, aun que me estaba causando tanto martirio serlo. Nada de imaginarse de que en esos momentos me había liberado de esa encrucijada. Dejé de verme como empresario y vi en mí al artista que siempre había sido. Y en ese momento fue que decidí ir en busca de la profesión de pintor.  Por qué no lo había visto antes no tenía idea, pues me era tan obvio en el momento que se me ocurrió mientras me bañaba. Los meses de contradicciones y conflicto interno habían terminado.  

        Secándome a medias, me envolví la toalla sobre la cintura y enseguida fui a compartir mi euforia con Judy.

        “Siempre he sido artista, mami, solo que hasta ahora es que me vengo a dar cuenta de ello. Cuando pelao me la pasaba pintando y dibujando. Le metía largas horas al trabajo sin prestarle atención al tiempo. Cuando los aguaceros  me obligaban a permanecer en casa, a menudo recurría al arte para pasar las horas encerrado, felizmente embebido en mi trabajo. Cuando no hacia arte, me metía en algún trabajo manual que requería creatividad y concentración y durante horas.”

        Judy me escuchaba, pero le notaba que le era difícil procesar el grado de la revelación que le estaba anunciando. Se sentó en nuestra cama mientras yo seguía hablando, parado frente a ella, con la toalla todavía en la cintura. Estaba acelerado, y con mucha intensidad en mí hablar, tanta que a veces le tartamudeaba.  

        “Mira, por lado de los Villaláz, cuando mis tías y tío veían lo que pintaba y dibujaba me decían que el talento para el arte lo llevaba en la sangre, y tan natural me resultaba el trabajo que siempre les creí, porqué de veras me venía fácil dibujar y pintar. Pero a medida que crecía en la vida, no hubo lo  que me estimulara el avance del talento. En casa, mi vieja no me lo celebraba mucho, en parte porque no le veía seguridad económica alguna a la profesión de artista, viniendo ella de una familia repleta de artistas, incluyéndola a ella, todos con algún problema de dinero. En mis cuatro años de preparatoria militar, menos oportunidad hubo para hacer arte. Pero yo nunca dejé de sentirme confiado en mí habilidad natural por crearlo. Me siento capaz de dedicarme al arte como profesión. Aprenderé como es el oficio de artista.”

        “Pero eso que tuviste con el arte fue hace mucho tiempo, Papi. Y lo único más reciente que has hecho son esos pocos acuarelas que hiciste hace unos años, y los dibujos y pequeñas cosas con que te diviertes últimamente. Eso no me parece suficiente para que confíes en que tendrás éxito.”

        “Mira, al baño entré angustiado por seguir trabado en no saber qué hacer con mi vida cuando salga de las compañías. Y como están las vainas, eso puede darse en cualquier momento. Y pensé, otra vez, que nada deseaba más que encontrar la clase de trabajo al que le daría todo mi empeño por la manera que me satisface cuando lo hago. Mientras me enjabonaba bajo la ducha, pensé en los tipos de trabajos que me podrían atraer en ese sentido, y me pregunté si en mi pasado había practicado alguno que me haya hecho sentir ese grado de satisfacción. Y me vinieron solo dos a la mente: la carpintería…y el arte. Y en ese instante, recordé lo que me decían mis tíos de mi habilidad… Y se me prendió el foco: ¿Por qué, entonces, no hacer arte para ganarme la vida si la capacidad para hacerlo me viene tan natural y me satisface tanto el hacerlo?”

        “Pero tú nunca has pintado seriamente. Te falta mucho que aprender, mucho. Tampoco has tomado clases. No es trabajo suficiente para poder determinar si estás capacitado para ganarte la vida como pintor.”

        No me resultaba fácil transmitirle a Judy el entusiasmo y la confianza que estaba sintiendo, y que la idea de realizarme como pintor me estaba fascinando y llamando la atención en todo sentido, y que por estar sintiendo lo que sentía, estaba dispuesto a hacer el intento. Pero ese grado de entusiasmo que le estaba demostrando era precisamente lo que la estaba inquietando. 

        “Yo no sé, Rogelio, la situación en que estamos no es segura, y eso de ser pintor, no se logra así nada mas.”

        “No es un imposible forjarse una carrera como pintor, Judy. Hacer del arte un oficio es solo cuestión de aprender cómo perseguir la profesión de artista, de como abrirse campo en el mercado. Muchos artistas lo hacen, en todos los rincones del mundo. Y desde niño he sabido que tengo un talento natural para crear arte, y de eso me valgo para convencerme.  Y en cuanto a mi capacidad para alcanzar las metas dificultosas que se me presenten y superar los obstáculos que confrontaría, bastante experimentado en ello ya estoy, ¿no te parece? Todas estas experiencias que he cosechado con el comercio me servirán para lidiar con los inciertos y los riesgos que he de confrontar. Tengo algún temor por lo que me espera, te confieso, pero vale la pena sufrirlo por que…no se, por que sí.”

        Judy me conocía lo suficiente para darse cuenta que ya estaba empeñado en ir tras un nuevo sueño, y aunque le asustaba pensar en los problemas que podrían venir, debía prepararse. Ella sabía que yo ya me había encaramado en mi patín, e iría pa’lante a cómo diera lugar. 

        “Bueno, por lo que veo estas decidido, así que tengo mucho en que pensar.  Lo único que te pido es que tomes en consideración que tienes una familia, y dependemos de ti.” 

        “Si mi amor. Siempre los tomo en consideración.” 

        Me había atrevido a dar el salto a lo desconocido y a lo incierto. 

 

Ese encuentro, conmigo mismo, en el baño, marcó el comienzo de un camino repleto de nuevas experiencias y aventuras, que sigue, a cada vuelta, hasta el día de hoy, animándome deseos de explorar horizontes diferentes de creatividad artística. Este relato autobiográfico, por ejemplo, es mi primer intento de escribir un libro. Lo comencé en el 2017, y hoy día, en 2019 (2021 está edición), a los 75 años, le sigo dando retoques, aprendiendo a cada paso el arte de como mejor expresar por escrito algunos de los cuentos de la “película” de mi vida.

        Mis inicios como pintor no fueron un paseo. Tuve mi buena cuota de caídas y retos que superar. Mis primeros pasos los di cuando todavía era comerciante, y no tenía idea de cómo se subsistía como artista en Panamá. No contaba con experiencia previa alguna en el escenario del arte de mi país, ni siquiera como aficionado. Aunque provengo de un renombrado linaje artístico por vía del apellido Villaláz de mi madre, el arranque en el arte lo tendría que dar como novato desconocido. Por consiguiente, el proceso para poner en marcha mi nueva ambición cobró su cuota de angustiante inseguridad y fuertes tropiezos, no solo para mí, sino para Judy también.  En su diario anotó:

“…Rogelio está bastante dentro de sí mismo. Son tiempos duros para él. Estos son momentos muy tristes. Terminar un largo periodo en la vida y comenzar uno completamente diferente, no sabiendo qué es — esa es la parte que da miedo. Solo espero que pueda tomar clases de arte y se realice como verdadero profesional.

…No sé exactamente que voy a hacer yo. Solo sé que tendré que producir $, y eso significa buscar trabajo. Quiera o no…”

 

El deseo de salirme del ámbito del comercio lo sentí por un buen tiempo antes que ese día en el baño. Fue así como cuando de pronto se nos desvanece el apego por algo a que nos aferramos más por conveniencia que por devoción. De pronto sentimos evaporarse el ideal que le habíamos creado. Pero, el poder desatarnos del objeto del apego, no es cosa fácil; eso ya es otra vaina. En ese sentido, no me resultaría fácil desatar las cuerdas que me ataban a las compañías.

        La dirección de las empresas, el manejo de sus finanzas, el cuidado de su personal (que incluía a mi madre y cuñada), la responsabilidad moral y legal por el estado del negocio, así como toda su organización, dependían de mi liderazgo, o sea, de mí. Conmigo también contaba mi familia—ahora de cuatro con la llegada de Derek en junio del 71. Mi salario en las compañías y los beneficios de los cuales gozaba como director general eran necesarios para mi sustento económico y para conservar el dulce y cálido hogar que había formado con Judy. Habíamos logrado un agradable estilo de vida costeño que estábamos comenzando a disfrutar a menudo. Me aterraba pensar en lo que sucedería sí de pronto quedaba sin trabajo y me viera obligado a buscar otro de apuro.  La inseguridad económica me tenía espantado.

        Antes de dar con el llamado del arte en el baño, fueron pocas las alternativas que se me venían a la mente sobre qué hacer para ganarme la vida. Ninguna me atraía lo suficiente para darle muy seria consideración. Me sentía encarcelado sin saber, ni tener, para dónde huir. En la oficina a menudo sentía sofoco por que ya no me sentía que le aportaba energía genuina y productiva a su ambiente.  Al personal le aparentaba interés en los asuntos de las empresas, y me sentía culpable por el abandono que percibían, pues era obvio que notaban la diferencia en mi entusiasmo por cuidar de sus necesidades y los detalles del negocio. Me frustraba asistir al trabajo en esos estados de ánimo. 

        También, motivo de preocupación ha debido ser el cambio extraño en mi vestir y apariencia. Las camisas y corbatas de última moda y los vestidos a medida de Donadío los había reemplazado por un vestuario casual y desprendido. Influenciado por modalidades que brotaron de la contracultura estadounidense de los 60, me dejé crecer el cabello y las patillas. Andaba en una ingenua búsqueda de valores mas genuinos y menos enfocados en lo material.  

        Pero ahí seguía de Director Ejecutivo, donde me sentía obligado a estar. ¿Qué si renuncio, me preguntaba, y me fajo de salida? Después de todo, yo no soy indispensable; nadie lo es en organizaciones regidas por jerarquías de mando y funciones. 

        Pero en mi caso no era fácil ser reemplazado.  La calidad del liderazgo y el poder general que había ejercido para rescatar a las empresas de su crisis, y en poco tiempo proyectarlas hacia su auge, la pude desempeñar con éxito gracias al esfuerzo y la lealtad de un equipo de personal dispuesto a la batalla…pero eso sí, conmigo al frente, donde los había acostumbrado a que me vieran desde un principio. Si me iba de pronto los defraudaría.  En el fondo, sin embargo, sabía que, de llegarme la oportunidad ideal, no vacilaría en aprovecharla. 

        Verme en esa irónica dicotomía de deberes y aspiraciones era parte de mi martirio interno en que me encontraba. El dilema principal era la mortificación diaria de no saber cómo resolver la encrucijada en la que me sentía atrapado. Por suerte, mis inquietudes y angustias eran amortiguadas con frecuentes visitas a los paraísos naturales que teníamos a tan fácil alcance en nuestra provincia. A menudo Judy y yo tomábamos paseos, cortos o largos, con o sin amigos, a las playas de Colón: las de Piña entre las favoritas de Costa Abajo, cerca de la boca del Chagres, donde en ocasiones hasta acampábamos con nuestros hijos y sus amiguitos los fines de semana largos. Para cortas escapadas de la ciudad íbamos a Sherman al otro lado de la bahía, o a Playa Diablo que quedaba cerca del camino de piedras hacía el fuerte San Lorenzo. En Costa Arriba, algún sábado o domingo nos embebíamos con la ricura de Guanche, nuestro río favorito llegando a Portobelo. Allí también acampábamos fines de semana. A veces, de paso llegábamos a María Chiquita, playa que de pelao visitaba con frecuencia y donde conocí y me enamoré al instante de Judy, quién de once años estaba de paseo de familias en la casa de playa de los Calviño. Y a Isla Grande nos tirábamos en ocasiones, como también a Galeta, que por quedarnos cerquita de la ciudad, nuestras visitas eran cortas. Y, claro, siempre teníamos a mano lo poco que nos estaba quedando del litoral colonense. Para escapes momentáneos teníamos el Paseo Gorgas, el área del Fuerte De Lesseps y los predios del Hotel Washington. Y estaba la ciudad de Panamá, a donde a veces nos disparábamos con Diana y Tommy para cenar, ir al cine, y regresar a Colón esa misma noche. Los carnavales, y en particular el célebre Carnavalito, también eran parte del menú de recursos que estaban a mi alcance para alivianar el peso de mis preocupaciones y darme tiempo para reflexionar.

        Varias veces le di vueltas a la idea de formar empresa propia, pero no lograba atraerme el precio personal a pagar que habría de por medio. Y ofrecerme a otra organización como gerente—oficio que sabía desempeñar con destreza—me daba escalofríos solo pensarlo. De cajón tendría algún superior dándome órdenes, y eso no lo cuajaba bien para nada. En la academia militar, donde el cuestionar la orden de un superior era permitida solo después de cumplirla, no me había ido bien en ese sentido. Órdenes comandadas sin una razón justa las resistía de manera instintiva, como de hecho hice una vez, y sufrí las consecuencias. Por suerte, Jean nunca me demostró su autoridad por medio de órdenes. Y, como director, ejercí mi jefatura máxima en las empresas en base al concepto progresista de que al personal no se le ordena para que obedezca; se le inspira y educa.

        ¿Entonces, si no para una gerencia, para qué otro tipo de trabajo serviría? A veces pensaba que me conformaría con uno que al menos me llamara suficiente la atención para entregarle esfuerzo y empeño a cambio. Me gustaba el trabajo fuerte, pero era esencial que al menos me agradara mucho. El dinero era secundario. Confiaba en que eso vendría de complemento, impulsado ante todo por lo placentero que sería su diario desempeño. 

        Pero si solo supiera ¿qué clase de trabajo era el ideal? Por mientras, me sentía obligado y atado al empleo en que me encontraba. 

        Para aliviarme de los problemas y de la confusión e incertidumbre que sufría, un par de meses atrás había recurrido al arte de la misma manera en que me sirvió en 1968 cuando produje el pringo de acuarelas y el retrato del viejo en carboncillo. El trabajo manual siempre me relajaba, y pintar y dibujar ayudaban a manejar las tensiones de la crisis de aquel entonces y la inseguridad que, como ahora, sentía sobre mi futuro. 

        Pero en esa ocasión, como en la otra, no había entretenido noción alguna de tirarme a ser artista.  Decidí a ver si dibujaba algunas cosas cuando un día en mi garaje hacía carpintería para aliviarme del estrés. Mientras aserraba unas piezas de madera para una tablilla que estaba terminando, me llamó la atención el surtido de materiales para hacer arte que había guardado desde el tiempo de las acuarelas. Los llevé arriba a mi estudio y puse todo sobre la mesa de arquitecto que había comprado en el 68. Sabía que en algún momento me pondría a pintar o dibujar cuando me llegaran algunas ideas para darle arranque. No sabía, ni le prestaba atención, en qué rumbo tomarían esos impulsos creativos. Me atraía solo saber que de cualquier forma el trabajo sería muy relajador.  Sin tocarlos, allí quedaron los materiales varios días.

        En esos tiempos tenía una moto Yamaha 250cc que le había comprado a Chad. A Judy le había conseguido una 125, y juntos—y a menudo con Charlie—tomábamos paseos por la playa o a Fort De Lesseps; a veces por las cercanas afueras de Colón.  

        El sábado de esa semana, en la tarde, regresaba a casa desde Margarita en mi Yamaha con Judy montada atrás de mi. Cuando cruzábamos la Santa Isabel por la Calle 11, un pelao en bicicleta de pronto se nos cruzó en frente, y para no atropellarlo, frené enseguida e incliné la moto para esquivarlo, y sobre el pavimento caímos Judy y yo con todo y máquina. Ella salió ilesa, pero yo quedé con la moto sobre mi pierna izquierda. 

        Un fuerte dolor en la rodilla hace difícil quitarme la moto de encima, y al tratar de pararme con la asistencia de Judy, es claro que no puedo caminar. Judy entonces lleva la moto a casa y regresa con el auto a buscarme. Al día siguiente, la hinchazón y el dolor me obligan a acudir al Amador Guerrero, donde radiografías muestran una raja en el fémur izquierdo. Enyesado hasta el muslo, y en muletas, regresé a casa a media cuadra del hospital donde inicié dos semanas de incapacidad ordenada por el médico.

        Tan bien me cayó la incapacitación, que la extendí otra semana. Pocas ganas tenía de regresar al trabajo. Me dejé crecer la barba, y me desprendí de los problemas en la oficina. Disque para recuperarme del todo, decidí tomarme otra semana más.  Me dio por leer con voracidad. Y también me puse a jugar con el arte. 

        Un día, aburrido, acomodé mis materiales sobre la mesa y me puse a garabatear para ver que imágenes salían por su cuenta. Hice algunos dibujos en carboncillo, otros en grafito, tinta china, acuarela y hasta lápices a colores.  Todas las imágenes reflejaban un estilo medio surrealista, inspiradas por la lectura de temas sobre la ascendencia de consciencia, y como adquirir claridad perceptiva y madurar la sabia esencia de nuestro ser. 

        En esos días también me interesaba desarrollar la calidad crítica en el pensar, para así estimular mi propia sensibilidad por la sabiduría. Sentía que solo con una sobria y realista introspección adquiriría la capacidad para navegar las inciertas mañanas que me esperaban. Los garabatos, hechos sin censura interna alguna de mi parte, reflejaban interesantes aspectos del estado de mi inconsciente, algunos inquietantes. El matrimonio de la lectura y el arte me resultó ideal y liberador…y perfecto para meditar.

        A casi tres semanas de estar con el yeso puesto, fuimos con unos amigos a Güanche. El río se veía cristalino y acogedor, y su playa de piedras al otro lado de donde estacionamos invitaba cruzarlo. Era allí, en ese codo del río, donde solíamos acampar frente a una deliciosa piscina natural de buen tamaño. Por la siempre tranquila corriente que le mantenía cristalina su agua, la piscina era el foco de nuestro deleite cuando visitábamos río Güanche.

        Apenas bajamos de nuestro busito Volkswagen, Judy y los amigos quisieron cruzar de inmediato. Para evitar que se me mojara el yeso, iban a tener que cargarme, cosa que vimos que sería tremenda jodienda sin una canoa o alguna balsa improvisada para transportarme. Así que, a la mierda, dije, y me tiré a cruzar la llanura del río a pie con yeso y todo. Ya no usaba muletas. Cuando llegué al otro lado, el yeso blanco, manchado de tinta escurrida proveniente de las firmas y otros garabatos que portaba, lo sentí pesadísimo. Estaba empapado de agua y, para colmo, se había ablandado y deformado. Tomé mi puñal de su funda y poco a poco me lo fui quitando de encima. Cuando al fin terminé, y me enjuagué la pierna en las cristalinas aguas del río, la noté adelgazada y pálida, pero libre al fin. Con cuidado, me dirigí al área de la playa cubierta toda de redondeadas piedras de colores agrisados. Allí nos posamos unas horas deliciosas para nadar, descansar y charlar a gusto.

        Había decidido quitarme el yeso en el instante en que lo pensé, sabiendo que lo quitaba antes de lo prescrito por el médico. No fue caprichosa la decisión. Tenía días de sentir ganas de quitármelo, pensando que ya no lo necesitaba. Mi pierna tenía que volver a servir su función natural para que sanara del todo.  Darle uso lo hará más pronto, me dije. Y así fue. Con cuidado al andar, mi pierna fue respondiendo y confirmando que tuve razón.

        Durante la semana después del paseo a Guanche, pude gozar de nuevo de mis baños en casa sin el bendito yeso. Desde que desperté temprano el sábado, hasta cuando me di aquel baño al mediodía, me la pasé dándole mil vueltas negativas al hecho de que el lunes tendría que regresar al martirio de la oficina. 

        La lucha interna que cargaba no me permitía disfrutar el baño. Pero mientras me enjabonaba la pierna, la quitada del yeso la vi de pronto como una metáfora que impartía una enseñanza iluminadora. Algo hizo clic en mi cuando relacioné la lección del yeso con la crisis existencial que venía sufriendo, y sentí que las compuertas de mi percepción se abrieron de par en par, como si liberaran el exceso de mis dudas y me hacían claro de que el arte no era lo que necesitaba como terapia relajadora, sino que era más bien el oficio que me tocaba emprender en mi vida.  Fue cuando Judy me escuchó gritar.

        Comprendí que el ser artista requería aprendizaje como lo exige cualquier otra profesión; y si uno siente natural su llamado, entonces ¿cómo no ir tras él?  Tornearlo en oficio profesional era solo cuestión de aprender cómo hacerlo, de ponerse al andar, para así darle formación como carrera. Estaba más que dispuesto a averiguar lo que había que aprender para ejercerla. El talento ya lo tenía; desde que era niño me era evidente. 

        Después del momento de revelación que tuve en el baño esa tarde, se me fue aclarando el nuevo horizonte de retos que me esperaban, y hacia él me dirigiría a todas ganas de allí en adelante. También sentí que había terminado mi lucha interna contra las responsabilidades empresariales que todavía me tocaban enfrentar. Ya no las resentía. Se disipó la fobia que le había cogido a la oficina. Las buenas experiencias, y las difíciles, así como los conocimientos que adquirí durante mi turno con el comercio fueron el conjunto de lo que me condujo al camino que ahora lucía claro y cierto.  En lugar de rechazarlo, mi pasado como comerciante tomó su justo valor, pues fue por haberlo vivido que pude llegar a ese momento revelador.  

        Ahora, iría en busca de mi nuevo futuro en el arte con buen remo en mano.

 

 

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 14

1976-10   La Llave - detalleLa llave — 1975

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Capítulo — 14

Inocencia perdida — Parte 2

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El final de mi ambivalente amorío con el comercio fue cómo se desintegra el iridiscente globo de jabón. Cuando su frágil hermosura se desvanece, nos queda solo la gota silente de su breve esplendor para recordarnos que no fue hecho para perdurar. Así fue mi travesía por el mundo empresarial.

            La causa heroica que cinco años antes me había instado a dejar California para responder al llamado de auxilio de mi hermano se desvaneció como el globo de jabón en un goteo final de desilusión. Primero fue el exilio indefinido de Roly. Después la muerte prematura de mi padre en abril de 1969, y finalmente la renuncia de mi tío Max al no poder él aceptar que yo fuera su jefe.  Así se erosionó la razón de la causa de familia a que con toda entrega me había suscrito. Había quedado solo con la carga del sueño de nuestro padre

            Con la pérdida de ORLANE para el Caribe en 1972 a escasos tres años de mi gestión como director, se extinguió del todo el ánimo que le quedaba a mí ahora desmitificado ensayo como comerciante. Ya no le sentía el apego de antes a las empresas de Jean, ni tampoco, a decir verdad, al oficio de comerciar mercancía de consumo cómo perfumería y cosméticos de marca. Ya no me atraía en lo mínimo ese tipo de negocio; no me retaba el intelecto creativo lo suficiente para sentirme apasionado al practicarlo. El proceso de mercadotecnia que dio con el plan ideal para re-introducir Orlane en Panamá necesitó de análisis creativo, sí, al principio, y fue divertido realizar sus estrategias; pero una vez instalados los mecanismos del plan, lo demás fue solo cuestión de darle continuidad y mantenimiento regular a los sistemas de control establecidos. El comprobado modelo se repetiría hasta hacerse rutinario.

            En reacción al desplome en ventas que precipitó la pérdida del mercado caribeño, el incentivo de mi participación en las ganancias netas perdió todo sentido, y con él, su atractivo. ¿De qué habían servido mis tres años de esfuerzo y compromiso si ya no contaría con el beneficio económico del incentivo, el cual dependía, en su mayoría de las ventas al Caribe?  Los mercados de Panamá y Centro América no eran suficiente contrapeso para compensar la cantidad de ingresos que dé un porrazo había perdido. 

            El derrumbe de ánimo que sufrí a consecuencia de lo de ORLANE no fue solo en mi relación con el comercio. También precipitó cuestionamientos internos personales que venía gestando sobre lo poco que mi trabajo reflejaba mi nuevo sentido de ética social. Ninguna justificación le veía a seguir promoviendo mercadería cuyos precios eran inflados a propósito para aprovecharnos de la inocente credulidad del consumidor con el propósito de exprimirle exorbitantes ganancias a lo que nos compra. También comencé a considerar el mundo de la moda y cosméticos como un aspecto frívolo del consumismo, donde los trips con marcas de renombre poco aportan al bienestar esencial del comprador.  En cierto sentido causan lo contrario

            Caso en particular de cómo nos aprovechábamos de la ignorancia del consumidor, fue el de nuestra majestuosa crema B21 que ORLANE lanzó internacionalmente en 1968, pero que, por retrasos en decidir como mercadearla en Panamá, la introduje el año siguiente. 

            En el campo de cremas de tratamiento, la llegada de la B21 fue una primicia en los principales mercados del mundo. No tenía antecedentes el concepto de calidad extra sobresaliente en ese tipo de producto. La B21 era la mamá de los tomates entre las cremas de tratamiento. Como la más cara del mundo la promovió el fabricante. Su envasado de gran lujo y sonado lanzamiento mundial celebraban las virtudes únicas y científicas anti-aging de la bendita crema. 

            Cuando por fin programé su lanzamiento en Panamá, llegué a la fase del plan de mercadeo donde había que fijar su precio de introducción. Para la línea en general, con pocas excepciones, usaba una fórmula de cálculo de precio que nos aportaba un margen de ganancia que a su vez nos daba el valor al por menor. El precio lo ajustaba, si necesario, ya sea para redondearlo o acomodarle su atractivo. Por ejemplo, si era 14.67, lo dejaba en 14.75 o 14.95. Si 15.01, lo bajaba a 14.95 o lo tiraba a 15.25. El precio al por menor de la B21 nos salió en 41 dólares y algunos centavos. Decidí dejarla en 45 (precio de hace cinco décadas).

            Me era un tremendo reto mercadear la crema de tratamiento mas cara que pagaría la mujer panameña para no solo poseerla, sino también comprarla con regularidad, para así darle a su piel su “necesario” régimen de cuidado. 

            Antes de hacerle a Jean el pedido para establecer nuestro inventario inicial de B21, lo llamé para preguntarle cómo la había mercadeado el director de su fábrica en México, incluyendo su precio, y me dice: “Guy la lanzó a un valor equivalente en pesos de 85 dólares.”

            “¡¿Cómo?!” le cuestioné alarmado.  “¡Qué locura! ¿Y cómo se le vendió?”

            “Fue un éxito fenomenal, y es la crema que más vendemos en México. ¿Por qué no te das un viaje a visitar a Guy un par de días para que aprendas como lanzó él la B21? Así lo conoces a él y a la fábrica.”

            Jean le tenía mucha admiración a su director. ORLANE y Jean D’Albret eran reconocidas como las más exitosas marcas de cosméticos y perfumería en todo México, rango que obtuvieron pronto después de que el padre de Jean le asignó al colega francés la dirección de la fábrica y la venta a los almacenes.  México era el territorio que mejores resultados le rendía a Jean, y eran excelentes.

            Llamé a Guy y en una semana  me encontré rumbo a México.

Alto y delgado, en sus cincuenta con cabello agrisado, ni muy corto ni largo, Guy estaba de camisa y corbata cuando me recibió en su despacho. Su saco de gris pálido descansaba sobre su silla ejecutiva de cuero negro y madera. Su oficina no era chica, pero tampoco pretenciosa de tamaño y decorado; era amplia y cómoda; proyectaba la elegancia del buen gusto que también reflejaba su distinguida figura de europeo culto. Sentí cálido su recibimiento. En perfecto español e inglés, con acento, concentró la mayor parte de la reunión para discutir la B21.  

            Después de mostrarme las instalaciones de la fábrica, en particular el material publicitario para exhibir la B21 en vitrinas y puestos de venta, me entregó una lista de almacenes de primera que me sugirió que visitara para tomar nota de cómo eran proyectadas en los almacenes la imagen y las existencias de B21. 

            “Hablamos cuando hayas hecho el recorrido de las tiendas,” me dice, “para entonces discutir algunos puntos particulares de la B21 que te serán muy útiles.”  

            Mi hotel quedaba en el Paseo de la Reforma, bastante cerca de la Zona Rosa, lo que me permitió caminar hasta las tiendas recomendadas por Guy, y a la vez disfrutar del ambiente del afamado barrio del Distrito Federal. 

            Después de pedirme un taxi para regresar al hotel a dejar mi maletín y otras cosas que cargaba, la secretaria de Guy me dice: “No tome agua, ni en los restaurantes, a menos que sea agua procesada y embotellada. En vez, procure tomar bebidas gaseosas cuando tenga sed.”  

            Su advertencia provenía de la legendaria aflicción estomacal conocida como La venganza de Moctezuma, sufrida por desprevenidos visitantes extranjeros. 

            “Sí, gracias,” le respondí sonreído. “Estoy anuente de ello.”

La última—y primera—vez que había estado en México fue en 1966 cuando de regreso a Panamá de California en mi GTO con Judy, su prima Elvita y Charissa de año y pico, nos quedamos en el DF cuatro días en casa de los Salterio. Eran amigos colonenses de mis padres desde tiempos en que fueron vecinos durante mi infancia en Calle 8. Con sus hijos jugué muchísimo. En los días que estuvimos de visita, tuvimos la dicha de reunirnos con Alex y Noris, amiguísimos nuestros, también de Colón. Alex, siendo Mexicano, había regresado al DF.  Pero en esta ocasión, media década después, fue la crema B21 de ORLANE lo que me había traído a México. 

            La reunión con Guy del día siguiente la tuvimos de nuevo en su despacho, antes de irme a almorzar—lo que sería a media tarde como era de costumbre en el país mexicano.  El día anterior le había expresado a Guy mi inquietud sobre el precio al por menor que pensaba ponerle a la B21 para el mercado panameño y con esa temática abordó el tema para la reunión. 

            “¿A cuánto piensas ofrecerla en Panamá?” me pregunta.

            “Tomando en cuenta mi fórmula de cálculo, para darnos un 35% de ganancia sobre el precio al almacén, y permitirle a este un margen de 40% sobre el precio al por menor, sale en 41 y pico la B21.  Pienso introducirla a 45 dólares.”

            “Súbela a 65,” me dice con firme convicción.

            “Que va,” le respondo. “Ese precio no me lo aguanta el mercado panameño. El producto no se me moverá de las estanterías.”

            “Se venderá más a ese precio que a 45 dólares, te lo aseguro.”  

            Vestido de saco y corbata y sentado erguido en su escritorio frente a una ventana grande detrás que mira abajo al piso principal del área de fabricación, procede en explicarme lo que no era teoría para él, sino un hecho de mercadeo comprobado y sustentado por las excepcionales ventas consistentes que generaba de B21. La cátedra en sicología consumista que me da resulta iluminadora y en una transcendental e inolvidable lección.  Muy convencido me expone la sicología de cómo se auto engatusa la mujer a pagar un precio exorbitante por una crema que, aunque excepcional, no lo vale. 

            El proceso partía, ante todo, con el bajo costo de la elaboración y la fabricación de los ingredientes de la crema en comparación con el astronómico precio al por menor del producto final.  Los gastos mayores para producir y mercadear el producto a venderse consistían en un compuesto de costos agregados dirigidos, primero y a gran costo, a crearle la ilusión de máximo lujo y exclusividad al envase. Después se le agrega los costes de embarque, distribución, almacenaje, entre otros, más la publicidad para promover el producto, lo que, en el caso de la B21, gran parte era destinada para resaltar su imagen de lujo exclusivo. Por último, el producto final es ofrecido en almacenes donde llegan los compradores dispuestos a pagar su altísimo valor al por menor, cumpliendo así el objeto final del proceso de marketing: vender lo más caro posible.

            “El precio aquí en México, tomado de cálculos de precios que aplicamos a otras cremas, buenas y caras, nos salió alrededor de 60 dólares. Yo la lancé a 85 y usé parte de la ganancia adicional para publicitar de manera amplia su atractivo y la razón por la cual era cara como ninguna otra.”

            “Quiénes más la compran,” agrega, “tienden a querer ostentar su privilegio de tener la B21 en su tocador junto con sus otros perfumes y cosméticos de marca. Esa es la sicología que pusimos a prueba.”

            Y lo fundamental: “Sabemos que la persona que compra la B21 conoce, ante cualquier cosa, que es la súper crema de tratamiento más cara del mundo, o sea, que no hay otra. Entonces, sabemos también que quién paga el precio que se pide por la B21, es porque tiene el dinero de sobra para pagarlo—lo cual en ese caso no le importa el precio—o porque, por alguna razón, no quiere ser de las que se queda sin el estatus de tenerla, y hace lo que sea para comprarla al precio que se ofrezca.”

Ese análisis medular de la idiosincrasia de los hábitos de compra particulares de la demografía de un producto de lujo como la B21 me quedó grabado de por vida. Quedé encantado con la argumentación que me presentó Guy, cuya veracidad era respaldada por sus resultados de venta. Me voló el cerebro la certeza de sus conclusiones, y la puse en práctica apenas regresé a Panamá.  Introduje la B21 a 65 dólares en todo el territorio nacional, y nuestras ventas fueron extraordinarias.  ORLANE llegó al pináculo de su prestigio en nuestro país.  Era la reina entre las líneas de cosméticos. No la de mayor venta, ni la más extensa, pero sí de indiscutible monarquía de finura.

            Pero eso fue antes de la pérdida pendeja del Caribe que dos años después desataría el oleaje que me trajo cambios existenciales y de valores personales que no pude resistir.  La lección de Guy sobre la demografía de la B21 la vería después con un nuevo abrir de ojos desde una perspectiva contraria. Lo que al principio celebré con júbilo de lo que me revela Guy ahora reconocía el daño de su lamentable realidad. ¿Qué es lo que hace que una persona abandone su buen sentido de discreción para adquirir, a gran costo de dinero, un tarro de crema que le promete el secreto de la anti-edad menos por su virtud de ser un producto de singular y auténtica calidad que por su precio y marca?

            Por otro lado, al malestar de mi desánimo general también contribuía el estado de gobernación de nuestro país, en particular el atrincheramiento del autoritarismo torrijista. El tipo se había desecho de Boris, quedándose solito con las riendas de mando de la nación panameña. No tardó en ordenar la formación de una constituyente de pantalla para que le redactaran una nueva constitución en la cual se le concedían poderes casi absolutos. Su mezcla de “benevolente” represión y repartidera de plata, obsequio de puestos de gobierno y negociado de favores fue un eficaz antídoto que neutralizó a sus opositores. El consumismo, en particular el de marcas de renombre encarecidas, no se detuvo ni disminuyó con el llegar de los militares; al contrario, durante un buen tiempo gozó de un auge notable, del cual yo mismo me aproveché como tantos otros comerciantes, y que luego me cuestionaría.

            Esos y otros cuestionamientos existencialistas que venía haciéndome con mayor frecuencia avisaron un giro radical de valores y de seria reflexión. Sentía urgente la necesidad de darle mayor sentido a mi vida de trabajo y encontrarle su armónica razón de ser. El cambio de mis sentimientos para con el comercio se dio no tanto por desilusión, sino por la necesidad de vivir acorde con una filosofía de principios e ideales de genuina nobleza y honestidad, sobre todo en lo que de oficio para ganarse uno la vida se trataba. Necesitaba un doblar de página en mi vida, pero no sabía qué me aguardaba al pasarla …o qué deseaba encontrar al hacerlo.  Estaba en un nuevo periodo de seria introspección, y el arte, aunque como alternativa permanecía todavía fuera de mi radar, más adelante me ayudaría a navegarlo.

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 13

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Siete chakras (detalle) — 1973-1976
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Capítulo — 13

Inocencia perdida — Parte 1

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“¡¿Qué me estás diciendo, Jean?! ¡¿Que hemos perdido la distribución para TODO el Caribe?! ¡¿Así nada más?! ¡¿Sin pelearles?! ¡¿Cómo han podido quitarte la marca, así por así, a las huevas?! ¡Hay que pelearlo, Jean! ¡Sin ella estamos jodidos! ¡Todo lo que hemos hecho, lo que hemos logrado en tres años con la marca habrá valido mierda! ¡ORLANE es crítico!

            Estaba a punto de explotar. Tenía a Jean al teléfono desde París. Lo había llamado para que me explicara lo que significaba su alarmante noticia que me acababa de llegar por correo postal. No era información para recibir por carta. Había tomado dos semanas en llegar a mis manos.

            “Yo comprendo cómo te sientes, pero no hay nada que pueda hacer.”

            “Habla un poco más alto, Jean, no te oigo bien.”  La conexión con París no era muy buena. 

            “Que comprendo tu preocupación. ¿Me oyes ahora?”

            “Sí, ahora sí. …Por supuesto que estoy preocupado. ¿Cómo no voy a estarlo? Es muy serio esto. Alguna protección debe ofrecerte el contrato, ¿ya te fijaste?”  

            Silencio.  

            “¿Aló? Jean, ¿estás allí? ¿Aló?”

            “Sí, Rogelio …eh…no hay contrato.”

            Me tomó fuera de base su respuesta. Ahora el que quedó mudo fui yo. Lo peor es que Jean no mentía, y era de palabra, así que, aunque no quería creer lo que acababa de escucharle, sabía que era cierto lo que me admite.   El tipo no contaba con un contrato con el fabricante de ORLANE concediéndole derechos exclusivos para distribuir sus marcas en los mercados que durante muchos años fueron servidos con dedicación por su padre y por él mismo. Durante todo ese tiempo, la organización que ahora dirigía Jean era la única encargada de fabricar y mercadear las marcas del fabricante en México y Venezuela. Los territorios de Panamá, el Caribe y Centro América eran suplidos por nosotros desde Zona Libre con producto llegado directamente de Francia. Siempre asumí que ante semejante compromiso de comercialización Jean tendría un acuerdo legal de protección con el fabricante.  

            Confiado de que el contrato era un hecho, durante los últimos dos años y medio desde que asumí la dirección de las empresas, mis esfuerzos los había concentrado primero en aumentar las ventas al mercado del Caribe y Panamá. Como primer objetivo me propuse asegurarle a ORLANE y Jean D’Albret su merecida posición entre las más destacadas marcas de cosméticos y perfumería vendidas en nuestro territorio. Lograr esas dos metas primordiales serviría de trampolín para el resto de las medidas que estaba tomando en busca de mejorar la situación general de las empresas. En poco menos de año y medio alcanzaría esos objetivos. Centro América estaría próximo en la mira. Me encontraba en buen rumbo para completar mi plan de cinco años que le había presentado a Jean.

 

            El inimaginable descuido de mi jefe canceló de golpe mis esperanzas de alcanzar el porvenir a que me había empeñado a perseguir, aún no estando mi padre para demostrarle lo que su hijo menor iba logrando. Los valores que hasta en ese momento me impulsaban hacia adelante, perdieron sentido de un momento a otro con la muerte de mi viejo. El pesado desánimo de propósito que sufrí, lo tuve que superar a las huevas. Papá había sido gran parte de la razón por la cual me le fui de frente a la carga de responsabilidades que me había caído encima. Sin él vivo para impresionarlo, tuve que recurrir a lo único que me aportaba propósito personal suficiente para seguir metiéndole el hombro al más importante de mis objetivos: el deseo de adquirir independencia económica para mi y mi familia. El mundo del comercio no me apasionaba, pero para allá iba; a ver que encontraba en su horizonte. En un rincón de mi archivo, dejaría de lado por un tiempo mis inquietudes políticas. El arte permanecía en un aun más recóndito rincón del olvido.

 

La pérdida de ORLANE y Jean D’Albret para el Caribe significó la merma inmediata de gran parte de lo que ya había logrado durante mi plan de cinco años. Mucho le resentí la insensibilidad con que Jean me había hecho llegar su desequilibrante noticia, y le recriminé el no haberse protegido con un contrato de representación de marca. Desde que asumí la dirección de las empresas, el llamado a mi trabajo lo había abordado con su buena medida de obsesión, a menudo dedicando fines de semana y días feriados, y hasta cuando estaba de vacaciones, siempre en constante marcha hacia las metas trazadas.

            El objetivo principal de mi plan era recuperar el veinte por ciento de las acciones que mi viejo tuvo que entregar como parte del arreglo de pago de su deuda. ORLANE y Jean D’Albret eran las marcas pilares de mi programa para que fuese sostenible la prosperidad de las empresas. Como director, había implementado una serie de estrategias de mercadeo que cada año reportaban tácitos y progresivos aumentos de ventas e ingresos. Habiéndole ordenado la administración a las empresas para manejar con mayor eficiencia el crecimiento que le tenía previsto, pude reportar para el primer año un notable aumento general en las ventas. Tanto Jean como el fabricante quedaron impresionados con mis resultados, y para mantenerme incentivado, Jean me ofreció—a partir del año siguiente—una participación del 7.5% anual en las ganancias netas de las empresas. Para el 1971 cobré mi primera bonificación. En 1972 estaba en camino para una segunda mucho mayor.

            Mi programa de cinco años también incluía expandir, más adelante, nuestra oferta de líneas y marcas exclusivas para distribuir en los territorios que ya servíamos con OLRANE y Jean D’Albret. Pero el mas agresivo esfuerzo para desarrollar crecimiento se lo dedicaría primero a ORLANE. La atención a su mercado por parte de mi padre, Max y Roly había sido deficiente, y tomé medidas correctivas inmediatas que en poco tiempo rindieron un notable crecimiento en nuestras ventas al Caribe.

            El desarrollo del mercado interno de Panamá exigía un programa especial para el mercado panameño. Como en el Caribe, existía la capacidad para reportar un crecimiento inmediato en ventas, pero llevarlo a cabo necesitaría no solo de la aplicación eficaz de principios de mercadeo y de controles administrativos. También había que dar con un plan de promoción especifico para ORLANE, medido por las circunstancias particulares de la plaza panameña de cosméticos. Se trataba, ante todo, de encaminar la línea en un terreno bastante competitivo, y donde, durante años, aun siendo cosmético francés de gran renombre, en Panamá casi no existía.

            Cómo marca reconocida a nivel mundial, haciéndole algunos ajustes claves a nuestros sistemas de distribución, pudimos mejorar pronto las ventas de ORLANE en el Caribe.  Las ventas al menudeo en el territorio caribeño ya contaban con apoyo de fondo. En los prestigiosos almacenes de lujo eran promovidas in sitio por Consejeras de Belleza enviadas desde Europa por cuenta de Jean y el fabricante como personal especializado en la venta de ORLANE y de la perfumería Jean D’Albret, que incluía varias fragancias y línea para hombres. En los dos viajes que hice para conocer el mercado caribeño fortalecí la gestión de las consejeras, visitándolas en sus puestos de venta y agasajándolas en las noches con cenas y ambiente festivo que aprovechaba para discutir posibles mejoras en nuestro servicio de suplir sus pedidos y planificar estrategias futuras para promover ventas.

            Siendo nosotros en Zona Libre quienes abastecíamos los pedidos que recibíamos de los almacenes en el Caribe, las deficiencias en los sistemas de almacenamiento y distribución provenían sobre todo de nuestro lado. Por consiguiente, como primera medida correctiva, organicé la recopilación de estadísticas de ventas por producto para determinar sus patrones y temporadas de mayor movimiento. De esa manera formulábamos y programábamos bien estudiados pedidos a París que nos enviaría Jean con el mínimo de demora. Los números y los patrones de venta eran organizados y calculados a mano. En esos tiempos no teníamos micro sistemas de computación.

            Para los despachos desde Zona Libre, implementamos controles para asegurar inventarios adecuados y el rápido llenar y envío de pedidos que nos llegaban por teletipo. En los almacenes principales, capacitábamos a una de nuestras Consejeras de Belleza para asistir al cliente en la formulación de sus órdenes de re-abastecimiento. También a la consejera le conferimos autoridad para llamarme de manera directa si había algún problema de distribución que necesitaba resolverse enseguida y sin la demora de tener que consultar primero a París.

            Otra acción inmediata que tomamos en los almacenes fue la de mejorar nuestra relación con sus gerencias y supervisores de ventas, demostrándoles que éramos sensibles a sus necesidades. Una manera de comprobarles ese compromiso fue darle respuesta inmediata a cualquier solicitud o queja que tuvieran de nuestro servicio. Entre las más eficaces políticas que adoptamos fue la de acreditar, sin demora y sin preguntas, no solo el valor de cualquier reclamo de mercancía nuestra que le había llegado dañada o faltante en nuestros embarques, sino también de cualquiera de nuestros productos que no se les había movido en mucho tiempo, y cuyo estado físico lo evidenciaba. Mercancía en buen estado, pero invendible, nos la podían devolver, sin previa autorización de nuestra parte.  

            Estos pasos nos cosecharon una buena medida de goodwill, y mejoró, en relación con nuestra competencia, el posicionamiento de nuestras marcas que nos ofrecían los clientes en sus estanterías y vitrinas. Esas medidas y otras tomadas con la colaboración de Jean y del fabricante pronto reportaron sustanciales aumentos en las ventas.

            Queriendo que el territorio panameño reflejara lo mismo, tanto Jean como el fabricante me instaban a no seguir dilatando la nueva introducción de ORLANE en Panamá. 

            Comprendía la razón de su impaciencia, dada la poca presencia de la marca en el mercado interno del país. Lo poco que se vendía de ORLANE en el territorio nacional era sobre todo a través de ciertos almacenes Indostán que servían a turistas en la mayoría. Algunos otros almacenes no turísticos eran servidos, pero a medias. El personal en esas tiendas, incluso las de los Indostán no contaba con entrenamiento para saber cómo ofrecer y vender con destreza nuestra compleja línea de cosméticos. Con el progresivo decaimiento en el negocio turístico de esos negocios, decayó también el grueso de nuestras ya pocas ventas de ORLANE en el territorio nacional. Igual había sucedido con los perfumes.

            En cambio, el consumo interno de cosméticos y perfumería, particularmente el de la capital, estaba en pleno crecimiento. Los más destacados almacenes como Félix B. Maduro, Danté, Farmacias Arrocha, SEARS y otros pocos, destacaban en sus principales espacios, vitrinas, y estanterías, la presencia de LANCOME, ELIZABETH ARDEN, MAX FACTOR, REVLON, CHRISTIAN DIOR y ESTÉE LAUDER, todas promovidas en los almacenes por Consejeras de Belleza. Cómo re-introducir la marca necesitaría de una estrategia que le asegurara la capacidad de competir con efectividad al nivel del prestigio de las otras. Sin idea de cómo lograr eso sin demora, yo no quería apresurarme con ORLANE ante tan formidable y bien atrincherada competencia.  

            Crear la demanda inicial para lograrle posicionamiento estratégico a nuestras líneas entre tanta competencia establecida firme en el mercado era un rompecabezas que no se me ocurría cómo armar, mucho menos a corto plazo, como se pudo hacer con ORLANE en el Caribe, donde el prestigio de la marca estaba ya afirmado. Evidencia de ello era la respetable posición que ocupaba ORLANE en las vitrinas y estanterías de los mejores almacenes de las grandes plazas del mundo. Si en Panamá la marca no se volvía a introducir de buena forma, corríamos el riesgo de perder del todo la oportunidad de afianzarle su nueva presencia en el mercado.  

            Para que compitiera de salida a nivel de las otras líneas, requeriría una campaña de publicidad costosa y de larga duración. Las grandes líneas de cosméticos en el país eran publicitadas con regularidad, y había la costumbre de patrocinar caros eventos de modas y belleza para impulsarlas. Nosotros no teníamos los recursos financieros para echarnos esos tipos de gastos y campañas al hombro. Tenía que encontrarle otro ángulo a cómo re-introducir ORLANE y mantenerla en crecimiento hasta que se afirmara en el mercado. Necesitaba un plan sólido de lanzamiento. Pero ¿por dónde comenzar?

            Sabía ante todo que tenía que familiarizarme de rabo a cabo con la línea para ver si conociéndola a fondo me vendría la idea del tipo de promoción que mejor le serviría. Eso me ayudaba a determinar no solo el tamaño, sino también la composición del inventario adecuado que debíamos mantener tanto para respaldar el arranque de la re-introducción, como para satisfacer la resultante demanda, la cual, sin la debida cosecha de ventas anteriores, no teníamos cómo medir y mucho menos pronosticar. Por otro lado, tenía que pensar en qué almacenes podrían estar dispuestos a llevar la línea. 

            No, yo no podía apurarme a volver a lanzar ORLANE al mercado. Tenía que contar con un plan novedoso y bien trazado.  Ninguno se me ocurría. 

            Mientras tanto, hasta que diera con una estrategia efectiva, retiré la línea del mercado panameño incluyendo las tiendas Indostán. Era necesario protegerle el prestigio a la marca. La raquítica presencia del producto en las estanterías y vitrinas le hacían más daño que bien a la reputación de ORLANE.  Prescindir de sus nada impresionantes ventas que su mala distribución reportaba en Panamá no afectaría de manera significativa el estado de nuestros ingresos, pero sí ayudaba a corregir cualquier mala percepción de la marca que existiera entre la clientela panameña.

 

El periodo de cuarentena de ORLANE duró poco menos de medio año, tiempo durante el cual pude concluir mi análisis y formular mi plan de cómo re-introducir la línea. Pero primero tenía que vendérselo a Bobby Eisenmann, antes de informar a París.  Bobby en ese tiempo dirigía su grupo de almacenes en la capital—el Danté de la avenida central, donde tenía su oficina; VANIDADES, y el pequeño Danté del Hotel El Panamá. Bobby también tenía planes de abrir otro Danté en lo que sería El Dorado, el primer gran shopping center de Panamá.  Más adelante abriría La Mansión Danté en Calle 50. Yo suplía sus almacenes con nuestra perfumería, lo que nos permitió entablar una buena relación comercial, amistosa y de mutua admiración. Cuando lo visitaba en la Central, intercambiábamos ideas sobre conceptos empresariales progresistas, donde el personal de trabajo, a todo nivel, era incentivado con participación directa y confiable en el progreso económico de la empresa. Estaba seguro de que Bobby estaría receptivo a lo que pensaba proponerle con ORLANE.

 

Durante el tiempo que analicé y estudié la línea, en todas sus dimensiones, me fue obvio que no iba a poder competir en el terreno del maquillaje. En ese campo, ORLANE se quedaba corto. El fabricante había decidido hace tiempo no concentrarse en ampliar su línea de maquillaje y más bien enfocarse en el desarrollo de sus cremas y lociones. En contraste drástico, las otras marcas, todas, enfocaban el grueso de sus promociones sobre el maquillaje, y la competencia entre ellas era feroz y costosa. Sin embargo, en su oferta de cremas y productos para el tratamiento de la piel, ORLANE era única. Era firme su compromiso de concentrarse de manera profesional sobre el aspecto científico del cuidado cutáneo de la mujer. Y su éxito era comprobado por la prestigiosa posición que tenía en los mercados internacionales.  

Decidí evitar promover la re-introducción de ORLANE por vía de su  maquillaje.

 

El material impreso de ORLANE que acompañaba o promovía el producto, estaba cargado de inteligente y convincentes argumentaciones de los beneficios de esta u otra crema para un cuidado profesional y sensato de la piel, sobre todo del cutis. Aprendí de Citocromo C, aceite de Perhidroescualeno, y las virtudes de la Jalea Real y el polen de orquídea, y otro sin fin de información sobre las propiedades científicas de las afamadas cremas de tratamiento. Ninguna de las otras líneas se había concentrado tanto en sus cremas, y nada competían con la impresionante variedad que ofrecía ORLANE.

            Por allí decidí abrirme paso en el mercado, y sobre esa base monté la estrategia para re-introducir la línea y tallar su poco costosa publicidad hacia el apoyo de la gestión de venta en los almacenes.  Era imprescindible que Bobby Eisenmann escuchara lo que le quería proponer. Sus tiendas eran críticas para el lanzamiento y, aun más importante, para asegurarle un destacado relieve y permanencia a la presencia de la marca en el mercado.

            Llamé a Bobby. Nos citamos para el lunes siguiente. 

 

Hacía un calor de madre en la Central cuando llegué sudando a la oficina de I. Roberto Eisenmann III en un segundo elevado dentro del almacén.  La camioneta de la compañía no tenía aire acondicionado, y en aquellos tiempos yo vestía de saco y corbata—los vestidos de última moda, hechos a medida en Colón por el singular William Donadío, quien tomaba los modelos que le mostraba de Gentleman’s Quarterly Esquire, y él los replicaba con impecable fidelidad y experta sastrería. Las finas telas las compraba yo mismo en el Almacén Capri de en Colón, suplidas de su existencia especial de finos tejidos que importaban para su clientela exclusiva. En esos tiempos en Panamá, en el ámbito de ejecutivos de empresa, no se estilaba camisas y corbatas de colores subidos para usar con vestidos, pero yo fui pionero en usarlas con las Oleg Cassini que adquirí en Miami cuando visité el Caribe a mediados del 70. Pero el cabrón calor era tan sofocante que a donde Bobby llegué bien vestido pero hecho leña y con clara evidencia de sudor en la camisa.  Enseguida busqué refugio en el frescor del aire acondicionado de su modesto despacho. Me sirvieron una Coca Cola con hielo y cuando al fin recuperé energía y reposo del calor, le expuse lo que tenía pensado.

            De salida, le ofrecí para sus almacenes dos años de exclusividad de venta de Orlane en la capital del país. También le asignaría a tiempo completo, y a costo nuestro, en cada uno de sus almacenes, al menos una Consejera de Belleza permanente, armada con el entrenamiento especializado para vender nuestras cremas de tratamiento en línea con la filosofía del cuidado único de ORLANE. Yo mismo sería quién daría el entrenamiento al equipo de consejeras y su supervisora.

            Le pedí a cambio que en cada uno de sus almacenes nos concediera su mejor espacio de vitrina y estanterías de cosméticos y perfumería.  Haciendo uso de su capacitación especial, la consejera también impulsaría las ventas de nuestras líneas de perfumes. En conjunto, Jean D’Albret, Worth, Nina Ricci, F. Millot y Molinard formarían un buen quinteto de marcas de perfumería de renombre que la consejera promovería con beneficios directos para la organización DANTE.

            Pero, le dije, no le podía conceder el acostumbrado 40% de ganancia sobre los precios de venta al por menor, sino el 35%. El otro 5% lo dedicaría a publicidad dirigida a sus almacenes. También lo usaríamos para compensar parte de la atractiva comisión por ventas que pensábamos ofrecer a nuestras consejeras. Y a propósito, le dije, ellas no iban a ser jóvenes glamorosas pintoreteadas de maquillaje. Al contrario, serían a propósito—para reflejar la demografía real—mujeres sin atractivos sobresalientes de belleza física, pero sí dotadas con un cutis impecable y envidiable, que luciría muchísimo más joven que sus años.  La misión especial de la consejera: aplicar tratamientos gratis a las clientes en la tienda, e informarles de las exclusivas propiedades científicas de los productos. La meta: casar a la cliente a un régimen de cuidado cutáneo del cual no se divorciarían, costara lo que les costara mantenerlo. Le aseguré a Bobby que cuando viera las ventas extras que le estábamos generando al almacén, no solo de ORLANE y la perfumería, sino de la nueva clientela que atraeríamos a sus tiendas, iba a quedar más que contento.

            Y así, los almacenes DANTÉ y nosotros firmamos el acuerdo.  En menos de un año Bobby quedó feliz con nuestros resultados. De él y de su personal en los almacenes recibimos un apoyo interno fenomenal, que en su medida también aportó mucho valor al crecimiento de nuestras ventas.  Aunque por el arreglo de exclusividad, ORLANE no fue ofrecido en almacenes como Félix B. Maduro y las farmacias Arrocha y SEARS, las ventas en los almacenes DANTÉ durante sus dos años de exclusividad alcanzaron cifras mucho más altas que las de nuestros pronósticos más optimistas. 

 

Por otro lado, las ventas en el interior, en Santiago y David, así como en Colón se beneficiaron del éxito de DANTÉ con ORLANE, y de la publicidad constante en la prensa y televisión que le hacía la organización de Bobby a sus almacenes, siempre  mencionando su exclusividad de ORLANE.  De nuestro lado, en colaboración con la pequeña agencia que le manejaba la publicidad a Bobby, cada domingo sacábamos en la prensa una columna de preguntas y consejos—que yo inventaba y creaba—sobre la piel y cómo respondía ORLANE a su cuidado. 

            En París, el fabricante y Jean quedaron asombrados con los resultados de ORLANE tan pronto y tan firmes después del lanzamiento.  Ellos también me aportaron buen apoyo y respaldo en suplirme cantidades generosas de material de demostración y publicitario para las vitrinas del almacén y los puestos de venta. Las muestrecitas de cremas de tratamiento fueron un nuevo hit entre el arsenal de muestrecitas de perfumes que tan productivas nos resultaban.

            Mi programa de cinco años estaba más que bien encaminado.

 

Por eso sentí como si me echaran un balde de agua helada encima cuando Jean me informa que le habían quitado ORLANE para el Caribe. Cuando procesé en mi mente el alcance del impacto inmediato que eso tendría en mi vida, mi estado alterado se volteó al instante a uno sereno, pero de calma fría, esa que aparece cuando la inocencia es perdida en un soplo de cruda realidad, y su lugar se lo apropia el cinismo, que acaba con el auto engaño a que la inocencia es propensa. Mi joven vida había registrado antecedentes similares, donde eventos sorpresivos, fuera de mi control, obligaron la misma reacción de calmada frialdad.  Las cosas se ven como son bajo este prisma, cosa que nos obliga, al fin, a la fuerza, a dudar de aquello en que antes confiábamos con ingenua ilusión.

            En mi caso, durante el transcurso de mi maduración, cuando tempestades súbitas e inesperadas le causan estragos involuntarios a mi destino, mis instintos se arman enseguida en defensa para asegurar mi supervivencia y protección. No hay campo para lo que no es real, y lo que es, luce su innegable verdad. De ese mecanismo de defensa provino la calmada frialdad que sentí para poder percibir lo que debía—y tenía—que hacer en lo inmediato con la noticia de Jean. Las acciones futuras de contención y prevención de mas largo alcance, aunque claras estaban en mi mente, las tomaría después, calculadas y deliberadas con frialdad en base al grado del daño que haya dejado la inesperada tormenta.

            Recuerdo el refrán que nos repetía Papá cuando veía que le cabía volver a señalarnos la lección del dicho en inglés que dice: Love many, trust few. Learn to paddle your own canoe. En español, pero sin rima: Ama a muchos, confía en pocos. Aprende a remar tu propia canoa.          

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 12

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Adiós de Lesseps — 1982
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Capítulo — 12

Viento en popa

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Era casi las tres y treinta de la mañana. La habitación no tenía luz alguna encendida, pero su puerta estaba abierta cuando entré. A través de la ventana interna, las lámparas fluorescentes del pasillo alumbraban a medias el interior del cuarto donde acababa de morir mi padre.

            Arnaldito, amigo colonense y médico del hospital del Seguro Social, nos había llamado a Colón al anochecer para decirnos que el viejo tal vez no duraría la noche. Según él, ya no había nada que los médicos pudieran hacer. Enseguida tomé carretera con Judy. Cuando llegamos al hospital cerca de las diez y media nos pusimos al tanto con Arnaldito y los médicos sobre el estado de Papá. Estaba inconsciente pero estable, nos dijeron. Ahora era cuestión de esperar.  

            Al llegar a la habitación después del reporte de los médicos, nos encontramos con dos señores de origen humilde, sentados en silencio en dos de las sillas que tenían vista de mi padre, arropado hasta los hombros, en la única cama de la habitación. Respiraba fuerte en cadencia pareja. Al saludarnos, los dos visitas se despidieron, quedando Judy y yo solos con Papá. Cerca de las dos de la mañana, decidimos que mejor sería registrarnos sin demora en El Continental de Vía España para tener donde descansar si acaso Papá alargaba su partida más allá del pronóstico de los médicos. Arnaldito nos acababa de reportar que duraría unas cuantas horas más. Fue cuando decidimos ir enseguida al hotel, y así tomar un descanso de minutos y regresar enseguida al hospital. Aprovecharía el hotel para lavarme la cara y pedir café y un emparedado antes de regresar. Judy estaba muy agotada y decidió tomar un reposo más largo. Ella tomaría un taxi después.

            En menos de una hora de estar en el hotel, y en el momento que comía la hamburguesa con queso que había pedido, recibí en la habitación la llamada de la enfermera en la policlínica. 

            “Señor Pretto, lo siento mucho…le informo que su padre ha fallecido. No sabemos la hora exacta. La enfermera de turno fue a ver cómo estaba, y se dio cuenta entonces.” 

            Fui enseguida al hospital, sin Judy. Necesitaba estar solo. Manejé con una dolorosa rabia interna. Quería mucho estar presente cuando muriera mi padre, ¡carajo!

 

Cuando entré en la obscurecida habitación, encuentro que dos hombres jóvenes envolvían, con papel grueso corrugado, tendido sobre la cama, el escuálido cuerpo de mi viejo. Pronunciado por la media luz que les daba, me llamó la atención el color obscuro del papel en contraste con los tonos sutiles del blanco de la cama y los paños de marrón pastel a su alrededor. Mientras reaccionaba a aquellos detalles estéticos de la habitación, sentía con trágica ironía el hecho crudo de la escena que presenciaba: el cuerpo que envolvían en esa colorida semi obscuridad era el de mi padre. 

            Y me congelé. 

            No sabía qué hacer. Quería decirles a los dos jóvenes que pararan, que se fueran, para al menos tener yo un momento privado con mi viejo y despedirme de él por última vez con el dolor de no poder hacerlo antes de su partida. 

            Pero no dije nada. Estaba enredado, afligido y preso del estupor que me estaba causando el desorden de sentimientos y pensamientos que sufría en esos momentos. Lo único que pude hacer fue sentarme en una de las sillas que tenía cerca y desde allí mirar a los dos auxiliares darse a la tarea de envolver a mi querido viejo para trasladarlo al congelador.

            No crucé palabra alguna con los jóvenes durante todo el oficio de envoltura…y hasta cuándo se llevaron el cuerpo de mi padre. 

            Allí, sentado, permanecí inmóvil por no sé cuánto tiempo. Cuando al fin me paré, fui a la estación de las enfermeras para preguntar qué me tocaba hacer, y me pidieron que firmara un documento, y luego me dieron la copia antes de irme.

            Solo, en el ascensor, subiendo al noveno piso del hotel, fue cuando comencé a sentir el peso de la profunda tristeza que me causó haber compartido ese penoso final con Papá. Mi viejo había muerto envuelto en soledad, y yo no estuve a su lado cuando entregó su último aliento de vida. No estuvo nadie. No detuve a los dos auxiliares. No me despedí de mi padre, mi viejo querido. No debí irme al hotel y dejarlo solo. La memoria de la triste escena que presencié, y en que participé, y la parálisis de psique que sufrí, la cargo, pesada, hasta el día de hoy. Si la recuerdo con demasiada claridad lloro, todavía adolorido de angustia.

            Con el tiempo, igual sería afectado por otros recuerdos de mi viejo, de oportunidades perdidas, que de haber sido yo menos inmaduro, no las hubiese dejado de aprovechar. El hecho de que mi padre ya había partido del todo y que jamás lo volvería a ver, hizo que todos esos momentos desaprovechados burbujearan en un creciente sentir interno de culpa.  No de haber hecho mal, si no por estar falto de madurez y presencia mental. Con razón rompí a llorar cuando me le pegué a Santa en el cementerio. Verlo, desmoronó el dique de todo lo que había acumulado desde el hospital, y desde el momento en que fui sorprendido por la cantidad de gente en la catedral.

            Durante su entierro, me preguntaba ¿quién fue mi padre? ¿Quién había sido esta personalidad, esta figura de hombre que no llegué a conocer como ahora me hubiese propuesto con inquebrantable intención y compromiso? Ya no había oportunidad alguna para amistarme con él y conocerlo más allá de ser solo mi querido viejo. Y para colmo, se fue cuando más ganas tenía de demostrarle lo bien que estaba administrando las compañías ahora que tenía casi medio año dirigiéndolas.  Estaba por comenzar a preparar el informe de los resultados de mi primer semestre para mostrarle con orgullo lo mucho que había logrado en tan poco tiempo. 

            Cuando en su viaje, tras la renuncia de Papá, Jean me había nombrado Director Ejecutivo y Representante Legal de las empresas. Apenas informó al personal del nombramiento, enseguida tomé cargo de todo lo concerniente a ellas, hasta de sus finanzas y responsabilidades fiscales, todo el manejo administrativo de las empresas, y todo lo que involucraba a los empleados de las sociedades. A los más antiguos no les fue fácil al principio aceptar que yo fuera su nuevo jefe. Me habían visto desde niño llegar a menudo a las oficinas, y cómo adolescente solo unos pocos años atrás, comportándome como tal.  Ahora con apenas veintitrés años, se les hizo difícil reconocer que yo contaba con la autoridad y responsabilidad para liderarlos. Pero, una vez neutralicé el único incidente de rebeldía interna, di arranque a las reformas administrativas que requerían de mayor atención. Mi gran deseo era de demostrarle y asegurarle a Papá que estaba en camino de cumplirle mi promesa de recuperar no solo el veinte por ciento de las empresas que había perdido, sino mucho más. Mi meta era asegurar que mis resultados en cinco años fueran tan sobresalientes, que Jean no le quedaría otra que hasta tal vez ofrecernos la mitad de las acciones. 

            Pero ahora, ya no tendría al quien yo más quería impresionar—el proposito que alentaba mi ánimo para alcanzar las metas a que me había propuesto. Con la partida de mi viejo, se me desvanece el ideal de inspiración que me permitía tolerar el poco atractivo que le tenía al oficio de comprar y vender cosas. Tenía que agarrarme de otra fuente de motivación, de algo que estimulara nueva ambición y empeño en reemplazo del deseo de demostrarle a mi padre lo que su hijo menor—el ahuevaito—había sido  capaz de lograr.

 

Cuando volvimos a abrir las oficinas después de cerrarlas dos días por duelo, Xenia, mi secretaria ejecutiva, quién había llegado temprano en la mañana, encontró en el Teletipo un cable de Jean que nos había llegado desde París la noche anterior. Lo dejó sobre mi escritorio a clara vista para que lo viera cuando llegara a mi oficina.

PARÍS, 24 DE ABRIL,1969

…ESTIMADO ROGELIO. QUIERO EXPRESARTE MI MAS SENTIDO PESAR POR LA MUERTE DE DAVID, TU PADRE, QUIÉN COMO MI PADRE, TRABAJÓ ADMIRABLEMENTE Y FUERTE CONTRA GRANDES OBSTACULOS PERSONALES Y MATERIALES PARA CREARLE UNA BASE DE SEGURIDAD ECONOMICA PARA SUS HIJOS Y FAMILIA. SE QUE TU Y YO HAREMOS IGUAL QUE NUESTROS PADRES. TE ANIMO A QUE TOMES ENERGIA Y FIRME PROPOSITO PARA LLEVAR A CABO LOS PROYECTOS Y LOS PLANES QUE DISCUTIMOS DURANTE MI ESTADÍA EL AÑO PASADO. ERES EL DIRECTOR GENERAL DE LAS COMPAÑIAS EN QUIEN HE ENTREGADO TODA MI CONFIANZA, YA QUE TIENES EL MANDO COMPLETO QUE PEDISTE DE LAS EMPRESAS. TUS OBJETIVOS SON EXCELENTES. ADELANTE, YO TE APOYARÉ EN EL CAMINO. ESTOY PARA LO QUE ME NECESITES…CON MUCHO RESPETO Y APRECIO…JEAN     

            Jean tenía razón, el camino por delante era el clarín para el llamado a la acción. Mi parte de la batalla la tendría que rendir de buena forma, pero solo. Max, mi tío, había renunciado tras una tonta diferencia que tuvimos. Se le hizo imposible entregarse al hecho de que yo era su jefe y que tenía la última palabra en el asunto. Mi hermano, por su lado, hizo nueva vida en el exilio y no quiso regresar a su tierra sino hasta años después con Liz, su tercera esposa. A el también le resultaría difícil verme como director general de las compañías que una vez pensó quedarían bajo su dirección. Qué irónico desenlace del pedido de ayuda que me hizo cuando me llamó a California desde Miami. 

            No me tocaba otra que echar p’alante. Tenía que izar nuevas velas de entusiasmo por mi cuenta y echar mi nave al viento del deber para conquistar los nuevos retos que era de enfrentar. Cualquier idea de hacer arte brillaba por su ausencia. 

Cruce de Caminos: WWW.com y el MAC de Panamá …relato auto-biográfico / Rogelio Pretto / Capítulo 11

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Guía del existir — 1982
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Capítulo — 11

Las cartas sobre la mesa

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“No sé, Rogelio. Es muy seria la situación. Es una cantidad de dinero muy importante. Lo que ha hecho David, tiene y va a tener duras consecuencias en el futuro. No sé si vamos a poder soportar el golpe y continuar.  Por lo menos no puedo dejar que esta situación siga.  Hay que tomar drásticas medidas. Voy a tener que consultar un abogado y determinar qué acciones tomar contra tu padre. Esto no puede quedar así.”

            No me esperaba otra reacción de Jean. Venía preparándome desde mucho tiempo para ese momento, y había llegado. Una vez en la oficina, y después de que Jean saludara al personal, nos encerramos en el despacho del viejo donde tenía él un segundo escritorio. Era el que su padre usaba cuando hacía su viaje anual.

            Comencé mostrándole la auditoría formal de Young & Young, y le conté cómo les había insistido en que la prepararan. Le dije también del tiempo que le habíamos dedicado Tony Young y yo en poner la contabilidad al día. Le presenté reportes estadísticos y de contabilidad interna adicional que le tenía para que pudiera estudiar los números con detenimiento. Y para serle totalmente transparente, también le exhibí la contabilidad y documentación de Compañía de Distribución, S. A., sociedad que el viejo formó para comerciar artefactos eléctricos menores a Sud América, en especial radios portátiles pequeños, cuya alta demanda era generada por el Mundial de Fútbol de 1970 pronto a celebrarse en México.  A la vez aprovecharía incluir perfumería, en especial la de la compañía en la Zona Libre. De esa manera el negocio de Jean sería también beneficiado de manera directa por el vínculo de Compañía de Distribución con su compañía en Zona Libre.

            Me imagino que de esa manera el viejo esperaba librarse en cierto modo de su apretado compromiso y dependencia con las empresas de perfumería adueñadas por el joven francés, y en las cuales Papá era solo socio minoritario. No sentía por Jean ese grado de entregada devoción y gratitud que sintió por su padre. No le era igual el sentido de obligación que sentía por Jean. Y tal vez esa diferencia de lealtades fue lo que contribuyó, en parte al menos, a que tomara decisiones que no le correspondían.

            Pero, por otro lado, Papá también tenía nueva ambición por abrirse campo comercial de manera independiente. Ahora como destacada figura política, pensaba que ese estatus podría traerle nuevas oportunidades de negocio. De hecho, además de Compañía de Distribución, había formado con su mejor amigo Matías una empresa para comprar, pilar y distribuir arroz de marca Picofeo—como en Panamá es llamado el Tucán.  La sede del negocio quedaba en una propiedad que el viejo había conseguido en Chilibre, pegadito a la Transístmica, cerca de la comunidad de Buena Vista. 

            Del negocio de arroz también le rendí un informe a Jean. No le había ido bien a Papá con ese proyecto y ya no existía. Lo que le quedó fue una fuerte deuda de financiamiento del equipo…y la pérdida de la gran amistad que había compartido durante décadas con Matías, su socio.

            En cuanto a los negocios con Brasil, estos le fueron promovidos por personas oportunistas que conoció en la política. Eran negocios de mucho riesgo y tenían que hacerse con personas en Brasil y Paraguay desconocidas y sin comprobada confianza. Papá, de corazón honesto, demasiado confiado y sin malicia empresarial, a la larga perdió mucho dinero y adquirió deudas con abastecedores de mercancía en la Zona Libre que se vio obligado a pagar para mantener su reputación en el ámbito comercial. Resultó irónico que, después de todo se vio obligado a recurrir a las empresas de Jean para salirse de los aprietos financieros en que se vio metido por desdicha.

 

“Comprendo cómo te sientes” le respondí a Jean. “Y tienes todo el derecho, y tienes toda la razón de sentirte defraudado y desconfiado de cómo se han manejado tus intereses aquí en Panamá. Yo, en lo personal, me siento muy avergonzado que tengas que enfrentar este grado de desilusión y preocupación. Y más, por una falta grave de parte de mi padre, tu socio. Al pedirte que vinieras sabía que ibas a encarar algo bastante serio, y que tendrías que tomar serias decisiones inmediatas, y que te sería muy difícil decidir qué acciones tomar y qué remedios implementar para salir de la crisis.

            “Pero creo que hay una posible solución que evitaría muchos problemas en general, a ti, sobre todo. Tengo buen tiempo de estar dándole vueltas, y entre más la considero y la analizo, mejor la veo como factible. Pero necesitará que te arriesgues, prestándome la confianza de que sea yo quién pueda lograr que la solución funcione. Confiar o no confiar en mí es algo que no puedes determinar, lo sé. Ni tampoco tengo yo como asegurarte confiabilidad, sino con el tiempo y con la prueba de mis logros. Si tendré éxito o no, tampoco estoy seguro, pero sí te puedo asegurar que por razones profundas y muy, pero muy personales es que me comprometería a dar todo lo mejor de mí para lograrlo. Y se puede lograr. De eso estoy seguro…Pero, si tomas medidas legales en contra de Papá, tendría que renunciar y dedicarme a defenderlo, a como dé lugar.  Es cuestión de principio y deber, Jean. No me quedaría otra.”

            Jean quedó callado con lo que le acababa de manifestar. Un tanto incomodo y nervioso alcanzó su cajita de Gitanes que tenía sobre el escritorio y encuentra que está vacía. Desde que lo traje a la oficina se había fumado todo lo que quedaba de ella. Del cartón que traía de reserva en su maletín, tomó un nuevo paquete.  Asumí que debía tener más en su maleta pues el tipo fumaba en serie. 

            Después de quitarle la envoltura, saca un cigarrillo del paquete, le da pequeños golpes sobre el escritorio, y lo enciende con su Zippo de lujo. Aspira largo y fuerte hasta que la punta del Gitanes enrojece. El bendito cigarrillo francés sin filtro era de temer. La noche anterior cuando estuvimos en el bar del Washington le pedí probar uno y enseguida me puso a toser de lo fuerte que era. No pude con él.

            El Gitanes no le duró a Jean, pero sí su silencio. Parece haberlo preferido para pensar en lo que le había dicho. Yo tampoco dije nada. Jean se puso a revisar en su escritorio otros de los documentos que le había entregado, y yo me puse a sumar saldos en la enorme y ruidosa calculadora eléctrica Olivetti de último modelo.

            Pasaron unos diez minutos, cuando Jean de pronto me dice: “Mejor vamos al hotel, no puedo pensar bien aquí. Hablemos en el bar.”

 

Una vez en el bar del hotel no tardó el tipo en bajarse su par de Cointreau’s en las rocas y yo, sintiendo que debía acompañarlo, me empujé un par de escoceses con soda. No era ni mediodía, carajo. 

            Nos sentamos donde había un par de sillones apartados sin gente alrededor, y allí, a medida que le describía mi propuesta de solución, parábamos para discutir algunos de los conceptos y puntos menos claros para él.

            Jean no tenía idea de que ya antes le había presentado al viejo el plan de propuesta, y que lo habíamos discutido, y que había quedado convencido de su viabilidad y su sensatez. Papá había considerado mi solución y la encontró aceptable, al menos en los términos que más tenían que ver con él, y, por supuesto, solo en la medida de que Jean accediera a ellos.  Le pedí al viejo que no se diera por enterado, pues convenía que Jean pensara que la sugerencia de solución, si la aceptaba, provenía de él y que él se la estaba presentando al viejo por primera vez para que la considerara.

            “Me parece bien, mijo. No me agrada mucho la idea de no decirle que ya me hablaste del tema, pero veo tu punto, y puede que tengas razón. Jean se sentirá mejor si él me hace la oferta. Sé que tus motivos son buenos, mijo. Y Jean es buena gente.”

            Ahora, me tocaba convencer a Jean.

 

Tanto por protocolo como por que era lo esperado, dado la condición física del viejo, a Jean le tocaba ir a casa de mi padre para darle su saludo protocolar, y a la vez discutir entre los dos el problema de la deuda. Eso tenía a Jean muy nervioso. Pero se calmó bastante durante la larga conversación que tuvimos en el bar sobre los puntos de propuesta en mi plan.

            Como primera medida, le sugerí que como pago de la deuda aceptara el veinte por ciento de las acciones de ambas compañías que poseía mi padre. Meses antes había tirado cálculos con la ayuda de Tony Young y era factible que, en menos de cinco años, si las compañías reportaban resultados positivos de superávit, cómo los que tenía previsto en mis proyecciones, Jean recuperaría todo el dinero que le debía Papá a las empresas.

            También le propuse que, aunque estaba seguro de que él ya había decidido que Papá tenía que salir de la empresa, que lo removiera solo como figura de autoridad, no como despido de represalia. Que más bien le reconociera—aun siendo responsable por su falta—su innegable e indiscutible valor y aporte como cofundador de las empresas, y le ofreciera una modesta pensión de jubilación. Después de todo, su padre había lucrado buen dinero durante los muchos años de productividad que le reportó mi padre. La medida, además, resultaría positiva para la relación que tendría la nueva gerencia con el personal que heredaba. También se reflejaría bien en la percepción de la comunidad colonense que desde tiempo atrás consideraba a Papá con mucho aprecio y respeto, en especial los que recordaban su trágico accidente y admiraban la manera cómo pudo echar pa’lante superando sus peores consecuencias.

            Por último, le dije: “En cuanto a mí concierne, lo que te propongo tal vez lo consideres descabellado de mi parte, dada mi juventud y poca experiencia en el manejo de empresas, pero te aseguro, Jean, que con el tiempo de experiencia que llevo desde que regresé de California con los cursos claves de administración de negocios que tomé allá, me siento del todo capacitado de conocimiento y ambición para surgir y hacer prosperar las empresas como merecen. Y lo que más estimula mi empeño en lograrle ese éxito a las compañías es el fervor de asegurar que mi éxito merezca la recuperación de las acciones que mi padre se ve tristemente obligado a entregar. 

            “Mírame a los ojos, Jean, y verás en ellos la razón de mi determinación en alcanzar esa meta. Y mi éxito en ello, será el tuyo también. Lo único que necesito para ararle el terreno a mis metas, es tener el mando de las empresas, y que mi padre y el personal sean informados de ese hecho por boca tuya de manera formal. Yo me encargo de lo demás.»

            Jean quedó callado de nuevo, pensando. Bebió de su trago y de viaje tomó otro Gitanes de su paquete. Por sus erráticos movimientos y su mirada de incertidumbre, era claro que estaba nervioso nuevamente. 

            “Sé qué a pesar de lo que te proponga, Jean, eres tú quien tendrá que tomar la difícil decisión de confiar o no en mí. Eso, por supuesto, es algo que te toca a ti resolver. Pero te sugiero que lo pienses pronto y decidas, porque si aceptas asignarme la dirección de las empresas, es importante que nos pongamos tú y yo a trabajar juntos de una vez. Estoy con ganas de darle marcha adelante a varios proyectos que tengo pensado para desarrollar y aumentar las ventas de las empresas, y necesito de tu apoyo. Hay mucho que mejorar en el mercadeo de los productos y líneas que representamos, y en la manera que controlamos los inventarios para abastecer demandas en fechas claves. Las Navidades llega en pocos meses y la temporada turística en el Caribe comienza pronto. No hay tiempo que perder.”

            Todavía en silencio, el francés le da una ultima aspirada larga a su Gitanes y lo apachurra en el cenicero. En tono bajo y reflexivo me dice: “Caramba, no sé qué pensar, pero me gusta que te sientes confiado y con ganas de trabajar, pero…”  Saca un nuevo cigarrillo del paquete, levanta su trago vacío al bartender en señal de que quiere otro, y continua. “Pero tengo que pensar sobre lo que me has dicho y primero tengo que ver a tu padre. También quisiera hablar con Judy, si me permites.”

            Esa de Judy me agarró de sorpresa. “Por supuesto, Jean.”

“Voy a quedarme aquí en el hotel hasta como las 3, para mirar algunas cosas y pensar. Ven a buscarme a esa hora y arregla con David para que lo vaya a ver esta tarde. Y después de tu padre, si ella puede, quisiera hablar con Judy.”

            “Está bien, Jean. Aquí estaré a las tres.” Terminé mi trago y regresé a la oficina. Iba a terminar siendo un día pesado y tenso.

 

Jean llegó a hablar con el viejo, y le manifestó la gran inquietud que le estaba causando lo que había llegado a aprender por iniciativa mía en querer informarle, acción que el mucho me agradecía.  Que después de estar pensando sobre la seriedad del asunto, la única solución que se le ocurría era proponerle un posible acuerdo para el pago de la deuda. Y, tal y como yo le había recomendado, le propone a Papá mi plan como si fuese él quien se lo sugería.  Le recomienda al viejo que lo pensara bien y le dice que quería que volvieran a hablar al día siguiente sobre el asunto para decidir que pasos tomar. 

            Quedaron en reunirse en la mañana antes del mediodía. 

            Papá se veía apenado pero tranquilo, y le agradeció a Jean su comprensión y se disculpó por no haberle sido más honesto. 

 

De dónde el viejo salimos Jean y yo aliviados de la tensión que habíamos acumulado desde comienzos del día. Se nos había quitado un gran peso de encima.  

            En el auto, camino a casa, hablamos poco hasta que llegamos.  Una vez en casa le presenté a Judy y a Charissa. Chari tenía un poquito más de dos años, y apenas Jean la ve, queda enamorado de nuestra hijita …y ella de él. Tanto fue la química entre ambos, que mientras charlábamos en la sala esperando la cena que preparaba Iona, nuestra cocinera de origen Jamaiquino, Chari se la pasó sentada sobre las piernas de Jean. En su jerigonza infantil, algo le explicaba sobre cualquier juguete o objeto de interés que tenía a su alcance. Jean le prestaba toda su atención. 

            Con Judy, fiel ejemplo de las virtudes sociales de sus padres, el Frances entabla una cálida charla diplomática y enseguida es notable que también se han caído bien. El menú de la cena era de mondongos con papas y garbanzos, arroz, plátanos y ensalada de espárrago y tomate, y para beber, chicha de granadilla. El postré fue un exquisito volteado de piña, mi preferido.

            Jean hartó, y después de tomarnos un brandy, pidió hablar con Judy en privado. Subieron a conversar en el estudio, donde Los Changungos dimos  nuestras partidas de dominó y donde trabajaba cuando estaba en casa.  

            A los veinte o treinta minutos bajaron los dos, y de allí Jean pide regresar al hotel. 

            Con las ventanas abiertas tomé ruta para el Washington por el Paseo Gorgas. Era mi lado favorito del litoral, y de muchos colonenses. Era ideal para izar y volar cometas en los vientos del verano que en unos meses nos visitarían.  

            Jean se veía tranquilo a mi lado, pero estaba callado. Mantenía su mirada hacía el panorama al otro lado de la bahía, hacia Coco Solo, donde en unos años nos mudaríamos Judy y yo con nuestros hijos. Los muelles y edificios de la base naval de Coco Solo y su comunidad, y el rompeolas a distancia era una de las vistas que desde mi niñez vive en relieve en mi recuerdo de los días en que hidroaviones de los estadounidenses despegaban y aterrizaban a diario sobre las aguas al otro lado de la bahía. 

            Cuando dejamos atrás el asqueante trecho amurallado del perímetro del Guardia Vega, el Paseo Gorgas nuevamente nos dirige al litoral norte de Colón donde se nos presenta de nuevo la hermosa vista de la bahía. Jean, callado aun, contemplaba el panorama distante, ahora del rompeolas y barcos anclados esperando turno para su cruce del canal con el reflejo de sus luces tiritando sobre el apacible temblar del mar en lo temprano de la clara noche Colonense. Eran las vistas que yo veía de costumbre, y casi le hago saber de ello a Jean. Pero decidí no invadir su silencio.

            Al bajarse del auto en la antigua entrada del hotel, me dice en despedida: «Gracias, Rogelio, por haber sido tan franco conmigo. No he decidido todavía qué hacer, pero te prometo que mañana habré tomado una decisión.»

            “Hasta mañana entonces, Jean. Que descanses. Te recojo a las ocho menos quince ¿no?”

            “Sí, por favor. Buenas noches.”

            De regreso en casa, le pregunté a Judy de qué le había hablado Jean.

            “Me preguntó cómo nos habíamos conocido” me dice. “De cómo había sido mi infancia en esta casa, y me preguntó de mi Papá y Mamá, cómo eran ellos. Y después preguntó que si te creía capaz de poder manejar las empresas.”

            “Y ¿qué le dijiste?”

            “¿Qué crees? …Claro que eres capaz. Te conozco. Cuando te empeñas en conseguir algo, lo consigues.”

            Le sonreí y nos dimos un abrazo cálido y amoroso, y relajante. Lo necesitaba. Entonces me puse a jugar con Chari antes de ponerla a dormir.